martes 29 de octubre de 2024
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Cuba, más que un apagón un país en tinieblas

Los burócratas de la nomenklatura comunista cubana se nutren de una impensada alianza con los “gusanos” de Miami, el modo despectivo con que descalifican a los anticastristas que se refugiaron en Florida, huyendo de la Revolución. La presión de ese lobby amparado por demócratas y republicanos, mantuvo un bloqueo contra la isla comunista que le sirvió a los halcones del régimen para mantenerse aislados, dejando sus privilegios a salvo de cambios que en otras latitudes tuvieron efectos radicales en estos modelos.

No todos en la conducción política de la isla apoyaron esa estrategia. Algunos advirtieron el costo de evitar la modernización, pero no fueron suficientes o claramente no estuvieron demasiado convencidos. En esa irresolución yacen muchas de las respuestas al actual desastre en extremo simbólico que dejó a la isla antillana sin luz, con el añoso sistema de usinas colapsado tras el fallo total de la central Antonio Guiteras de Matanzas, la mayor del país, hace unos pocos días. Las tinieblas de Cuba son también políticas.

El bloqueo norteamericano, un resabio arcaico de la Guerra Fría, es ciertamente una calamidad que restringe el flujo de efectivo del régimen, impone una necesaria triangulación con aumento de costos para la adquisición de insumos y agrega trabas al envío por cisternas navales de petróleo, clave para generar energía. Para los halcones, sin embargo, ha sido el precio a pagar para mantener sus cuotas de poder a salvo de lo que pomposamente llamaron “deformaciones anti revolucionarias”.

Hugo Chávez, en su momento de mayor ingreso petrolero, apoyó a ese sector inflexible con torrentes de crudo con tal de no ver un McDonald’s en La Habana, según sugirió más de una vez. El bloqueo también ha sido el gran pretexto para esquivar la amplia cuota de responsabilidades propias en la decadencia nacional, como denunció nada menos que el menor de los Castro, Raúl, cuando le tocó suplir provisoriamente a su hermano o definitivamente luego.

El hermano de Fidel suponía que lo mejor que le podía pasar a Cuba era subirse a los modelos asiáticos, especialmente el vietnamita de “renovación multifacética” que estudiaba en detalle. En palabras sencillas, promover una apertura de la economía a inversiones internacionales, con facilidades impositivas, sin demasiadas restricciones y respeto por las ganancias.

No era lo que querían los halcones que esgrimían un ideologismo calculador. Lázaro Barreda, que era el CEO del grupo Granma de comunicación pública de la isla y un aliado íntimo de Raúl Castro, le comentó tiempo atrás a este cronista que el país estaba encerrado, aguardando un cambio que no llegaba. Y describió con humor caribeño este escenario.

La tierra en Cuba, explicó, es de muy buena calidad. El régimen la reparte de acuerdo a la antigua medida española de la caballería, equivalente a unas 13 hectáreas por cabeza. Habría que aumentar a muchas caballerías para multiplicar la producción, pero en ese caso quien las reciba debería tomar empleados y pagar sueldos. “Ahí se presenta el dilema de la plusvalía. Y entonces, fíjate, viene doña Rosa y dice, don Lázaro para cuándo los pomelos, espere doña Rosa que estamos discutiendo la plusvalía. Y venía doña Esther pidiendo naranjas, y también había que aclararle, sepa esperar doña Esther que estamos resolviendo lo de la plusvalía. Y no había naranjas ni había pomelos”.

Aferrado a su estrategia, Castro, que tenía un fluido contacto con la Cámara de Comercio de EE.UU., compró el paquete completo del deshielo que inventó en su presidencia Barack Obama con la reanudación de las relaciones diplomáticas y el alivio del bloqueo con la apertura de rutas turísticas para estudiantes y jubilados norteamericanos e inversiones en la isla. Del otro lado, comenzó a expandirse la hotelería y la gastronomía en la casas para albergues o comedores. Afloraba un brote de clase media. Obama sospechaba con acierto que en cada caja que se comercializaba a la isla viajaba una idea y el debate acabaría por forzar transformaciones.

En la agenda de Castro figuraba la construcción del mayor puerto de contenedores de las Antillas en el Mariel, administrado por una firma privada y con privilegios de zona franca. El mercado negro que hoy logra alimentar parcialmente a la isla, devendría en un negocio blanqueado y extendido como sucedió en Vietnam. Por supuesto, eso llevaba a una discusión sobre los preceptos del esquema stalinista vigente desde el derrocamiento de Batista. La aceptación de la propiedad privada aunque con limitaciones fue uno de ellos; también cesar la libreta de racionamiento y premiar la productividad como en cualquier empresa capitalista.

Los halcones estaban preocupados. El padrino Chávez ya había muerto y Venezuela era una ruina. Pero llegó Donald Trump, alineado con los duros de Miami, y dinamitó ese avance. Algún guiño cómplice podría haber existido entre los “gusanos” y los burócratas de la dictadura, más allá de su brutal diferencia de intereses. En ese retroceso hubo mucho de lo que las dos partes aspiraban. La diáspora, porque apostaba a ganar con la implosión del país. Los castristas duros, porque de ese modo atragantaban la apertura y retenían sus beneficios.

El comienzo del derrumbe

Castro volvió a la carga en 2021, después de que en enero de ese año asumió Joe Biden la presidencia de Estados Unidos, a quien conoció en el proceso de deshielo, como vicepresidente de Obama. La historia es conocida. Para ajustar la economía a una probable nueva apertura de inversiones que nunca sucedió, produjo un ajuste brutal de la economía con la unificación de las dos monedas en circulación, lo que disparó la cotización del dólar y una inflación de tres cifras. Todo acabó en las históricas manifestaciones de protesta de julio de 2021 que el régimen castigó con penas extraordinarias.

Sobre ese desastre, el país se mal dolarizó, el turismo no logró recuperarse a los niveles previos a la pandemia y desaparecieron las inversiones, también en el sistema de energía. Impotente y sin voluntad para enfrentar a un régimen que enarbolaba el mantra repetido de que todo se debía a la CIA, la gente comenzó a irse con niveles sin precedentes para un país que no experimentó una guerra. Desde 2022, más de un millón de personas, o el 10 por ciento de la población, ha abandonado la isla, según Juan Carlos Alfonso Fraga, que dirige la Oficina Nacional de Estadística e Información del régimen.

Las cifras oficiales muestran que la población se redujo a 10.055.968 en diciembre de 2023 desde 11.181.595 del mismo mes de 2021. Esa tendencia escaló en 2024, lo que significa que la población ya estaría por debajo de los 10 millones. Es difícil de comprobar porque el régimen evitó hacer el censo. Algunos especialistas como Juan Carlos Albizu-Campos, del Centro Cristiano de Reflexión y Diálogo en Cuba, sostiene que el número real de la población es de apenas 8,62 millones, es decir que un cuarto de sus habitantes habría escapado en los últimos años.

Es lo que el régimen prefiere. Se van los que tienen mayor iniciativa y especialmente los jóvenes. Quedan lo que pueden ser más fácilmente sometidos, como sucede en Venezuela, que va camino a perder diez millones de sus habitantes. Ahí radica una razón de por qué es tan difícil torcer estas pesadillas. Pero son malas noticias y anuncian más desastres de los que ya están emergiendo. Como enseñaba Ortega y Gasset, la historia suele vengarse de quienes la ignoran.

Publicado en Clarín el 26 de octubre de 2024.

Link https://www.clarin.com/mundo/grave-apagon-cuba-tinieblas_0_9fJtb9xYxf.html

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