jueves 26 de diciembre de 2024
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El peronismo dubitativo: por primera vez sin poder ni fuego sagrado

El peronismo nunca estuvo tan cuestionado. Ni siquiera luego de 1955, cuando comisiones investigadoras de todo tipo intentaron –sin ningún éxito– borrar de la memoria colectiva cualquier vestigio de Juan Perón.

Hoy, en cambio, las impugnaciones brotan como nunca. Parece haberse disuelto el  viejo miedo a la crítica. El pánico a compartir vereda con los gorilas, con los oligarcas, con los que no entienden al pueblo. Acaso porque los gorilas están en extinción, y entre los oligarcas abundan los peronistas enriquecidos. En cuanto al pueblo, parece cada vez más lejano a la actividad partidaria, incluida la peronista y la sindical. Una desgracia.

Acaso porque los gorilas están en extinción, y entre los oligarcas abundan los peronistas enriquecidos.

Como decía Martín Fierro, no hay plazo que no se cumpla. Entre 1943 y 2015 hay 72 años de distancia. El peronismo gobernó en tres tandas de dos dígitos: 1943-1955, 1989-1999, 2003-2015. Treinta y cinco años, más el descontrolado período 1973-76, con cuatro presidentes en treinta y cuatro meses. Y el inclasificable 2002-2003, con Duhalde en un inusual cogobierno con Alfonsín.  Más de la mitad del tiempo. Si la decadencia nacional es innegable, ¿no corresponde la mayor responsabilidad a quién gestionó más tiempo?

Sin embargo, la autocrítica del justicialismo sigue limitándose a lamentar la derrota. Estuvimos mal porque perdimos. Hasta hoy, nadie parece arrepentirse de otra cosa. La frase “Cometimos errores” es un título vacío, sin explicitar jamás ninguno. Se perdona la corrupción, el abandono de la doctrina, el pacto con el adversario, el aplauso al enemigo. Todo es soportable, menos la derrota. No siempre fue así. Más aún: el justicialismo se fortaleció en la adversidad.

No era el poder sino la gloria.

El volcánico encanto del proletariado

El encanto del peronismo para atraer personalidades, grupos y corrientes de todo el espectro socio-cultural e ideológico espera aún ser desentrañado. El milagro posterior a 1955  para captar voluntades es un misterio mayor. En el mundo prácticamente ningún movimiento populista sobrevivió a su caída. En Europa, porque perdieron la Segunda Guerra, en América latina porque se diluyeron en el llano y se extinguieron tras la muerte de sus fundadores.

Queda clarísimo que el magnetismo del peronismo en los años sesenta y en los tempranos setenta no se debía al calor oficialista. Al revés: ser peronista implicaba dudas sobre cuándo se podría volver al poder, si es que alguna vez se volvía. Había riesgos, silencio, proscripción.

Sin embargo, después que la ciudadanía peronista votara tenazmente en blanco una y otra vez, el no peronismo no tuvo más remedio que admitir la persistencia del fenómeno.

El frondizismo elevó a nivel de doctrina la necesidad de integrar una suerte de movimiento nacional donde se reservaba el papel de la burguesía nacional, con el proletariado expresado por el peronismo, por entonces fuera y lejos del poder.

El radicalismo sufrió rupturas de parte de su juventud rumbo al peronismo en los albores del gobierno de Arturo Illia. Esos jóvenes no iban hacia el poder. Preferían abandonarlo para darse un baño de pueblo opositor. Eso sentían.

Ni hablar de los socialcristianos que se zambulleron en las aguas peronistas y las izquierdas que –con excepciones– pasaron del cerrado anti-peronismo de 1943-1955 a la comprensión, el seguidismo, las alianzas y el entrismo.

En esencia, el peronismo parecía haber logrado una simbiosis mágica con los sectores populares.  Donde están los humildes está la verdad. Eso, al menos, sentían muchos. Y mientras más lejos estuvieran ellos del pueblo, mayor la atracción para sumergirse en las masas. La ilusión militante era clara: fundirse con los humildes enaltecía el espíritu.

El Perón de los sesenta y los tempranos setenta fue un estratega sin par. Así como dio aire a corrientes que iban desde la ultra derecha hasta la extrema izquierda, jugó todos los naipes: las huelgas y la movilización, la guerrilla, el golpe militar, la salida electoral.

