El calendario electoral apretó en diez días comicios de distinto tipo en cuatro países de América, cada uno de ellos con su grado de relevancia y de influencia sobre los escenarios futuros. Sin mayores sorpresas en los que se celebraron el último domingo (27 de octubre) en tres de los cinco países limítrofes de la Argentina –Uruguay, Brasil y Chile–, la expectativa está concentrada ahora en la elección presidencial del martes próximo (5 de noviembre) en Estados Unidos, de resultado impredecible.
Los uruguayos fueron a las urnas para elegir presidente y vice, legisladores para renovar totalmente las dos cámaras del Parlamento –en ambos casos, para cubrir el período 2025-30–, y también para pronunciarse en dos plebiscitos sobre sendas reformas constitucionales, una en materia de seguridad interior y la otra, sobre asuntos previsionales.
Tal como lo habían reflejado las encuestas de intención de voto, la fórmula de la coalición opositora de centroizquierda Frente Amplio (FA), encabezada por el exintendente Yamandú Orsi, fue la preferida para presidente y vice, con 43,3% de los sufragios, por debajo de la mitad más uno necesaria para consagrarse en primera vuelta, por lo que deberá afrontar el ballottage, el 24 de noviembre.
Enfrente, los cuatro partidos que integran la alianza actualmente en el gobierno fueron por separado –igual que hace cinco años– y volverán a reunirse para la segunda vuelta y, si ganan, para compartir la próxima administración. También como se esperaba, el más votado de los cuatro fue el Partido Nacional (blanco) del presidente Luis Lacalle Pou, cuya fórmula, liderada por el exsecretario de la Presidencia Álvaro Delgado, competirá con la de Orsi en el ballottage. Lo que no habían predicho los sondeos, o no en todos los casos, era que los cuatro aliados –Nacional, Colorado, Cabildo Abierto e Independiente–, en conjunto, obtendrían un porcentaje significativamente mayor que el FA, pero lo lograron, con 46,4%.
El resultado y, sobre todo, las expresiones de los rostros de los principales candidatos y dirigentes del FA en la noche del domingo contribuyeron a instalar la sensación de que en la segunda vuelta ganará el oficialismo, algo que parecía menos probable antes de los comicios.
En cambio, las encuestas fallaron en relación con los plebiscitos de reforma constitucional, que consultaron si debían habilitarse los allanamientos policiales nocturnos, hoy prohibidos por la carta magna, y dejarse sin efecto algunos aspectos de la reforma previsional sancionada por ley el año pasado. Para ser consagradas, las modificaciones propuestas debían recibir el beneplácito de al menos la mitad más uno de los votantes. Los sondeos señalaban que la primera sería holgadamente aprobada y la segunda no, aunque cosecharía más votos a favor que en contra. En ambos casos, los votos por el Sí sumaron menos de 40%.
En Brasil se celebraron elecciones municipales –únicas de medio término, ya que los mandatos de gobernadores y legisladores federales y regionales coinciden con el de las autoridades nacionales– de segunda vuelta en 52 ciudades, de las cuales 15 eran capitales de estados. De estas últimas, en 13 ganaron los candidatos de partidos de centroderecha o derecha.
Tal como había quedado claro después de la primera vuelta, celebrada el 6 de octubre, los resultados no fueron buenos para el presidente de centroizquierda Luiz Inácio Lula da Silva, pero tampoco para su principal contendor, el exmandatario de derecha Jair Bolsonaro, sino, sobre todo, para el amplio centro representado por el Movimiento Democrático Brasileño (MDB, el partido más numeroso y que fuera aliado del Partido de los Trabajadores, PT, de Lula, entre 2003 y 2016) y el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB).
De hecho, entre las principales alcaldías que fueron a segunda vuelta el MDB se quedó con San Pablo y Porto Alegre –Ricardo Nunes y Sebastião Melo fueron reelectos con 59,35% y 61,55% de los votos, respectivamente–, y el Partido Social Democrático (PSD, una escisión del PSDB y otras fuerzas) se alzó con Belo Horizonte y Curitiba, donde Fuad Noman fue reelecto con 53,73% y Eduardo Pimentel, consagrado con 57,64%, respectivamente. Ya en la primera vuelta, el PSDB y el MDB habían obtenido la mayor cantidad de alcaldías (882 y 856), muy lejos del Partido Liberal (PL) de Bolsonaro, quinto con 512, y del PT de Lula, noveno con 248.
Brasil volverá a elegir presidente a fines de 2026. Entonces, Lula estará a punto de cumplir 81 años y Bolsonaro tendrá 71, y ni siquiera es seguro que esté habilitado a postularse, dada su complicada situación judicial. Parece razonable esperar una renovación general de los liderazgos y que provenga del ancho centro, más que de los extremos.
También hubo el domingo elecciones municipales en Chile, donde el oficialismo perdió unas 40 ciudades y la coalición opositora de centroderecha Chile Vamos ganó unas 35, aunque esto no modificó sustantivamente el mapa de poder, a tal punto que el presidente Gabriel Boric dijo esa noche que todos tenían iguales motivos para sentirse satisfechos y decepcionados.
Acaso el dato más relevante de esos comicios fue de color y consistió en que Augusto Pinochet Molina, nieto del fallecido dictador Augusto Pinochet Ugarte, consiguió apenas 2,46% de los votos como candidato a alcalde de Santo Domigo, en la región de Valparaíso.
Por muchos motivos, la atención está puesta ahora en las elecciones presidenciales del martes próximo en Estados Unidos, donde las encuestas auguran una paridad extraordinaria entre la vicepresidenta demócrata Kamala Harris y el expresidente republicano Donald Trump. Uno de esos motivos es el debate no saldado sobre cuál de los dos candidatos le conviene más a la Argentina. Sobre eso escribimos hace más de dos meses y, como es público, desde entonces se han sumado argumentos para sostener las dos posturas.
Los últimos sondeos varían entre el empate absoluto y leves diferencias a favor de uno u otro –en casi todos los casos, en situación de empate técnico, que es cuando la diferencia es menor al margen de error de la encuesta–, aunque esos guarismos, que por lo general suman la intención de voto individual en todo el país, pueden resultar inutilizados por la aplicación del sistema electoral, ya que no se elige directamente al presidente sino que se eligen electores, y dentro de cada estado, se queda con todos los electores el partido que gane, aunque haya ganado por un solo voto de diferencia.