“Periodistas corruptos, ensobrados, estos son los trolls, que les muestran la realidad que ustedes nunca dejaron ver por tener el monopolio de los micrófonos”, gritaba exacerbado el presidente Javier Milei en el acto partidario de Parque Lezama el sábado pasado, en medio de morteros y bengalas que tronaban el espacio, calles cortadas por militantes y adherentes y micros alquilados por punteros políticos que traían gente del conurbano. Una pena que la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, no los haya visto para poder aplicar su protocolo para las marchas que sí utilizó contra 200 jubilados que pedían por sus haberes en el Congreso días atrás, incluso con mentiras respecto a quien había arrojado gases a una nena que estaba en el lugar.
En un escenario a oscuras, como suele ser la escenografía utilizada por los libertarios, un Milei vestido de negro, agitando sus brazos para arengar a los presentes a insultar a los periodistas con un “hijo de p..” mientras gritaba: “¡Escuchen, periodistas ensobrados, lo que la gente siente por ustedes!”, como si esas 5000 personas fueran “la gente”, es decir, una representación de toda la sociedad. La generalización de la verdad, poner la ratificación de un hecho en las voces de los propios impugnando agresivamente a quienes no piensan así es uno de los modos más autoritarios de imposición de un discurso.
Lo curioso de todo esto es que Javier Milei es un producto político de los medios de comunicación, él mismo llamaba a periodistas para que lo entrevisten cuando intentaba hacerse conocido y fue panelista de programas periodísticos. Si hay algo de lo que Milei no puede alegar es de haber sido censurado, siempre tuvo lugar en los medios. Hasta cantó con un pañuelo en la cabeza imitando a Leonardo Favio y llegó a darse el gusto de promover en un canal de noticias, en una marcha organizada por Hugo Moyano, el juicio político a Mauricio Macri. El hizo, como opositor, más daño del que recibe hoy y los medios y periodistas nunca le negamos ese espacio.
No es nuevo esto, Cristina Kirchner lo hacía cuando le hablaba a la militancia. Porque ambos, Cristina y Milei, piensan distinto, pero creen que la única verdad es la que esgrime su palabra y de quienes la defienden. Para los seguidores de Cristina pensar distinto es ser “traidor a la patria” o” cipayo”, en cambio Milei actúa como un fanático de sí mismo, olvida su investidura y reparte insultos y metáforas (algunas de ellas sexuales) a granel: “rata”; “degenerado”, “mogólico” (sí, el Presidente utiliza despectivamente la manera insultante describir a quienes padecen de Síndrome de Down como un calificativo) entre otros improperios. El buen uso del lenguaje no es una virtud que caracteriza al líder de la extrema derecha argentina.
Durante el kirchnerismo se intentó controlar los medios de comunicación con normas que restringieran su accionar, se exponía a periodistas desde el poder, algunos militantes llevaron chicos a escupir fotos de personas que criticaban al gobierno, se utilizaban los medios públicos para escrachar periodistas y opositores o simplemente a ciudadanos críticos, pero esto parece superarlo. Evidentemente Milei necesita que al discurso soez, precario, intelectualmente pobre, nutrido de mentiras -como decir que “las jubilaciones están 10% por encima de la inflación que se generó desde que estamos nosotros en el Gobierno” el mismo día que el Indec mostraba que la pobreza subió entre los jubilados del 13,2% en el primer semestre de 2023 al 29,7% en la primera mitad de 2024- se le agregue una dosis fuerte de odio no oculto y por lo visto necesario para sostener el relato de un gobierno aún sin logros tangibles, salvo la baja de la inflación a un costo social inédito, pero sin beneficios para la sociedad que hoy paga el precio que, según Milei, iba a pagar la “casta”.