No eran sólo los antiguos obreros industriales, ni los empresarios satisfechos con el mercado interno. También antiguos bastiones contreras. Los estudiantes –la Universidad había sido tratada como foco enemigo en 1943-1955– se volcaron masivamente hacia el viejo general.

El fuego sagrado de los setenta era rebelión y redención, pasado y futuro, revancha y esperanza. Perón, con una destreza inhabitual, conducía tribus diversas. Los que querían volver a los dorados años cuarenta, quienes imaginaban una patria socialista, los amantes del orden tradicional. La revolución y la reacción, los obreros y los empresarios.

Baste recordar que en 1973 la boleta Perón-Perón fue votada por un abanico de partidos que incluía desde los restos del aramburismo (Unión del Pueblo Argentino) hasta el Partido Comunista.

Muchas fuerzas se rindieron a la fascinación peronista. Baste recordar que en 1973 la boleta Perón-Perón fue votada por un abanico de partidos que incluía desde los restos del aramburismo (Unión del Pueblo Argentino) hasta el Partido Comunista. Y hasta el muy poco peronista Ejército Revolucionario del Pueblo tuvo una escisión peronista: el ERP 22 de Agosto.

A poco andar, algunos advirtieron que el general no estaba donde ellos soñaban. Muchos más se dieron cuenta que algunos que decían seguir a Perón en realidad rivalizaban con él. Pero las peleas entre Patria Socialista y Patria Peronista no fueron las primeras.

Verticalismo y desafíos

El primer Perón no había permitido cuestionamientos. El intento de autonomía del líder laborista Cipriano Reyes –el decidido sindicalista de los frigoríficos que definió el 17 de octubre de 1945– terminó con Cipriano en la cárcel. El mensaje: jefe hay uno solo. Incluso el teniente coronel Domingo Mercante –el sucesor de Perón en la Secretaría de Trabajo y Previsión, nexo principal con los gremios y otro de los artífices de la movilización del 17 de octubre de 1945– terminó de mal modo su gobernación en la provincia de Buenos Aires y en 1952 –a pesar de haber sido el hombre que presidió la Convención Constituyente de 1949 y en quien se pensaba para la candidatura presidencial 1952-1958– pasó al ostracismo. Los recordatorios de su fecunda obra como gobernador fueron eliminados por su sucesor Carlos Vicente Aloé, invocando órdenes del propio Perón.

Después del golpe de 1955, a lo largo de dieciocho años de exilio, Perón mostró excepcional habilidad para sortear diversos intentos de eludir su liderazgo.

El mayor desafío lo encarnó Augusto Timoteo Vandor, jefe de la Unión Obrera Metalúrgica. Asesinado en 1969, al poco tiempo brotó otra desobediencia: la Tendencia Revolucionaria del peronismo, que luego de empuñar las armas creyó que podía imponer su voluntad al general. No le fue bien. La Triple A enfrentó a tiros a los Montoneros. Policías, sindicatos y militares confluyeron en la lucha contra la otrora juventud maravillosa.

La muerte de Perón multiplicó la violencia intra-peronista que desordenó el Estado y conmocionó la sociedad antes del brutal golpe militar de 1976.

El 83: renovación y asedio

Cuando la dictadura se retiró, en 1983, la victoria de Raúl Alfonsín sorprendió al justicialismo. Perdía el mito de la invencibilidad. Podía ser derrotado en elecciones libres.

Se refugió, entonces, en una representación. El peronismo era el pueblo y el pueblo había perdido. Intereses permanentes que sólo representa el peronismo, gane o pierda. La alternancia como rasgo anti-popular. Una construcción imaginaria. Y anti-democrática.

La tarea de la CGT, con el combativo Saúl Ubaldini a la cabeza, fue golpear una y otra vez, como un pistón. A su alrededor se nucleaba toda la oposición callejera: desde los comunistas que habían simpatizado con Videla-Viola y votado por Luder, hasta el renovado partido Intransigente de Oscar Alende y las múltiples expresiones de la izquierda.

A su alrededor se nucleaba toda la oposición callejera: desde los comunistas que habían simpatizado con Videla-Viola y votado por Luder

Mientras el peronismo resistía con huelgas y movilizaciones obreras, un sector entonces minoritario (Menem, Duhalde, Cafiero) reclamó y encarnó una fuerte renovación. Aceptar la victoria radical, promover más partido y menos movimiento. Un peronismo republicano.

