domingo 11 de mayo de 2025
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Quo vadis Europa?

Celebrar el 9 de mayo, Día de Europa, es ante todo recordar el glorioso legado de la construcción europea, que logró la pacificación y la reconciliación de los países europeos tras los dos suicidios colectivos de la primera mitad del siglo XX.

Pero ochenta años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, cabe destacar la extrema importancia que reviste el 9 de mayo este año, fecha que coincide con las celebraciones en Rusia de la capitulación del Tercer Reich, el Día de la Victoria en Rusia.

Dos visiones del mundo se oponen. Europa impulsa un proyecto de paz, apertura y libertad que constituía la esencia misma de la Declaración de Robert Schuman hace setenta y cinco años. Sin embargo, precisamente por su éxito y su poder de atracción en el Este de Europa, Putin desea aniquilarlo. Hoy en Ucrania, y mañana en toda su frontera oriental, el proyecto europeo se ve amenazado por el proyecto autoritario y neoimperialista del presidente ruso.

La amenaza es incluso más amplia. Desde hace varios años, los principios políticos y jurídicos de la democracia liberal sobre los que se asienta la Unión Europea son objeto de ataque. A nivel interno, las corrientes neonacionalistas hostiles al liberalismo político cuestionan los valores europeos y toman como modelo a Vladímir Putin o a Donald Trump.

A escala internacional, la Unión Europea es hoy la única gran potencia —al menos en el plano económico— que no está sometida a un ejercicio solitario y autoritario del poder en el ámbito político ni a la dominación de una oligarquía. Apenas cien días después del regreso de Trump a la Casa Blanca, queda claro que la nueva Administración estadounidense también se ha lanzado a una guerra ideológica y cultural contra los valores y los principios del liberalismo político y de la economía social de mercado que fundamentan la Unión Europea. La Conferencia de Seguridad de Múnich actuó como un revelador de esta fractura en el seno mismo de Occidente.

Uno de los elementos característicos clave de las nuevas relaciones internacionales a las que se enfrentan hoy los europeos reside en una alianza —incluso no formalizada— de oligarquías autoritarias e iliberales constituidas en torno a las órbitas estadounidense, china y rusa. Esta alianza contra natura encuentra su punto de convergencia en el ataque contra lo que encarna la UE: una comunidad política y jurídica que permanece aferrada a un orden constitucional que protege las libertades y el Estado de derecho, y que se basa en la separación y el equilibrio de poderes. Eliminar este modelo significaría abrir la vía al ejercicio arbitrario del poder, cuestionar la igualdad entre los ciudadanos y despejar el camino para la utilización del poder político en beneficio del enriquecimiento financiero de unos pocos.

Son causas históricas, políticas y geopolíticas las que unen a los Estados y a los ciudadanos de la Unión Europea. Ahí es donde reside, además, el valor fundacional de Europa: la unión primero trajo la paz y ancló la democracia antes de generar la fuerza. Dicho de otro modo, el valor fundacional de Europa reside en la necesidad de permanecer unidos, es decir, unidos geopolíticamente, y de protegerse del retorno a la tentación autoritaria, dictatorial e incluso totalitaria. Los europeos se sienten europeos porque saben que sus historias (pasadas y futuras) son indisociables y que constituyen una comunidad de destino.

Por ello, los europeos deben defender a toda costa sus principios políticos y democráticos y su modelo de sociedad, puestos en peligro por la emergencia de un nuevo régimen en la política internacional. Este se caracteriza por la transición de una oposición entre democracias liberales y regímenes autoritarios a un orden internacional dominado ahora por la doble brecha entre oligarquías y no oligarquías en el plano político, por un lado, y entre economía de mercado liberal y capitalismo iliberal, por el otro.

