jueves 26 de diciembre de 2024
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La iconografía política

En una fecha cuanto menos curiosa para este lado del Atlántico –el 17 de octubre pasado– se inauguró en Barcelona una exposición temporal titulada: “Franco, Victoria, República. Impunidad y espacio urbano” con la intención expresa de sus organizadores de mostrar “la permisividad con los símbolos de la dictadura a partir de las peripecias de tres estatuas, de sus relaciones y de la actitud de sus autores, que trabajaron para la República, contribuyeron a la exaltación de la dictadura y fueron reconocidos por la democracia”.

Tres esculturas se emplazaron en el Centro Cultural del Born, una en el interior, donde se desarrolló el grueso de la muestra y dos en la vereda: la de La Victoria –hecha por Frederic Marès i Deulovol– que formó parte del obelisco de la Diagonal, una imagen que reproduce la Victoria, y una escultura ecuestre del “generalísimo” Francisco Franco, decapitado  –obra de Josep Viladomat y Massanas–. La testa del dictador habría desaparecido de los almacenes municipales, donde hace años que se arrumba, antes de que decidieran desempolvarla para la exposición.

Franco y su caballo sólo duraron cuatro días a la intemperie, el tiempo justo para que la escultura original fuera pintada, enchastrada, embanderada, vandalizada por completo y, finalmente, derribada.

Otro ingrediente catalizador de la ira de los catalanes en general y de los separatistas en particular es que la muestra se emplazó frente a un museo dedicado a la historia de las luchas por la autonomía. Los separatistas ya se habían encargado de advertir que todo el asunto era una provocación.

A 41 años de la muerte del “caudillo” –cantidad de años similar a la de su gobierno autocrático– los españoles todavía discuten el cambio de nombre de las calles y la eliminación de otros símbolos de la dictadura, si bien casi todas las estatuas de Franco fueron retiradas de los lugares públicos. Sin embargo, la polémica acerca de qué hacer o qué permitir con respecto a los íconos de un pasado doloroso y poco revisado, creció desde hace un año, cuando los partidos de izquierda ganaron las elecciones municipales de las tres ciudades más grandes de España: Barcelona, Madrid y Valencia.

La relación de los pueblos sometidos por las autocracias del siglo XX suele ser conflictiva y cada una tiene sus particularidades. Alemania con el nazismo y España con el franquismo tienen similitudes pero grandes diferencias. Cómo y qué conservar de la memoria dolorosa de los pueblos es un legado de los conflictos del “siglo corto”.

La vida de la “Victoria” o “España Victoriosa” recorre la sinuosidad relación entre el arte y la política, al igual que la estatua ecuestre de Franco. Marès la había concebido como República en 1932 para un concurso municipal de Barcelona para la decoración del obelisco. La obra ganadora resultó ser de Viladomat y Marès quedó relegado al segundo puesto.

Lo que nació como iniciativa de la Segunda República, finalmente y luego de la Guerra Civil Española, fue inaugurada hace 76 años a los pies del obelisco de la plaza Joan Carles I, por el régimen franquista, como celebración de su primer año de ocupación de Barcelona. La obra original era una mujer con el torso desnudo, pero ante la lógica petición de los estamentos eclesiásticos victoriosos con Franco, el artista cubrió sus senos con la blusa broncínea de la censura. Hace cinco años fue retirada y encerrada en el depósito del Museo Histórico de Barcelona. Es decir que La Victoria fue concebida por la República, inaugurada por el franquismo y retirada por la democracia.

Es probable que estas esculturas controversiales, nacidas para honrar determinados hechos históricos permanezcan en ámbitos vinculados al arte y queden a salvo de aquello que por acción u omisión quisieron destacar. Y probablemente algunas de ellas sean la materia prima de nuevas obras, previo paso por el crisol.

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