Pero mientras reivindicaba el sistema de partidos, acompañaba y festejaba el asedio sindical sobre el gobierno. Los gremios perdían prestigio y hasta popularidad, pero desgastaban al alfonsinismo. Calladitos, los renovadores actuaron con audacia, conquistaron las mayorías peronistas y luego se lanzaron a recuperar la Casa Rosada.

De Menem a Kirchner

El menemato devolvió el poder al peronismo a cambio de enterrar las viejas banderas. A tal punto que hoy, fuera de La Rioja, Menem carece de admiradores. Dos gestiones neo-conservadores cambiaron la base del contrato del peronismo con el pueblo: la idea ya no era combatir al capital sino entregarse a él. Tampoco anti-norteamericanismo sino Consenso de Washington. Del Movimiento de No Alineados al G-20 sin escalas.

Aún en sus épocas de esplendor, pocos reconocían haber votado a Carlitos. Era un sufragio vergonzante, una ruptura del imaginario, el desmantelamiento del Estado de bienestar y el fin de las empresas públicas. Se esperaban rebeldías. Los quejosos fueron tan poquitos que en diputados no tuvieron más remedio que admitir su número: el Grupo de los 8.

1999 fue una derrota a medias. El peronismo resignó el Poder Ejecutivo Nacional pero conservó la provincia de Buenos Aires y buena parte de los bastiones conurbanos.  A los dos años, la Alianza, desmembrada, se había derrumbado.

En 2002 Duhalde se hizo cargo. Un año después, decidido a bloquear el regreso de Menem y del efímero Rodríguez Sáa, entronizó a Néstor Kirchner. Éste mantuvo el gabinete duhaldista pero creyó que no sería un auténtico jefe hasta desbancar a su mentor. Ambos movieron las damas y Cristina derrotó a Chiche, luego de acusar a Duhalde de Padrino Mafioso. El mismo Duhalde que los K habían apoyado con la misma potencia que a Menem los años anteriores y a quien debían la presidencia. La coherencia nunca fue un obstáculo para el relato

Luego pasó lo que pasó y el kirchnerismo logró tres victorias consecutivas. No leyó su derrota de 2015 como el fin de una etapa exitosa en conservar el poder durante tres mandatos. Sólo mastica la frustración de no haber podido seguir.

Hoy Cristina imita a aquellos gorilas, rompiendo la tradición peronista en favor de la voluntad popular. Ya había roto otras, como promover acciones contrarias a la cultura del trabajo.

Cristina Fernández acaba de imitar a los acérrimos gorilas que pedían la supresión del peronismo. Al igual que ellos, reniega del voto popular. En aquellos dieciocho años de desierto, proscripción y hostigamiento, el peronismo jamás dejó de reclamar elecciones libres. Un reclamo abrumador. ¿Cómo proclamarse democrático y vetar al partido mayoritario?

Hoy Cristina imita a aquellos gorilas, rompiendo la tradición peronista en favor de la voluntad popular. Ya había roto otras, como promover acciones contrarias a la cultura del trabajo. El justicialismo siempre se había enorgullecido –y con razón– de haber dado dignidad al empleo y orgullo al trabajador como creador de riqueza. El desocupado sin chance de empleo que enterró el menemismo se convirtió en clientela sin trabajo pero con subsidio. ¿Dónde queda la doctrina de Perón?

Hoy el peronismo conurbano ve que sus votantes destacan a CFK. No hay muchos votos peronistas fuera de los votos de CFK. Por lo tanto, está viendo el modo de confluir con ella.

Pero lo que es válido en el segundo y tercer cordones del conurbano –en particular en la Tercera Sección Electoral y también en las barriadas humildes de la Primera Sección– deviene pesadilla en el interior bonaerense. Ahí Cristina ahuyenta bastante más de lo que pone.

Si los intendentes del conurbano imponen su visión, elegirán la mejor chance para retener sus comarcas al precio de disminuir las chances de retorno al poder nacional. Sería la primera vez que el peronismo elige lo local ante lo nacional, un camino que otros partidos ya recorrieron y los condujo al ocaso o la insignificancia.

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