ALFREDO NOBEL fue químico, ingeniero, políglota, escritor y empresario. Pero más que
nada fue inventor, que pasó a la historia por dos hechos contradictorios: inventó la dinamita, que causó muchas muertes; como contrapartida, donó su fortuna a la fundación que lleva su nombre, que anualmente entrega un premio a quiénes “confieran el mayor beneficio a la humanidad”.
Anverso y reverso de la moneda, que lo llevó a una conclusión: en el largo plazo lo arquitectónico supera a lo agonal. No es casualidad: este año, el Nobel de Economía se
otorgó a DARON ACEMOGLU, SIMON JOHNSON y JAMES ROBINSON, tres economistas
influenciados por DOUGLAS NORTH, quién recibiera ese premio en 1993. La tesis de los
laureados es simple: las democracias son mejores para crear prosperidad en el largo plazo; los gobiernos autoritarios pueden ser efectivos en lo inmediato explotando recursos naturales y trabajo, pero en largo tiempo fallan en la innovación y devienen inestables.
Siendo más claros, sostienen que la clave para el desarrollo de los países, lo que hace la diferencia, son las instituciones. GILLES DELEUZE lo explicaba con simpleza: los países que avanzan son los que tienen pocas leyes y muchas instituciones; lo contrario es propio de regímenes autoritarios. Desde la sociología del derecho se puede explicar por el hecho de que las instituciones tienen mayor duración y arraigo porque son creadas desde abajo hacia arriba; es un acto social, no tanto legislativo, en el sentido que nacen desde la costumbre para luego plasmarse en el sistema normativo. Esa dinámica sólo es posible en un ámbito de libertad, en el que las leyes no son para abundar en reglas sino para establecer un marco que potencie la sociedad.
Siendo todavía más claros: Argentina no sale del atolladero porque su sistema institucional es débil. Y eso no se resuelve sólo con leyes sino con una política de Estado que tenga por fin fortalecer las instituciones. Las leyes son necesarias, sin duda; pero no son condición
suficiente. Mejor acompañar un ejemplo: en tiempos del Presidente MACRI se dictaron varios decretos y se aprobaron leyes que tenían por título “desburocratización del Estado”. Eran cambios positivos para reducir el tramiterío. Las normas duraron lo que duró esa presidencia. El Poder Ejecutivo de turno envió al Congreso proyectos de ley en la misma línea, con otro nombre: “Ley hojarasca”, otro destinado a digitalizar la justicia y un tercero para apurar los divorcios. Todo lo que sea facilitar la vida a los ciudadanos está muy bien. Pero no es suficiente ni para empezar a cambiar un país. Hay que tener paciencia, claro. El problema es cuando de paradoja pasamos a contradicción: por ejemplo, es imposible explicar las propuestas para ocupar lugares en la Corte Suprema. Muchas leyes opacan un acto grave de gravedad absoluta, que deja ver una mirada institucional deficiente para
un tema central como la justicia.
La vida de NOBEL y su legado siguen dando lecciones: no es rompiendo sino construyendo;
política arquitectónica y no agonal. Largo plazo y no política fugaz. Más instituciones y menos leyes.