Quienes fundaron una cosmovisión de la economía premoderna, como Aristóteles, lo hicieron en el marco de considerar que somos seres sociales y que en la “oikonomos” tanto de las familias, como de las comunidades y de la polis debía predominar la “buena voluntad” (philia).
Ella se expresa en un comportamiento de “reciprocidad” (antipeponthos), como una disposición para asumir las cargas que tiene un rol y para un compartir mutuo. El filósofo también distingue la crematística vinculada al “arte de aprovisionarse” -en la negociación que se da en el intercambio-, del “arte de ganar dinero” derivada del afán de
lucro.
En la modernidad, y la formulación de la economía como ciencia, pensadores como David Hume y Adam Smith señalaron la importancia de una forma de empatía necesaria para un buen clima de negocios: la denominaron “simpatía” (también podríamos asignarle el sinónimo de “cordialidad”). Eran conscientes de los conflictos que podían producir las pujas de intereses en el capitalismo liberal y que el Estado debía poner un marco legal general -aunque mínimo- acorde para su última resolución. Y si bien no consideraban que era aplicable la benevolencia fuera de un ámbito íntimo, señalaron la relevancia general de la
“simpatía”.
De acuerdo con Pena López y Sánchez Santos (2007. El problema de Smith y la relación entre moral y economía, Departamento de Economía Aplicada I, Universidad de A Coruña, SEGORÍA. Revista de Filosofía Moral y Política N.o 36, enero-junio, 2007, pp. 81-103), Smith señala en su obra “Teoría de los sentimientos morales” que la simpatía es un acto
de «ponerse en lugar de» y «padecer con». En virtud de dicho acto y mediante ciertas habilidades imaginativas condicionadas por la proximidad, cada hombre forma una idea de cómo se sienten otros, considerando cómo se sentiría él en tales circunstancias y al mismo
tiempo se identifica con ellos. De esta caracterización de la simpatía se pueden extraer tres implicaciones. Primero, se evidencia la doble dimensión del hombre ya que la simpatía no puede ser considerada un principio egoísta. Segundo, pone de manifiesto la generación de un vínculo con las experiencias ajenas. Finalmente, destaca que no se trata sólo de una transferencia emotiva sino que es cognitiva y base de la aprobación moral.
Más adelante los autores mencionados citan el siguiente párrafo de Smith «Una sociedad de personas puede subsistir, como la de comerciantes, en razón de la utilidad mutua, sin ningún amor o afecto mutuo (…) por un intercambio mercenario. Pero la sociedad no puede
subsistir entre quienes están constantemente prestos a herir a los otros».
Ahora bien, ¿cómo encuadrar a la simpatía o cordialidad, como forma de empatía? Para ello hay que referirse a pensadores como Daniel Goleman (Inteligencia Social, Kairos, 2006), quienes indican que la psicología actual emplea la palabra empatía en tres sentidos diferentes:
1. conocer los sentimientos de otra persona,
2. sentir lo que está sintiendo y
3. responder compasivamente ante los problemas que la aquejen.
Tres variedades diferentes de la empatía que parecen formar parte de la misma secuencia 1-2-3, es decir, le reconozco, siento lo mismo que usted y actúo para ayudarle. Este último aspecto, de “empatía compasiva” está relacionado con el concepto de “benevolencia”. Para
Smith y los pensadores del liberalismo económico, sólo podía darse en el ámbito privado o interpersonal íntimo, pero no en el campo socioeconómico ni tampoco que lo asumiera el Estado.
Sin embargo, con el tiempo, lo anterior fue cambiando en diversas experiencias históricas. En lo socioeconómico, cincuenta años luego del fallecimiento de Smith, emergió la experiencia de los Pioneros de Rochdale con el cooperativismo que hoy cuenta con más de dos mil millones de personas en el mundo. En el siglo XXI sabemos que hay múltiples manifestaciones donde los negocios no son incompatibles con la empatía compasiva. Se pueden citar numerosos ejemplos, como en el caso argentino la exitosa experiencia de “Alamesa” (promovida por el científico Fernando Polack), la de Sekem en Egipto, el movimiento economía de comunión (dentro del catolicismo), la economía del bien común, las empresas del sistema “B” o triple impacto, la economía ecológica… entre otras.
En lo que se refiere al papel del Estado fue mutando del “estado gendarme” a uno con un rol más activo para abordar los desequilibrios económicos y sociales que producía un capitalismo sin ningún tipo de regulación o presencia más activa. Fue tomando distintas formas o modalidades comenzando por el “welfare state” (“estado de bienestar”) y por las políticas impulsadas por corrientes como la socialdemocracia, el socialcristianismo y afines en distintos países. Tuvo éxitos y fracasos en lograr mitigar o resolver esos desequilibrios dependiendo del contexto y de los modos de implementación.
Sí podemos afirmar que las mismas lograron mayor cohesión social y territorial en países -como es el caso de la Unión Europea- pero también generaron excesivas regulaciones, distorsiones y abusos. El caso extremo de esto han sido las experiencias populistas en diversos países del mundo (incluido el nuestro) que bajo una sana iniciativa de justicia
social y de otorgar justos derechos a los trabajadores, incurrieron en prácticas paternalistas, corporativas y clientelares muy cuestionables.
Tal vez deberíamos utilizar más el concepto de equidad, a fin de salir de un debate estéril sobre qué entendemos o no sobre justicia social.
Uno de quienes ha formalizado una teoría de la justicia como equidad, fue John Rawls en 1971. La misma consiste en dos principios:
Primero: Cada persona debe tener un derecho igual al esquema más extenso de libertades básicas iguales compatible con un esquema similar de libertades para otros.
Segundo: Las desigualdades sociales y económicas deben de resolverse de modo tal que:
a) los cargos y puestos deben de estar abiertos para todas las personas bajo condiciones de igualdad de oportunidades (justa igualdad de oportunidades), b) resulten en el mayor beneficio de los miembros menos aventajados de la sociedad (el principio de la diferencia).
El primero de los dos principios es conocido como principio de la libertad, mientras que el segundo, reflejando la idea que la inequidad es sólo justificada si permite la ventaja de los más desposeídos, es llamado principio de la justicia social. Rawls, desde un enfoque liberal, hace notar que el primer principio tiene preferencia sobre el segundo, así como dentro del segundo principio, la parte “a” tiene preferencia sobre la parte “b”.
En este marco. el estado debería garantizar la igualdad de oportunidades como es el caso de una educación de calidad (en particular para los sectores más vulnerables) y otros derechos sociales que nuestra Constitución nacional establece, más allá de la ideología o
o cosmovisión que cada quien tenga.
En el caso argentino, queda pendiente el interrogante de sí más allá de valorar los logros en materia fiscal, de baja de la inflación y de adecuadas medidas de desregulación o eliminación de organismos públicos (con la salvedad de lo cuestionable de su decisión e
implementación en algunos de ellos), podemos encarar un desarrollo con equidad social y territorial implementando las medidas adecuadas para su logro eficaz y sustentable en el tiempo. Ojalá el debate ciudadano y político pueda enfocarse en esa dirección. Sin duda nos conduciría a una Argentina mejor.
Publicado en Clarín el 8 de julio de 2025.
Link al diario Clarín: https://www.clarin.com/opinion/empatia-equidadsocial-
economia_0_ZH66f8TmJ8.html