Hasta la fecha, cinco provincias han decidido desdoblar las elecciones previstas para este año. Esto quiere decir que las fechas de los comicios locales serán diferentes de los nacionales, un recurso que no es la primera vez que aplican los gobernadores pero que en la actual coyuntura política no solo se reitera sino que parece ampliarse ya que hay muy buenas razones para presumir que en las próximas semanas otras provincias, empezando por Buenos Aires, deliberarán internamente para decidir qué es lo más oportuno.
Si bien estas posibles decisiones están contempladas por las leyes, está claro que lo interesante, desde el punto de vista político, es indagar acerca de los motivos reales por los cuales los gobernadores deciden privilegiar iniciativas internas y, de alguna manera, tomar distancia o diferenciarse de las disputas nacionales.
La crisis de representación, la propia crisis de los partidos políticos nacionales, e incluso la crisis de liderazgos, explican estos movimientos políticos en los que los dirigentes otorgan importancia a sus espacios de poder interno mientras toman cierta distancia de un poder nacional, donde existe un amplio consenso acerca de las tensiones nacidas como consecuencia de la irrupción de un nuevo liderazgo que aspira a reforzar y ampliar su representación en estas elecciones intermedias.
Las disidencias del bloque oficialista, juegan un singular contrapunto con la crisis de la oposición y, en particular, la de su partido mayoritario, el peronismo. Estas tensiones incluyen, por supuesto, a los gobernadores de este signo quienes han demostrado en circunstancias parecidas privilegiar sus espacios territoriales.
Se sabe que las condiciones ideales de un sistema político a la hora de los comicios es la vigencia y competitividad de partidos políticos nacionales. Asimismo, un liderazgo nacional fuerte alinea los liderazgos provinciales. En las actuales circunstancias políticas, estas situaciones no existen, una realidad que históricamente no debería llamar demasiado la atención ya que es bien sabido que un capítulo importante de la historia argentina en el siglo XX y XXI podría escribirse alrededor de estos conflictos, disensiones y disidencias entre el poder nacional y las diversidades provinciales. Precisamente, una de las tareas de la política en el sentido más realista de la palabra es articular aquello que, por diferentes motivos, está disperso.
El desdoblamiento de las elecciones, la permanencia o no de las PASO, la implementación de sistemas electorales diversos, dan cuenta de la complejidad de la puja política. Pero también son la expresión de una crisis que incluye, además de los aspectos institucionales mencionados, intereses económicos provinciales y regionales, ya que resulta innecesario decir que ese campo político que calificamos como provincias encierra realidades diversas entre las que merecen destacarse la coexistencia de regiones prósperas con regiones donde la pobreza y el atraso son una constante histórica.
Motivo por el cual los alineamientos políticos no siempre son coincidentes, por lo que provincias con gobernadores de diferente signo político reclaman al poder central demandas parecidas, mientras que gobernadores del mismo signo político son prisioneros de situaciones internas diversas.
Ello explica que la relación oficialismo-oposición en el orden nacional no sea lineal y, por el contrario, lo que parece imponerse son las contradicciones de intereses que colocan en un plano secundario las lealtades partidarias nacionales.
El otro aspecto que suele merecer la atención de los gobernadores, son las relaciones con el presidente de la nación, en tanto, como también lo enseña la experiencia histórica, del juegos de concesiones mutuas y de la mayor o menor cordialidad de esa relación dependen la provisión de recursos indispensables para asegurar la gobernabilidad interna.
La Argentina actual, en ese sentido es una suma superpuesta de contradicciones, cuyos desenlaces son un tanto imprevisibles. Un gobierno nacional que mantiene un amplio consenso pero al mismo tiempo carece de apoyos institucionales fuertes, abre un campo de disputas cuya imprevisibilidad tienta a varios gobernadores a mantener distancia esperando que el horizonte se despeje.
En el camino abundan las maniobras, las intrigas, las promesas incumplidas, las ambigüedades. Nada para escandalizarse o ceder a la tentación de reducir la política a impugnaciones morales, en tanto sabemos que la política como arte o ciencia se teje con estos insumos.
De la habilidad de los dirigentes, de su templanza, de sus intuiciones y su decisionismo para afrontar situaciones difíciles, dependerá la posibilidad de un orden del que la sociedad reclama un mínimo de previsibilidad y una moderada satisfacción a sus necesidades.
La política en ese sentido siempre debe ser pensada como conflicto, de intereses, de ideas, pero también como aspiración por la resolución de diferencias, construcción de consensos, de equilibrio regionales y de relaciones previsibles entre la centralidad del poder nacional y la pluralidad de intereses de ese sujeto histórico preexistente a la nación que son las provincias.