jueves 26 de diciembre de 2024
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Trumpismo recargado

Con el diario del lunes, las cosas suelen ser más claras. Como dijo William Faulkner, el pasado nunca está muerto. Varias razones explican la paliza trumpista en la elección presidencial en Estados Unidos.

Los ‘postmortem’ demócratas enfatizan errores estratégicos: la decisión tardía de Joe Biden de bajarse de la reelección le restó tiempo a Kamala Harris; la búsqueda ilusa de republicanos anti-trumpistas; la falta de respuestas convincentes a demandas sociales, y convertir la elección en un referendo sobre el futuro de la democracia.

Hay una cuestión más profunda. El gobierno de Biden desatendió la frustración de grandes sectores con las perspectivas de vida, y opiniones negativas sobre la economía y la inmigración ilegal. Bidenomics, con alto nivel de empleo, proyectos de infraestructura, derechos sindicales, y baja inflación en este año, no fue suficiente.

El malestar no se limita a la coyuntura de inflación acumulada en los últimos años, reflejada en los costos de la alimentación, el cuidado de niños, la vivienda, y el acceso a crédito. Hace tiempo que millones de personas están convencidas que el sueño americano es una promesa vacía, una realidad inalcanzable. Las perspectivas de ascenso económico para las generaciones más jóvenes son peores que en el pasado reciente.

A diferencia del país imaginado, el país real tiene problemas estructurales de vivienda y salud que explican el alto nivel de endeudamiento personal. La idea de un futuro próspero contrasta con las enormes dificultades y la ausencia de perspectivas.

Abunda el pesimismo y el nihilismo, especialmente en gente joven, a lo largo del país. Las “muertes de la desesperación”, con índices alarmantes de suicidios, sobredosis de opioides, y enfermedades causadas por consumo excesivo de alcohol, especialmente en la población blanca de bajos recursos, son síntomas brutales de la situación.

El “imperio de la utopía” de las eternas oportunidades y ascenso social del siglo veinte está en franco declive. La promesa de un futuro venturoso, producto del esfuerzo individual, con casa propia y trabajos bien remunerados, es una postal del pasado.

En este caldo de frustración, abundan las quejas y el enojo contra “las elites” políticas, económicas y culturales. Son vistas, correctamente o no, como responsables del infortunio, y despegadas de las tribulaciones cotidianas de la “gente común”. Las gastadas promesas del país de las posibilidades que anuncia el establishment, como lo hizo Biden durante su presidencia, chocan con la difícil realidad.

En este contexto, hablar de alegría, esperanza y unidad, como hizo Harris, ignora la baja confianza en el sistema.

El populismo trumpista cosechó enorme apoyo en este magma de insatisfacción y resentimiento, al reconocer sentimientos negativos. Trump presentó al país en una situación apocalíptica y caótica. Fiel al manual populista, culpó a las elites de la situación, y a las minorías y los inmigrantes de ser beneficiados por el orden actual. A pesar de su vida de privilegio, Trump hábilmente canalizó el odio popular a las elites. Casi en espejo, sus enconos personales contra sus críticos se hace eco de las frustraciones de su electorado.

Trump 2.0 difícilmente pueda renovar el sueño americano, especialmente para gran parte de sus votantes. Todo sugiere que Trump priorizará sus eternos caballos de batalla. Pretenderá resolver el tema de inmigración con medidas altamente restrictivas y crueles, como deportaciones masivas y separación de familias, sin resolver el caos de la política inmigratoria.

Apoyará decisiones para debilitar el wokismo de la diversidad en el gobierno federal. Insistirá con políticas impositivas regresivas, desregular industrias, y barrer políticas demócratas para contrarrestar la crisis climática, eliminando créditos e iniciativas de apoyo a tecnologías limpias.

Es factible que Trump transforme el gobierno federal de varias formas: recortar presupuestos, eliminar programas sociales, mudar y achicar dependencias federales, nombrar aliados partidarios en varios escalones de la burocracia federal, y politizar ministerios usualmente protegidos de cambios en la Casa Blanca (como salud, educación y defensa).

Es factible que Trump renuncie al globalismo norteamericano, y modifique el tablero geopolítico en temas urgentes como la situación en Medio Oriente, la guerra en Ucrania, y las relaciones con China. Persisten incógnitas sobre el comercio global y el proteccionismo, en parte porque Trump suele hablar en términos generales, sin enorme interés por detalles.

El mundo antri-trumpista está en alerta sobre la posibilidad que Trump, admirador confeso de autócratas y dictadores, socave las instituciones democráticas – convierta al Departamento de Justicia en una extensión de la presidencia, implemente medidas que dificulten la votación, y potencie violencia de ultraderecha, como lo hizo durante el asalto al Capitolio en el 2021. El periodismo teme ser blanco constante de insultos, persecuciones, juicios, vigilancia y prisión, considerando el ensañamiento de Trump con la prensa crítica.

En una época de ansiedad global, vale recordar la observación de Paul Valery en otro momento similar: el problema de nuestros tiempos es que el futuro no es lo que era.

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