domingo 4 de mayo de 2025
spot_img

El arte político de odiar lo suficiente

I. Javiel Milei pareciera lamentarse porque la gente no odia lo suficiente a los periodistas. Siempre tan tierno, tan humanista, tan delicado. Karina y Yuyito no me dejarán mentir. En plenas Pascuas y durante los funerales del Papa, el señor presidente lanza esta consigna de combate. Hacía rato que no escuchaba un manifiesto de sinceridad tan elocuente porque, importa decirlo, el presidente podrá agradarnos o desagradarnos pero cree en lo que dice, por lo menos en este caso lo cree, es sincero y visceralmente veraz. Si me fuera permitido hacerle una pregunta, (aspiración utópica, porque el presidente ya tiene una lista, pequeña pero leal y eficiente, de periodistas encargados de esa faena) le solicitaría, con la mayor suavidad del caso para que no se encabrite y empiece a los gritos, cuánto mide el voltaje de ese odio, qué entiende él por “no es suficiente”. ¿Hay que odiar más? ¿Hasta dónde? ¿Hasta cuánto? ¿En qué momento pasamos de las palabras a los hechos, porque, bueno es saberlo, el odio no se resigna a ser un ente teórico, una declamación inocente, un juego verbal de abstracciones, el odio, según me contó un pajarito, reclama acción, objetos reales y palpitantes donde descargarse. ¿Cuándo esto ocurra el presidente habrá estimado que ya es suficiente o propondrá ir por más? Vaya uno a saberlo.

II. Por lo pronto algunas consecuencias provocan sus palabras. Milei no siembra en tierra seca. El periodista Roberto Navarro aún se está reponiendo de la golpiza que recibió hace un par de semanas, golpiza que no se la propinó un marido celoso o un hincha de fútbol, sino soldados militantes anónimos de la causa mileístas. Me dirán que MiIei no los envió a realizar esa dulce e higiénica tarea, que se trata de loquitos sueltos. Puede ser. Sobre locos y loquitos MIlei sabe mucho. De todos modos, quisiera estar seguro de que personalmente no azuzó a los agresores, porque cuando un presidente de la nación, un presidente que se distingue por cultivar seguidores que no odian lo suficiente a los periodistas, no resulta sorprendente que esos mismos seguidores se esmeren por estar a la altura de los reclamos del jefe. No sé si Milei festejó o consideró que a su muchachos se les había ido un poco la mano. No lo sé. Lo que sí sé es que cuando jugamos al carnaval con nafta, crecen las posibilidades del incendio.

III. Cuando se habla de estos temas no viene mal un poco de historia. Nos vamos a Italia.  Año 1925; Benito Mussolini está a punto de constituir la dictadura después de ese gran triunfo político que significó La Marcha sobre Roma, esa movilización de camisas negras cuya esmirriada manifestación en estos pagos fue el 17 de octubre de 1945. Mussolini controla los principales resortes del poder, pero algunos diarios y algunos diputados en el parlamento lo molestan. La dictadura no está lejos, pero para hacerla realidad hay que cerrar algunos diarios y matar algunos periodistas y políticos opositores. Mussolini no da órdenes directas, pero sus camisas negras saben lo que tienen que hacer. El diputado socialista Giacomo Mateotti, el mismo que les hace la vida imposible en el parlamento con sus denuncias, es emboscado por una banda de camisas negras y asesinado a golpes en la calle. ¿Como a un perro? Peor que a un perro. Después le toca saldar cuentas con el diputado comunista Antonio Gramsci, porque Mussolini ha dicho que “no podemos permitir que el cerebro más poderoso de Italia funcione ”. A la cárcel con él. Después es asesinado en una emboscada el periodista Giovanni Améndola. Los otros, al exilio. Digamos que en la Italia de los prolegómenos de Mussolini, la pedagogía del Duce había rendido sus frutos y sus seguidores habían aprendido a odiar lo suficiente. Finalmente el objetivo se cumplió. No hubo más parlamento, no hubo más prensa libre, no hubo más justicia independiente. El único diario abierto era fascista, los únicos jueces habilitados eran fascistas, el único periodista autorizado a escribir lo que se le daba la gana se llamaba Benito Mussolini, periodista desde hacía por lo menos quince años. Periodista y director de diarios. Mussolini fue fascista claro está, pero su profesión fue la de periodista. Y cuando tomó el poder se rodeó de periodistas fascistas porque al Duce, como a todos los autoritarios que en el mundo han sido, no le molestaban los periodistas en general sino los que lo criticaban. Me dirán que no es posible comparar a Mussolini con Milei. Es verdad, no es posible. El concepto de estado, el concepto de economía, pero sobre todo la coyuntura histórica que le tocó vivir a cada uno son muy diferentes. Pero en ese vicio viejo, perverso, algo siniestro y algo morboso de concebir el ejercicio del poder absoluto, me animo a decir que entre Milei y Mussolini no hay semejanzas pero hay afinidades. Y después, puntos suspensivos, porque del largometraje que está filmando Milei no conocemos aún el final. Una frase del Papa Ratzinger tal vez sea oportuno citar en estos días de ceremonias y funerales: “Un estado sin libertad y sin justicia no es más que una banda de ladrones”.

IV. Entre tantos preparativos, Milei se ocupó de dar a conocer a la opinión pública la lista de periodistas a los que aún no se odia lo suficiente. Si no me equivoco en esa lista figuran Carlos Pagni, Jorge Fernández Díaz, Víctor Hugo Morales, Marcelo Bonelli, Alfredo Leuco, Marcelo Longobardi, Ernesto Tenembaum, María O`Donnell, Joaquín Morales Solá, Luciana Geuna, Jorge Fontevecchia, María Laura Santillán, entre otros. Se supone que Milei odia a estos periodistas, pero también se supone que el mismo sentimiento hostil no guarda hacia algunos periodistas al estilo Luis Majul, Pablo Rossi, Esteban Trebucq, Jonatán Viale, Marina Calabró y Alejandro Fantino, entre otros. Digamos que Milei no odia a los periodistas en general, sino a los periodistas que lo critican. A Cristina le pasaba más o menos lo mismo. Ambos denuncian a los periodistas de “ensobrados”, pero hay buenos motivos para sospechar que los principales ensobrados son los que ellos ensobraban.

V. Frecuentar estas cloacas del poder no es un trabajo saludable. Coimas, sobornos, plata por debajo de la mesa, aprietes, avisos publicitarios de empresas estatales a granel. Y después el curso de “odiador”. Todo esto da mucho asco. Pero también asombro y disgusto. ¿Hasta cuándo los argentinos vamos a soportar estos actos de barbarie? ¿Hasta cuándo vamos a decir con aires de suficiencia que insultar, agraviar y amenazar desde el poder no es importante, que Milei “es así”, que nos hacía falta un loco para salir de la ciénaga en la que nos había enterrado el populismo? ¿Hasta cuándo? ¿Es necesario recordar que a la humanidad no le fue bien cada vez que corrió a refugiarse en los brazos del loco salvador?

spot_img
spot_img

Veinte Manzanas

spot_img

Al Toque

Martín D'Alessandro

La insoportable levedad de la política argentina

Alejandro Garvie

El tiro por la culata

Maximiliano Gregorio-Cernadas

La sociedad del hedonismo