Para resistir, los europeos deben mantener su cohesión y unidad en torno a los principios políticos que fundamentan la UEY deben demostrar que son una fuerza geopolítica que se hace respetar, que cuenta con numerosos aliados y que apoya a quienes desean seguir su camino. Si la Unión Europea se convierte en el punto de encuentro de las democracias liberales y las economías abiertas, si su apoyo a Ucrania sigue siendo lo suficientemente fuerte incluso en la adversidad, y si los Estados miembros se dotan de los medios para protegerse eficaz y solidariamente contra un invasor potencial, entonces la Unión Europea no solo podrá proteger su soberanía, sino también reforzar su identidad colectiva.

Jean Monnet, al inicio de la Segunda Guerra Mundial y posteriormente a su término, pensó que la unidad militar era la condición para la independencia. Pero con la negativa de Francia a aceptar la unión franco-británica en 1940 y luego la Comunidad Europea de Defensa en 1954, hubo que invertir el orden y comenzar por la unión económica. La Unión Europea tiene hoy la oportunidad de consolidar su unión militar y geopolítica tras haber logrado la unión económica.

El problema es que la Unión Europea está fragmentada. En una situación en la que la UE y sus Estados miembros se encuentran en una posición de gran vulnerabilidad, dado el peso demográfico, económico y el poder militar que representa esta ‘alianza’ de oligarquías autoritarias e iliberales, Europa está tanto más expuesta cuanto que su fragmentación política le impide ponerse de acuerdo y tomar decisionesLa cuestión clave es, por tanto, ¿cómo organizar un sistema político tan fragmentado?

La experiencia de las crisis recientes sugiere dos vías. La primera es la de un frente unido de los líderes de las instituciones europeas para acordar unas pocas prioridades y concentrar el capital político en ellas; a escala de la Unión, esto fue lo que permitió salir de la crisis de la deuda soberana.

La segunda consiste en designar a una personalidad para dirigir las negociaciones sobre la base de un mandato que le confíen las autoridades políticas, informando regularmente a estas y apoyándose en la administración pública de manera transversal. A nivel europeo, esto fue lo que se implementó en el contexto del Brexit y lo que permitió garantizar la unidad y la cohesión europeas en las negociaciones con el Reino Unido. Se podría adoptar una solución similar para defender las posiciones europeas y entablar un pulso con Trump, con Putin o con Xi. Estos serían medios prácticos para remediar las debilidades inherentes a un sistema político fragmentado y para encarnar los valores e intereses europeos en la competición geopolítica y económica mundial.

A pesar de su fragmentación y poliarquía, la Unión Europea y sus Estados miembros deben aplicar el principio de que los europeos serán más fuertes juntosTanto en el ámbito militar como en el económico, esto no puede lograrse mediante la cooperación; esto supone la unión. Para ello, deben organizarse y prepararse para la batalla. Si los europeos no se comprometen en esta dirección, permanecerán bajo el fuego —en los frentes económico, de seguridad e ideológico— de todos aquellos que rechazan su independencia frente al retorno de las brutales relaciones de fuerza y las ambiciones neoimperiales.

Este 9 de mayo, mientras Putin escenificará una demostración de fuerza nacionalista e imperialista, es fundamental que los europeos afirmen la fortaleza de los valores democráticos y liberales, demuestren la unidad y la solidaridad europeas hacia Ucrania y, finalmente, nuestra identidad común. Esto es precisamente lo que está en juego en el contraste entre los dos 9 de mayo, que encarnan dos sistemas de valores, dos modelos de regímenes políticos, dos modelos de sociedad y dos enfoques opuestos de las relaciones internacionales y del uso de la fuerza.

Publicado en Agenda Pública el 8 de mayo de 2025.

Link https://agendapublica.es/noticia/19836/mayo-simbolo-pugna-entre-democracia-autoritarismo?utm_source=Agenda+P%C3%BAblica&utm_campaign=7409c9b1cb-EMAIL_CAMPAIGN_2020_10_08_05_49_COPY_01&utm_medium=email&utm_term=0_452c1be54e-7409c9b1cb-567855179

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