PARÍS.- Los intentos de los abogados de la defensa de hacerla pasar por una adepta del “échangisme” (intercambio de pareja), por cómplice de las violaciones que padeció o trataron de desacreditarla por su consumo de alcohol o su —supuesta— falta de pudor, se desmoronaron con la proyección de los videos grabados por su exmarido, Dominique Pelicot, en los cuales se la ve inconsciente, sumida en una suerte de coma, mientras una sucesión interminable de desconocidos la violan. Espanto y admiración A mediados de septiembre de este año, en el silencio de una sala paralizada por el espanto y la admiración, Gisèle Pelicot relató lo que habían hecho de ella durante diez años: un objeto sexual en libre servicio. El modus operandi ya se conocía: el tremendo proyecto de un hombre que decidió entregar a su esposa drogada a quien quisiera abusarla, gratuitamente y sin protección. Fueron casi un centenar de individuos que, alguna vez, se presentaron al domicilio de esa pareja ordinaria, en la ciudad francesa de Mazan, para perpetrar un horror también ordinario. Cincuenta de ellos fueron identificados y juzgados este año por violación agravada en el palacio de Justicia de Aviñón, donde finalmente fueron condenados a hasta 20 años de prisión, pena máxima que solo le llegó a su ahora exmarido. Cincuenta y un hombres (incluyendo a su propio marido), cuyas agresiones Gisèle Pelicot recién descubrió a través de los policías que un día de 2020 la convocaron, después de haber hallado las miles de imágenes obtenidas durante las violaciones, atesoradas por Dominique Pelicot.
La septuagenaria, que adora el helado de frutilla y beber una copa de vino blanco de tanto en tanto —en la cual su marido aprovechaba para disolver ansiolíticos y somníferos— y que creía haber tenido solo dos parejas en su vida, es una víctima que escapa a las críticas y a los estereotipos. Porque lo que Gisèle Pelicot vivió seguramente no tiene equivalente psíquico: el descubrimiento de haber sido violada sin saberlo por decenas de desconocidos invitados por el hombre que compartió su vida durante 50 años y con quien tuvo sus tres hijos. Ese “hombre atento y encantador”, “el amor de su vida”, al cual nunca dejó de apoyar durante medio siglo de convivencia. Las imágenes, que solo pudo mirar un año después de descubrir la verdad, “cuando superó el espanto”, bastaron para hacer derrumbar toda su existencia, convirtiéndola —asegura— en “un campo de ruinas”. Sin embargo, Gisèle Pelicot fue capaz de ponerse de pie de entre las ruinas de su vida y declarar en un juicio público, a puertas abiertas. Con un coraje sobrenatural, consiguió describir lo que vio en esas imágenes: una “muerta”, una “muñeca de trapo”, una “bolsa de basura”. Quien pudo escuchar ese relato ignominioso no pudo dejar de preguntarse gracias a qué milagro esa mujer pequeña y frágil como una muñeca de porcelana, pudo mantenerse de pie y testimoniar. Un calvario no tan excepcional Y si Gisèle Pelicot consiguió ese día llegar hasta el final frente a los nueve magistrados del tribunal, fue porque su calvario es el mismo que el de todas las mujeres desde que el mundo es mundo. Porque además de los jueces, fue a la sociedad en su totalidad a la cual se dirigió como una víctima típica del patriarcado. Pues, digan lo que digan los amantes del sensacionalismo, nada en este caso es tan excepcional, y mucho menos inédito. Que un marido abuse de su esposa, que la ofrezca a otros, que un hombre drogue a una mujer para poder usarla a su gusto, que una multitud de hombres se sucedan en el cuerpo de una mujer… todo eso forma parte intrínseca de la violencia patriarcal. Una violencia que reposa en un principio ya teorizado en la antigua Grecia, y después perpetuado y reforzado a lo largo de los siglos, hasta la actualidad: la asignación de las mujeres a sus funciones sexual y maternal. “El patriarcado se basa en esa doble lógica de ‘cosificación’ (ser solo un cuerpo-objeto) y de alienación (ser convertida en extraña de sí misma), que funda el zócalo de todo el sistema de dominación masculina. Y este no pertenece al pasado pues, ni la revolución democrática de la igualdad ni la revolución feminista de emancipación modificaron la lógica secular de apropiación del cuerpo de la mujer”, afirma Anne-Cécile Mailfert, filósofa y fundadora de la Fundación de las Mujeres. Lo que Gisèle Pelicot quiso demostrar exigiendo un juicio a puertas abiertas fue la permanencia y la banalidad de la exigencia de disponibilidad corporal que pesa sobre las mujeres en nuestras sociedades auto-denominadas “igualitarias”.