Los golpes de estado, o violenta interrupción del orden constitucional a través de trabas o prohibiciones, detenía o dejaba “congelada” la actividad política y de los partidos políticos.
Cuando el golpe militar de 1943 se disolvieron los partidos políticos, en 1966-Onganía- pasó lo mismo.
En otros períodos- por ejemplo en 1976- no se disolvieron los partidos, pero se prohibió su actuación pública, interrumpió la vida institucional, se cerró el Congreso, las Legislaturas y Concejos Deliberantes.
En una palabra, se impedía el surgimiento de nuevas figuras y se cristalizaba la dirigencia ya existente.
Es paradójico: precisamente quienes impedían el funcionamiento de los partidos y el desenvolvimiento natural de la vida política, eran los que después se quejaban por la falta de renovación de las estructuras partidarias.
Las viejas internas
Mis primeros escarceos en la vida política se dieron por allá en 1971 o 72, un grupo de jóvenes, incorporados al Radicalismo intentábamos llevar a la Presidencia a un joven abogado de Chascomús, un tal Raúl Alfonsín.
Las nuevas generaciones incorporadas a la vida cívica veníamos, como es lógico, con el empuje y entusiasmo revitalizador.
Pero el control del aparato partidario y los resortes del manejo interno lo seguían teniendo los veteranos dirigentes.
Se movían en gran medida, en base al sistema de “punteros” o referentes barriales, en su mayor parte aideológicos, pero leales al jefe.
Militaban en base a la política del favor personal , la “gauchada”- un trabajito, un remedio, un trámite en alguna oficina, sacar algún preso, etc-algunos se sabían el padrón de punta a punta, conocían cada afiliado, sus familias, gustos, afinidades, y, por supuesto necesidades.
La mayor parte de los “punteros”, en esas primeras confrontaciones, trabajaban para la corriente que lideraba Ricardo Balbín (Línea Nacional, como se llamaba su agrupación interna).
Unos pocos se encolumnaron con Alfonsín, (entre ellos recuerdo a Liborio Pupilo, dueño de una funeraria en Mataderos, que llegó a ser diputado nacional, y a quien conocí cuando yo también lo fui en 1983).
Nosotros, que veníamos con el idealismo propio de los años, pensábamos que las propuestas renovadoras que levantábamos habrían de seducir mágicamente a los correligionarios.
Pronto advertimos sin embargo que nuestro mensaje parecía tener más y mejor receptividad en la gente independiente, que en la adscripta formalmente al seno partidario.
Para adentro, el sistema de internas cerradas , hacía que pesase más el conocimiento, el amiguismo, el compromiso personal.
Y, por supuesto, las “efectividades conducentes” (dinero), y el manejo del “aparato”.
Eran elecciones internas donde votaba poca gente.
A lo sumo, el treinta por ciento de un padrón, por lo demás, artificialmente inflado.
Eran pocos los votantes que concurrían espontáneamente, la mayoría resultaban acarreados en autos, u otros vehículos.
Si en algún lugar fallaba la fiscalización, lo más probable es que hubiese más votantes que afiliados y que votasen hasta los muertos.
La primavera democrática
Pero, diez años después, en 1983, el panorama cambiaba: la experiencia de la reciente dictadura, la violencia, el horror que recién empezaba a conocerse, la derrota de Malvinas, inclinaban a la sociedad a valorar la democracia y las instituciones.
Entre ellas, los partidos políticos.
La gente se arrimaba a los comités, y pedía la ficha, ya no había que ir a buscarla casa por casa y afiliarla compulsivamente.
Y en las elecciones internas participaba e iba a votar el 60 o 70% del padrón, ya no pesaba tanto el manejo del aparato o el votante “acarreado”.
Esta bocanada de aire fresco favorecía especialmente a los renovadores: ahora quienes andábamos entre los 30 y 40 años, que, hasta poco antes peléabamos a brazo partido contra las viejas estructuras para ganar la minoría, nos encontrábamos en posibilidad de dirigir la conducción de los partidos.
Eso se daba en el Radicalismo, donde Alfonsín superaba varias derrotas anteriores y alcanzaba la conducción del partido, la candidatura y la Presidencia de la Nación.
Y al Peronismo que, dejaba de lado su tradicional verticalismo, y elegía sus candidatos en elecciones internas.
