sábado 28 de junio de 2025
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Esopo y la guerra de Irán

La moraleja de Esopo, “cuidado con lo que deseas” sería un buen colofón para un análisis de los posibles desenlaces de la guerra de Irán.

Sin duda, el régimen autoritario teocrático de ese país es una amenaza para el Medio Oriente, el área más volátil del mundo. No solo por su obsesión con destruir Israel, sino también por su financiamiento, provisión de armas y adoctrinamiento a “proxies”, milicias irregulares que son fuertes agentes de conflicto y desestabilización en los territorios palestinos, el Líbano, Siria, Irak y Yemen. Todo esto agravado, claro, por el hecho de que su campaña de décadas en pos del armamento nuclear parece estar muy cerca de culminar exitosamente.

El problema, para las potencias occidentales, es evaluar las consecuencias previsibles del colapso del régimen, sea este o no un objetivo buscado por ellas.

Al principio de esta guerra, tanto Israel como Estados Unidos planteaban como fines centrales la destrucción de instalaciones atómicas y del stock misilístico, pero líderes de ambos países han estado aludiendo, en los últimos días, al fin del régimen, sea como posible consecuencia, no precisamente lamentada, de una previsible derrota, o como un resultado deliberadamente perseguido.

¿Qué pasaría en ese caso? Una transición a la democracia en Irán parece poco probable. Una gran parte de la población es secular y está atraída por la cultura e instituciones occidentales, pero el país carece de tradiciones democrático- liberales, y no existe un liderazgo organizado empujando en esa dirección. Una transición similar al de los estados post-comunistas de Europa Central o muchos post-autoritarios de América Latina es muy improbable en un país cuya trayectoria institucional y cultural carece de los mojones clave del itinerario político occidental: la Ilustración, las revoluciones democráticas, los regímenes liberales de los dos siglos pasados.

Pero un cambio de régimen podría producir otros dos resultados más probables que la democratización, uno funcional y otro extremadamente riesgoso para los intereses estratégicos occidentales.

El primero consistiría en el surgimiento de un régimen autoritario moderado, sin intenciones agresivas hacia otros países de la región, e interesado en estrechar vínculos con Occidente: un desenlace parecido al de Egipto luego del golpe de Abdel Fattah El-Sisi, o más recientemente al de Siria con el de Ahmed al-Sharaa.

El escenario plagado de riesgos sería uno en el que el colapso del gobierno provoque la desarticulación del estado iraní, el cual está fuertemente politizado, como es común en los regímenes autoritarios más ideológicos. La consecuencia sería un estado muy debilitado, con control territorial desigual y frágil, y con regiones no gobernadas centralmente, como ocurrió en Irak desde el derrocamiento de Saddam Hussein.

Una posibilidad más extrema aún sería un estado fragmentado, como el de Libia desde la caída de Muammar Gaddafi. Este último resultado no es improbable en un pais multi-étnico como Irán, con fuertes minorías azeri y kurda concentradas en regiones periféricas, y en el contexto de crisis política y económica agudas.

La contingencia peligrosa, para la región y los países occidentales, se presentaría si, en alguna de esas regiones no controladas por el gobierno central, emergiera un liderazgo más radical aun que el del régimen actual; o se establecieran organizaciones jihadistas estilo Al Qaeda o Isis.

En un país, recordemos, poseedor del know-how para refinar uranio a niveles de pureza requeridos para la producción de bombas atómicas, y que dispone, según cálculos actuales, de no menos de mil misiles balísticos.

Esta sería una “tormenta perfecta”, que desencadenaría una guerra terrestre como respuesta. Pero no habría muchos estados occidentales o del Medio Oriente interesados en ocupar, aunque fuera en parte, un país de 90 millones de habitantes.

Lo que nos retrotrae a la moraleja de Esopo. La diplomacia no pudo evitar esta guerra, por deficiencias estratégicas tanto del gobierno iraní como de los occidentales con los que negociaba: Irán subestimó el grado en el que Israel, Estados Unidos, y en menor medida los países europeos acudirían a la fuerza si las discusiones fracasaban, y estos gobiernos no plantearon esa alternativa con la suficiente credibilidad.

Pero solo la diplomacia, respaldada ahora por la ofensiva bélica de la última semana, podría forzar al régimen a eliminar totalmente su programa nuclear a cambio del levantamiento de sanciones económicas, y reducir así el riesgo de los resultados más peligrosos.

El costo para Occidente, claro, sería la supervivencia del poder de los ayatollahs, pero se trataría del gobierno más débil desde la revolución de 1979, y cuya capacidad para desestabilizar o atacar a otros países de la región, o llevar a cabo ataques terroristas fuera de ella sería muy reducida. Para cerrar con otra máxima, de Voltaire en este caso, lo mejor es enemigo de lo bueno. O, como se dice en la Argentina, lo bueno “es lo que hay”.

Publicado en Clarín el 25 de junio de 2025.

Link https://www.clarin.com/opinion/esopo-guerra-iran_0_X61B8alPc0.html

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