La caracterización no es nueva pero adquiere un renovado significado: una cosa es la globalización, que refiere a la interconexión global del mundo en términos de mercados, capitales, financiamiento, movilidad laboral, las posibilidades abiertas por las nuevas tecnologías de la comunicación, la conectividad digital, los nuevos transportes, fenómenos que explotan hacia las últimas décadas del siglo XX y generan una suerte de “achicamiento” del mundo; y otra cosa es el globalismo, que refiere a la pretensión de darle marcos de regulación y gobernanza supranacional a dichos procesos, por encima de la soberanía de los estados-nación.
“Globalifóbicos” y “globalifílicos” vienen discutiendo hace por lo menos tres décadas sobre si la globalización es una amenaza o una oportunidad para el desarrollo de los pueblos, si se trata de contrarrestar sus efectos o de montarse a la ola.
Mientras los gobiernos se van moviendo en los pliegues y márgenes de autonomía con los que cuentan sus países, las críticas más fuertes provinieron desde la izquierda al capitalismo financiero transnacionalizado y sus plutocracias. Ahora, los vientos corren para otro lado y las críticas más fuertes provienen de las derechas extremas que denuncian a las “castas” de la burocracia transnacional cosmopolita, empezando por las Naciones Unidas, y sus “agendas foráneas”.
En Globalismo. Ingeniería social y control total en el siglo XXI (Harper, 2024), se inscribe en este enfoque Agustín Laje, politólogo, ensayista, publicista, influencer, conferencista y fuente de referencia de cabecera del presidente Milei. Laje entiende al globalismo “como una forma de gobierno político que involucra a organismos que no son estatales, que no son de índole nacional, sino que son de naturaleza supranacional y supraestatal. Y ahí ya el cuento de qué tiene de malo empieza a cambiar de color, porque ya no estamos hablando del comercio entre las personas de distintos países, sino de la dominación sobre los hombres”.
De allí surgió la idea de revisar y analizar la documentación pública de la ONU, el Foro Económico Mundial y otros organismos internacionales para apuntar sobre “los peligros del globalismo”. Laje sostiene que “en nuestros días, la tesis kantiana ha sido recuperada con el fin de exacerbar sus posibilidades no tanto económicas como políticas. Así, es habitual que se la haga funcionar como la premisa pragmática, utilitarista y hobbesiana que subyace a cualquier justificación de las diferentes formas del globalismo institucional e ideológico”.
Algo parecido argumenta desde las antípodas de este pensamiento, el filósofo Walter Mignolo: “El cosmopolitismo fue, de buena gana o no, un proyecto de expansionismo occidental (que hoy se ha actualizado como globalismo), cuya implementación se llevó a cabo a través de la ‘misión civilizadora’ más que por el libre mercado en economía y la democracia en política. En ese sentido, los ideales cosmopolitas de Kant eran tan imperiales como la marcha del libre comercio, las bases militares y la ‘difusión de la democracia’ de finales del siglo XX” (El lado más oscuro de la modernidad occidental. Futuros globales, opciones descoloniales, Prometeo, 2024).
La denuncia del “globalismo de las Naciones Unidas” convertida en lineamiento que los diplomáticos argentinos están obligados a seguir a pie juntillas produce contrasentidos como los que se están viendo en las últimas votaciones en la Asamblea General y las posiciones de nuestro país en los foros internacionales. La Argentina se encuentra votando, en completa soledad, contra resoluciones aprobadas por abrumadora mayoría, incluyendo los votos de los EE.UU. y los países del mundo occidental al que decimos pertenecer.
Hay una explicación ideológica. Pero acaso haya otras. Laje está al frente de la Fundación Faro, usina ideológica del oficialismo libertario presentada esta semana, que propone “promover las ideas del liberalismo económico y los valores históricos de la cultura argentina, para contribuir al desarrollo económico y social de nuestra Nación, librando la batalla cultural”.
Lo curioso es que en su carta de presentación, sus promotores abrevan en el esoterismo: invocan como referencia intelectual a Benjamín Solari Parravicini, una figura peculiar y extravagante, autor de profecías, sentencias y dibujos catalogados como “psicografías”, y a quien algunos definieron como “el Nostradamus argentino”. Una de sus frases encabeza la convocatoria: “Caminante tú que observas, ve hacia la playa de arenas argentadas, allí aguarda la paz. ¡Faro de faros!”.
Casi textual, lo que señaló el presidente Milei en la convención ultraconservadora de CPAC en Palm Beach: “Debemos convertirnos nuevamente en un faro del mundo, porque el mundo ha sido sumergido en una oscuridad profunda y exige a gritos ser iluminado”. Una nueva expresión del “excepcionalismo argentino” que se proyecta a la faz de la Tierra. Veremos cómo nos va…
Publicado en Clarín el 16 de noviembre de 2024.
Link https://www.clarin.com/opinion/globalizacion-globalismo-esoterismo_0_tliLasXTCM.html?srsltid=AfmBOopee6cZdlDwWhHCtR-CiQcxfJpGajpN03MOuNMq70mBJgwT0Iw-