Vuelta atrás
Pero eso duró poco tiempo: la frustración de las exageradas expectativas que despertara la restauración democrática fueron, poco a poco alejando al ciudadano común de la vida política, sobre todo de la participación formal en la vida de los partidos.
Fue decreciendo el número de afiliados que participaba en los comicios internos, en algunas ocasiones no votaba ni el 10% de un padrón ya desactualizado, muy poca gente se afiliaba, eran más los que se separaban pasivamente.
Volvió a predominar el manejo del “aparato” electoral y los medios económicos.
Internas abiertas
Se pensó solucionar este inconveniente aplicando el sistema norteamericano de elecciones primarias abiertas, es decir que , para elegir candidatos pudiesen votar personas no inscriptas en el padrón partidario.
Pero entonces apareció el obstáculo insalvable de la tradicional “viveza” criolla: ¿cómo se podría evitar que los simpatizantes de un partido votaran masivamente en la interna del otro para elegirle el peor candidato?¿o que existieran acuerdos cruzados entre dirigentes de una u otra fuerza partidaria para intercambiarse “favores”?
Las PASO
Con la intención de aventar estos temores es que surgió, en 2009, la iniciativa de las Primarias Abiertas Simultáneas y Obigatorias (PASO) (ley 26.571.
Esto es: todos los partidos inscriptos deben realizar sus internas para elegir candidatos a cargos públicos en forma simultánea, el mismo día y votando en las mismas urnas.
Votan todos los ciudadanos y ciudadanas , afiliados o no a una fuerza política.
El voto es obligatorio y fiscalizado por autoridades nacionales.
No es un sistema perfecto o ideal, si es que en esta materia puede existir algo así.
Pero tiene, a mi criterio, y pese a sus inconvenientes, innegables ventajas sobre todo lo que se ha venido ensayando. Veamos:
a) La simultaneidad de las elecciones impide que el miembro o cercano a un partido pueda votar o intervenir en la elección del otro. Si lo hace, se frustra la posibilidad de elegir en el suyo.
b) El hecho que se trate de elecciones abiertas permite a la opinión independiente, que hoy es la inmensa mayoría, participar en la selección de los candidatos que presentaran los partidos.
c) El voto obligatorio disminuye la importancias de los aparatos y los votantes “acarreados”
d) El colocar un límite porcentual de votos a los precandidatos obra como un flitro a la oferta electoral: en las elecciones de 2023 se presentaron cerca de veinte candidatos presidenciales. Después de las pasos quedaron seis.
e) La ley obliga a realizar la elección aunque el partido presente un solo candidato, lo cual, en apariencia, la torna innecesaria. Es un inconveniente, es verdad, Pero, de todas formas , la ciudadanía siempre puede manifestar su desagradoo ante la oferta única votando el candidato de otro partido.
f) Se aduce , que las PASO se transforman, en la práctica, en una especie de encuesta preelectoral ya que permita avizorar, antes de la elección general , la preferencia de lo votantes. Tambien hay algo de cierto, (aunque quizá no sea del todo malo esquivar a los encuestadores profesionales, que más de una vez ,”equivocan” sus pronósticos). Sin embargo la experiencia, tanto del 2015 , elección de Macri, como la reciente de Milei, demuestran que el candidato ganador no siempre es el que saca más votos en primaria.
Los otros inconvenientes que se mencionan son, por un lado el hastío de los votantes en acudir a las urnas tres y a veces hasta más veces, según el distrito. Y, por supuesto, el costo económico.
Respecto a lo primero, puede ser verdad el fastidio de cierta gente. Pero en este punto es mejor pecar por exceso que por defecto: esto es reiterar la obligación eleccionaria de la gente que retacearla.
El costo económico, si significa perfeccionar o mejorar mecanismos democráticos, nunca será excesivo. Por lo demás, si, para votar se implementa la boleta única ello traerá como consecuencia una notable disminución del gasto.
Pueden existir otros elementos o iniciativas para mejorar el funcionamiento del sistema.
Pero, con todas sus falencias, reales , supuestas o exageradas creo que ha mostrado su eficacia en las experiencias pasadas.
Eliminarlas o suspenderlas en un año electoral sería sería, a mi criterio, un error: en algunos casos volverían a prevalecer los “aparatos”, o el “dedo” del gobernante o caudillo fuerte territorial.
En definitiva, un retroceso en la vida democrática.
Publicado en Anàlisis Digital el 23 de enero de 2025.