sábado 28 de junio de 2025
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Un museo de grandes novedades

Caía el muro de Berlín y FRANCIS FUKUYAMA predijo el fin de la historia. Una hipérbole de
quién veía un nuevo equilibrio con la extinción del comunismo como alternativa a la dialéctica que dominó el mundo durante mucho tiempo.
Fue un error: la historia es un museo de grandes novedades en constante mutación; no para.
Lo que estamos presenciando en los últimos meses es un cambio de un régimen que rigió
durante un largo período de estabilidad. Se lo entiende mejor si se identifica el concepto básico que lo impulsa: la fuerza subyuga a la ley. Es tan simple y potente como eso. Deja de dominar el derecho y toma preeminencia la ley del más fuerte.
No es nuevo en la historia. Siempre existió esa tensión, tan bien sintetizada por SARMIENTO en la frase “civilización o barbarie”. Para los estudiosos del derecho, remite a la rivalidad entre HANS KELSEN y CARL SCHMITT. Uno proponía la primacía del orden jurídico, el respeto a la ley como fundamento civilizador; el otro promovió lo que se dio en llamar decisionismo: no importa tanto la ley como la decisión; resuelve la asincronía entre la necesidad de dar respuestas y la supuesta lentitud institucional, con una forma de acción efectista y rápida.
La versión kantiana dominó estas décadas. Se elaboró un esquema jurídico que encontró reflejo en el derecho internacional. Primaron dos principios: no se pueden tomar acciones
preventivas contra otros Estados sin un argumento o justificativo; y lo que se llamó en
tratados la cláusula de la nación más favorecida, que impidió los tratos desiguales, aún entre aliados y adversarios. Tuvieron efectos benéficos en el comercio internacional, evitando la imposición como elemento de cohersión, después de la triste experiencia que dio pie a la segunda guerra mundial. También en la profundización de los derechos humanos en todos los frentes.
Ese esquema es el que está cayéndose a pedazos. A toda velocidad, como el muro de Berlín. Lo llamativo es que es Occidente el que impulsa esa implosión, cuando todo el mundo esperaba que la presión viniera de Oriente. Se podría decir que es una destrucción masiva autoinfligida. Bajo esta nueva concepción, todo se basa en negociaciones agresivas que, cuando no funcionan, pueden terminar en el uso de la fuerza. De nuevo, prima la decisión, y el derecho pasa a un segundo plano.
Dejemos de lado las melancolías para centrarnos en las consecuencias de estos cambios, que son muchas y son profundas. Estamos ante un nuevo ecosistema. Eso de la seguridad jurídica y la estabilidad, hay que dejarlos en el olvido; viejos totems que mueren. Ahora lo que importa es la decisión, como se dijo, a velocidad de vértigo.
Los riesgos son grandes, enormes: el problema aparece cuando se asienta el polvo y se cae en la cuenta que nada cambió o, lo que es peor, que estamos peor que antes de la decisión. Y lo que sigue es dejar el problema acrecentado y seguir con otro, para llevarlo al mismo estado. Y así, hasta que en un momento la agenda sin resolver es tan grande, que termina en la fábula del pastor mentiroso.

Fukujama estaba equivocado: veo el futuro repetir el pasado, y el tiempo no para.

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