El término «eje» utilizado para designar un bando de la Segunda Guerra Mundial fue acuñado por el líder fascista italiano Benito Mussolini. En octubre de 1936, en oportunidad de firmarse el tratado de amistad entre Italia y Alemania, Mussolini refirió a la relación entre ambos países como el «eje Roma-Berlín» bajo cuya influencia geopolítica otras naciones europeas se sumarían.
Al igual que Hitler, Mussolini recelaba del débil organismo de la Sociedad de las Naciones – la Alemania nazi ya se había retirado para entonces – pero Italia todavía formaba parte, por lo que en el protocolo de amistad se expresaba que Roma representaría los intereses de Berlín. Ambos líderes autocráticos estaban embarcados, tanto en asegurarse una porción del reparto de las colonias africanas, acaparadas por sus pares europeos, como en unirse frente a la amenaza comunista. Digresión: ese mismo año Atahualpa Yupanqui y Romildo Risso compusieron “Los ejes de mi carreta”.
El Eje, tal como lo conocemos, incorporaría luego a Hungría, Rumania, Bulgaria, Eslovaquia y Finlandia. Y recién en 1940 se completaría tal cual lo conocemos más extendidamente, con la incorporación de Japón cuando el emperador Hirohito suscribió con Alemania e Italia el Pacto Tripartito que estipulaba asistencia mutua en cuestiones militares, políticas y económicas.
Hoy, los analistas políticos han “etiquetado” con el mismo concepto a una unión de conveniencia integrada por China, Rusia, Corea del Norte e Irán, con aliados menores. La pertinencia de ese rótulo es meramente propagandística, puesto que remite al “eje del mal” o las Potencias el Eje de mitad del siglo XX sin detenerse en observar las grandes diferencias que hay entre los cuatro países que sólo tienen en común la ausencia de una democracia liberal.
Los une la interpelación persistente hacia Occidente al rol de gendarme de los EE.UU. y a su poderío económico mundial que nació y ostenta desde 1945, del mismo modo que Italia y Alemania querían hacerse un lugar ante Inglaterra y Francia dentro del orden mundial colonial de entonces.
Además, comparten algunos rasgos comunes en donde se destaca el pragmatismo en la resolución de necesidades mutuas. China puede comprar petróleo ruso para aliviar las sanciones económicas impuestas por Occidente desde la Operación especial lanzada por Moscú sobre Ucrania; también puede compartir información y tecnología bélica, pero no se moverá de allí. Lo mismo con Irán, que suministra drones y misiles a Rusia al tiempo que provee a China de petróleo barato, recibiendo a cambio el apoyo político de Pekín al gobierno de Teherán, siempre y cuando no se trate de acciones de guerra.
En ese sentido hemos asistido a la “soledad” de Irán ante el ataque conjunto de Israel y los EE.UU. a su infraestructura y al exterminio de su cúpula militar. China y Rusia denunciaron la flagrante violación al Derecho internacional de esas acciones, pero la defensa quedó en la retórica. Por suerte.
Estos cuatro países, dos de los cuales pueden considerarse potencias – China y Rusia – no han firmado pactos como el Tripartito de 1940, ni han señalado a un enemigo común, ni abjuran de los organismos supranacionales. Más aún, son potencias globalistas en momentos en que Occidente se repliega sobre sí mismo. EE.UU. abandona el soft power y su Administración busca desplazar el Derecho Internacional por el acuerdo en torno a la Voluntad de los Líderes.
Son tiempos difíciles de dilucidar, de retroceso democrático, de acusaciones de “comunismo” dentro de Occidente y de redadas antiinmigratorias al mejor estilo de las SS nazis en los barrios de los EE.UU. Hay desconcierto porque el denominado “Eje” actual no pregona ideología alguna a la vez que el líder de Occidente socava la democracia liberal que fue su mayor fortaleza desde 1945 con argumentos ideológicos de la llamada “batalla cultural”.
Tal vez se haya corrido el velo del que nos hablaba Antonio Gramsci, desde la cárcel fascista, que permitía mantener ocultos los hilos del poder de un determinado sistema dominación y hoy asistimos al espectáculo de la desnudez del poder, cual reality show, donde ya no hay pudor por lo que sucede ni vergüenza por los diferentes genocidios que se perpetran en distintas partes del mundo sin que haya una condena unánime.
En Occidente el 50% de las personas están de acuerdo tal como prueban la votación de la Gran y Hermosa Ley que dará a Trump – con un ajustado 218 a 214 en el Congreso – el marco para una enorme transferencia de recursos de abajo hacia arriba; o el 50% de apoyo que tienen líderes autocráticos en varios países de este otro Eje Occidental, el de la ultraderecha, que está imponiéndose frente al humanismo que no hace pie en su derrumbe.
Y no se trata de decir que China, Rusia, Irán o Corea del Norte son modelos a seguir, se trata de señalar que el modelo de Occidente ya no atrae y se parece más a sus rivales de antaño, al tiempo que tiene cada vez menos que ofrecer.
Publicado en Relato mata dato el 6 de abril de 2025.
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