El orden global de post guerra llegó a su fin. Los Estados Unidos de América dejaron de ser “el guardián de Occidente” para replegarse sobre sí mismos en materia de defensa y comercio, dejando desguarnecidos a sus viejos aliados estratégicos: Japón y Europa. El “antiguo” orden global garantizaba equilibrio geopolítico e integración comercial entre los principales bloques económicos del planeta.
Paradójicamente, el país más beneficiado por aquel orden ha decidido dinamitarlo. Y más paradójico aún, esto puede ser una gran oportunidad para la Argentina.
El presidente Trump parece preocupado por el déficit comercial, como lo estaban los mercantilistas del siglo XV hasta el surgimiento de las ideas liberales a fines del siglo XVIII.
Es sorprendente que nadie le haya explicado que el déficit externo de los Estados Unidos es básicamente un fenómeno macroeconómico. Poco tiene que ver con la microeconomía arancelaria o el proteccionismo de terceros países.
La principal razón de su déficit externo es su gigantesco déficit fiscal. Ese déficit es financiado a tasas módicas gracias al extraordinario ingreso de capitales producto del liderazgo indiscutido de los Estados Unidos en el capitalismo global y por ser el emisor de la principal moneda de reserva global, el dólar.
El mundo es una economía cerrada y, por tanto, el desahorro de unos se compensa con el ahorro de otros. Los economistas Dooley, Folkerts-Landau y Garber, en su trabajo “The revised Bretton Woods system” del año 2004, argumentan que algunos países están dispuestos a adquirir activos estadounidenses con bajos rendimientos como parte de un contrato implícito con los Estados Unidos, que les garantiza acceso a su mercado interno. Ese parece ser el caso de China en los últimos 20 años, por citar un ejemplo. Un contrato implícito que ha sido disuelto.
Antes que un síntoma de debilidad, el déficit externo norteamericano es consecuencia de su éxito. En el año 2006, los economistas Federico Sturzenegger y Ricardo Hausmann aportaron una novedosa explicación para el persistente desequilibrio externo de los Estados Unidos. Sturzenegger y Hausmann introdujeron el concepto de “materia oscura” en economía para explicar las discrepancias en las cuentas externas de países como los Estados Unidos. En su trabajo “Global Imbalances or Bad Accounting? The Missing Dark Matter in the Wealth of Nations” (2006), argumentan que las estadísticas oficiales subestiman los activos externos netos, ya que no se contabilizan adecuadamente ciertos “activos intangibles” fruto de las inversiones estadounidenses en el extranjero.
El déficit de cuenta corriente de un país supone un deterioro en sus activos externos netos. Y esto es algo que no puede sostenerse por siempre, porque las deudas en algún momento tendrán que pagarse. Pero si los activos en el extranjero aumentan de valor, sin ser registrados por las estadísticas oficiales, la posición externa neta del país no empeora tanto como sugeriría el déficit externo.
El país no se empobrece. Simplemente disfruta los beneficios de sus inversiones en el extranjero. Este es el punto de Sturzenegger y Hausmann, que utilizan el término “materia oscura” por analogía con la física, en donde una materia inobservable permite explicar el equilibrio en determinados sistemas, entre ellos, el universo.
En síntesis, el déficit externo de los Estados Unidos es fruto de su éxito y no de su fracaso. Un éxito que fue producto de su liderazgo global y sus inversiones externas, facilitadas por la desarticulación de las barreras al comercio.
La gran oportunidad
El multilateralismo y la integración comercial en base a reglas son fenómenos relativamente recientes. El Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT por su siglas en inglés) comenzó a funcionar en 1948, para crear un marco multilateral que promoviera el comercio internacional y evitara el proteccionismo que había caracterizado la década de 1930. La Organización Mundial del Comercio (OMC) fue creada hace apenas 30 años. Estas instituciones explicaron el período de crecimiento y prosperidad global más vigoroso que se tenga registros.
Paradójicamente, la ruptura del orden global de postguerra podría permitir que la Argentina abandone definitivamente su crónico aislamiento. En un seminario realizado en la bella ciudad de Madrid hace pocos días, para discutir las implicancias del nuevo escenario internacional, pensadores de todos los colores políticos coincidieron en lo siguiente: la vieja Europa debe “ponerse los pantalones largos”, crear su propia estrategia de defensa y recuperar su influencia geopolítica basada en los valores de Occidente. Empujar una agenda de modernización del Viejo Continente y una revisión de su pesado “estado de bienestar” y buscar alianzas estratégicas con bloques complementarios.
Y aquí viene la frutilla del postre: el Mercosur está primero en las preferencias y las prioridades, por su complementariedad y afinidad, seguido del resto de Latinoamérica. Un acuerdo que comience con el Mercosur y se extienda al resto de Latinoamérica podría crear un mercado de más de 1.000 millones de personas y un PIB superior a los 20 billones de dólares, apenas inferior al de los Estados Unidos (26 billones de dólares).
El acuerdo Mercosur-UE puede convertirse en un punto de inflexión para la Argentina. Permitirá integrarnos a un mercado maduro, de altos salarios, alto consumo y elevada productividad, con una fuerte demanda excedente de alimentos y energía. Pero también con alta demanda de productos industriales de calidad, servicios profesionales y de la industria del conocimiento, capaces de crear cientos de miles de empleos argentinos para la exportación.
La crisis del orden global nos abre una enorme oportunidad. Que la vieja Europa pueda volver a ser “el faro de Occidente” y que el Mercosur y la Argentina puedan ser parte de ese proceso, con los valores de integración comercial, democracia republicana y progreso bien entendido que fueron la marca registrada del orden global de post guerra liderado por los Estados Unidos. Un orden que, lamentablemente, parece haber llegado a su fin.
Publicado en Clarín el 8 de abril de 2025.
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