viernes 16 de mayo de 2025
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Pepe Mujica

A Pepe Mujica lo conocí porque integré como periodista una comitiva que lo acompañó durante una semana en una gira electoral. Lo vi por primera vez en un pueblito cerca de Canelones. El saco le quedaba grande; la camisa, chica; la raya del pantalón hacía rato que se había perdido en el tiempo, los zapatos reclamaban betún como el sediento reclama agua. Una colega argentina me dijo: “Ese hombre con esa ropa y esa pinta no puede pretender la presidencia de Uruguay”. No sé qué le contesté, pero lo cierto es que un año después ese ” croto” fue electo presidente y, como nota a pié de página registro que mi colega a los dos días de escucharlo estaba fascinada con el personaje. Cosas que pasan
No me voy a extender en sus datos biográficos, salvo decir que fue no de los principales dirigentes de Tupamaros, que a esa militancia la pagó con trece años de cárcel, que recuperada la democracia dijo adiós a las armas y luego de una intensa actividad política que incluyó banca de diputado y senador y ministerio de Agricultura, concluyó con sus cinco años de presidente. Una historia que se parece auna novela. El izquierdista, el guerrillero, el condenado a perpetuidad en una celda parecida a una cueva, elegido para ejercer la máxima autoridad política de la nación. En todas las circunstancias fue para sus amigos y adversarios, el Pepe. Su modestia, su austeridad, su estilo de vida en una chacrita, fueron proverbiales y le dieron una inmensa autoridad moral para ejercer el difícil oficio de la política. El temible dirigente guerrillero devino en político práctico cuya fuente de sabiduría nace del sentido común y la astucia del hombre de campo que conoce la vida, sus rigores sus astucias y sus alegrías.
Después de trece años de cárcel, Mujica fue entrevistado por periodistas e hizo las siguientes declaraciones: “No tenemos línea, no podemos tenerla porque nuestros cerebros están ignorantes. El puñado de viejos dirigentes Tupamaros que ha quedado es apenas un palito para que la colmena se aglomere a su alrededor, pero lo esencial no es el palito, sino la colmena. La lucha armada es cosa del pasado. O hacemos política en serio o la otra alternativa es sentarnos en el cordón de la vereda a tirarles piedras a los que pasan”
Sus reflexiones me recuerdan a una singular mezcla entre Atahualpa Yupanqui y Jauretchea . De aquella gira por diez o doce pueblos de Uruguay anoté algunas impresiones.No es cínico, no es hipócrita, no es un vulgar demagogo  y mucho menos un improvisado intelectualmente.. A Mujica, los libros no lo alejan de la realidad, lo acercan, pero ese acercamiento es el producto de un esfuerzo de observación, de un aprendizaje.
El Pepe es uno de los dirigentes que con más audacia ha revisado los paradigmas dogmáticos de la izquierda. “Estoy más cerca de Marx que de Lenín, porque no creo que una sociedad pobre pueda plantearse una sociedad superior”, les dice a quienes lo critican cuando afirma que es necesario crecer económicamente y después asumir el desafío de la distribución.
Considera que al pasado no se lo puede olvidar, pero como dirigente político está interesado en el futuro; entiende que hay que aprender a transformar pero también a conservar. Habla con sentencias y aforismos. Es campechano, pero no es vulgar; su alegría es sobria; no es ruidosa, apenas un gesto, algo parecido a una sonrisa. Es popular porque lo es, pero no anda repartiendo abrazos ni posando para los fotógrafos y las cámaras Su pasión es la política, pero dice que es feliz cuando trabaja en su chacra o se toma un vino en el almacén de la vuelta con los amigos. Su humor no agrede, sus conclusiones siempre están abiertas; Mujica es un hombre curioso, abierto al conocimiento humano y al misterio del mundo. No reniega del marxismo pero tampoco lo transforma en un libro sagrado.
Una anécdota lo pinta de cuerpo entero. En 1994, el policía que cuidaba la playa de estacionamiento del Congreso se acercó al hombre de aspecto humilde que acababa de estacionar su destartalada motoneta Vespa al lado de los autos oficiales.
—¿Se va a quedar mucho tiempo? -le dijo respetuosamente el agente, como dándole a entender que estaba estacionando en el lugar equivocado.
Mujica lo miró y le dijo con ese tono que sólo se aprende en la universidad de la calle: —Y… si los milicos no me echan pienso quedarme unos cinco años. Fue allí cuando el policía se enteró de que ese hombre mal entrazado era el flamante diputado José Mujica.
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