A pesar de que Oriente Medio es uno de los jeroglíficos geopolíticos más endemoniados del mundo, algo se ha clarificado, un año después de la masacre de Hamás del 7 de octubre y de la guerra multidireccional que provocó. Lo reflexionaba en el artículo posterior a la muerte de Hasán Nasralá y, a día que pasa, más certezas se acumulan en la misma dirección.
Hoy, un año después, Irán está a cuerpo descubierto, finalmente situado bajo el foco que corresponde al grado de responsabilidad que tiene en la violencia e inestabilidad en la región. El problema siempre fue, ha sido, y continúa siendo Irán. Esta afirmación, inapelable con hechos y datos contrastados, nunca ha quedado bastante visible, camuflada en múltiples organizaciones, conflictos locales y guerras menores, que desviaban la atención informativa. Irán es la hidra que alimenta los monstruos de Oriente Medio, y los múltiples jefes que ha creado han servido, durante décadas, para hacer la guerra directa a Israel de manera indirecta -no, no es un oxímoron-, con un doble objetivo: consolidar su poder regional a través de un efectivo bloque de alianzas conocido, en los informes de inteligencia, como “el eje del mal”; y garantizar una situación de inestabilidad permanente en la región. Con este doble objetivo, un tercero igualmente estratégico: impedir la resolución del conflicto palestino, condenado al ciclo diabólico de la violencia eterna.
Para decirlo con precisión, cualquier mesa de negociación, tregua o propuesta ideada a lo largo de los últimos años solo podía tener una mínima viabilidad si Irán lo permitía. Desde la consolidación del régimen de los ayatolás, todos los caminos para encontrar una salida conducían a Teherán, y todos los caminos se han abortado en Teherán. No es en Ramala o Jerusalén donde se podían tomar las decisiones, ni en Beirut, Saná, o Bagdad, sino en Teherán. Irán ha sido el motor del fortalecimiento militar de Hamás, con un ejército que ha financiado y entrenado que llegaba a los 40.000 soldados, consiguiendo que en 14 años de dominio de Hamás no hubiera ninguna posibilidad de buscar una negociación; también ha sido el creador y financiador de Hizbulá, con un ejército de más de 100.000 miembros, a través del cual ha mantenido el flanco de guerra en el norte de Israel y ha conseguido el dominio completo del Líbano; y, si con Hizbulá también ha conseguido el dominio de Siria, su guardia revolucionaria ha entrenado y financiado los grupos chiís que atacan Israel desde Irak y desestabilizan el país; finalmente, es Irán el único responsable de la sangrienta guerra en el Yemen, que ha provocado centenares de miles de muertes, y que ahora ataca barcos en el Mar Rojo, mientras intenta atacar a Israel. Y, con todo ello, ha seguido avanzando en su carrera nuclear, ante la incompetencia y/o irresponsabilidad de los organismos internacionales de control nuclear. Hay que repetirlo, habida cuenta de su gravedad, a pesar de que no parece que quite el sueño a los vociferanes medios de comunicación, cada vez que hablan del conflicto: Irán ha superado la barrera del 60% de uranio enriquecido. Es decir, ha llegado a lo que se considera enriquecimiento de uso militar, no en vano ningún país supera el 20% si su uso es energético. Todavía hay un elemento más a tener en cuenta: el papel de Irán en Sudamérica, donde ha creado una tupida red delictiva a lo largo del eje bolivariano, y con la triple frontera como agujero negro; y, por el camino, hay que recordar el reforzamiento con el eje China-Corea del Norte y Rusia, país al que ayuda en la guerra en Ucrania.
Irán es el núcleo del problema y el obstáculo que impide desde avanzar en los acuerdos de Abraham hasta encontrar una salida viable al Estado palestino. Y es este país el que ha quedado a cuerpo descubierto con la ofensiva múltiple de Israel. Con el desmantelamiento de las brigadas de Hamás, el descabezamiento de Hizbulá y sus ataques fallidos contra Israel, el régimen ha perdido las máscaras que lo camuflaban y ha quedado a la intemperie. Quizás no lo sepan los antiisraelís, o Pedro Sánchez, que mira el mundo desde el agujero de su instinto de poder, o cierto periodismo de bolsillo, que hace más propaganda que información, pero no ha sido Israel sino la masacre de Hamás la que ha abierto las puertas del infierno. La intención era quemar Israel y, aun así, las llamas han quemado toda la región. La mecha la encendió Hamás, pero no nos equivoquemos: el gran pirómano de Oriente Medio es Irán.
Publicado en El Periódico el 7 de octubre de 2024.
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