Muchos de sus seguidores piensan que si lo hace el Presidente entonces está permitido agredir, insultar, agraviar sin personalizar, siempre generalizando, una manera de meter a todos en una misma bolsa ante la carencia de pruebas que justifiquen tal denuncia. Milei extiende su prédica de odio a todos los que critican, no puntualiza y es injusto, porque muchos de los que reciben esas críticas llevaron a la justicia a varios exfuncionarios kirchneristas por corrupción. Fueron algunos periodistas y políticos los que tuvieron la valentía que a muchos les faltó, algo que Milei jamás hizo. Un ejemplo es Jorge Lanata, que antes de que su salud se agravara demandó al Presidente por injurias. Su trayectoria y valor no merecía ser agraviado por Milei, bajo ningún punto de vista. Y como él muchos, no todos, porque exponer a una profesión ante la opinión pública como si todos fueran lo mismo solo habla de la propia inseguridad.
Preguntas que nos permitimos hacer: ¿le dará vergüenza al Presidente hablar tanto de la casta corrupta y nunca haberse tomado el trabajo de realizar una denuncia en la justicia contra esa corrupción? ¿Le preguntará a Daniel Scioli sobre la casta y la corrupción? ¿Hay algo más oscuro para pertenecer a la casta que restringir el acceso a la información pública?
Del viraje hacia el populismo de izquierda que vivimos los argentinos pasamos al populismo de derecha, que cambia todo el espectro político a diferentes estados. Hoy se define al modelo libertario como “autoritarismo competitivo”, “nueva derecha”. Hasta algunos intelectuales que suelen ser medidos en sus apreciaciones lo sintetizan como “posfascismo”. Es que la noción de autoritarismo que parecía reservada a las dictaduras ahora comienza a ser válida en regímenes democráticos. La experiencia mileísta permitió en pocos meses abrir el closet al discurso reaccionario que permanecía latente en nuestra sociedad. Claro que el gobierno tiene todo el derecho a defenderse y contrarrestar las críticas de la oposición, los economistas, el periodismo y de quien sea. Pero actualmente se está convalidando el insulto y la amenaza como una forma de hacer política. Esto es algo en lo que deberían detenerse sus nuevos aliados de Pro, el PJ y algunos radicales, porque la excusa de apoyar a Milei para terminar con el kirchnerismo convalidando actitudes nocivas que superan lo que siempre denostaron, parece un logro con gusto a poco, resumido a preferencias personales y no políticas.
El estilo de Milei no es recientemente inventado, existen muchos ejemplos de liderazgos que una vez que asumen el poder no miden la violencia que provocan a través de herramientas políticas y discursivas. No rompen con el modelo democrático, pero lo deterioran por completo, lo resquebrajan. Y alientan diversas formas de violencia política. Donald Trump y Jair Bolsonaro son ejemplos claros. La toma del Capitolio en enero de 2021 por parte de diversos grupos de seguidores del saliente presidente de Estados Unidos dejó cinco personas muertas. El hecho marcó un punto de inflexión que confirmaba una tendencia en ascenso porque venía siendo el propio Trump desde el poder -y no solamente un grupo de partidarios organizados para tal fin- quien alentaba desde la tribuna y las redes sociales a grupos reaccionarios y antidemocráticos a que impugnaran los resultados electorales que finalmente dieron el triunfo a Joe Biden.
Con Bolsonaro pasó algo similar en la misma instancia, cuando a los suyos les tocaba reconocer el triunfo de un adversario. El odio discursivo llevó a los hechos, y esos hechos no fueron más que intentos de interrumpir en normal funcionamiento de las instituciones. Milei tiene colaboradores en comunicación que le pueden contar con detalle cómo se dieron esos episodios en Brasil. Era harto sabido que durante su presidencia Bolsonaro instaba a la sociedad civil a armarse frente al “comunismo”, utilizando un lenguaje agresivo y peligroso. Aunque ese “comunismo” solo existía en su imaginación. Lula da Silva tiene un origen de izquierda, pero en Brasil hoy existe una economía de libre mercado. Tan peligrosa era la prédica de Bolsonaro que el expresidente Fernando Henrique Cardoso, un liberal auténtico, apoyó a Lula en el balotaje, convencido de que en Brasil estaba latente que el consentimiento a la intimidación del mismo Bolsonaro podía resultar efectivo a la hora de generar las condiciones para que la violencia irrumpa contra las instituciones. Algo que finalmente sucedió.
Con todo el derecho que tiene Milei a no coincidir que lo asiste, ver deliberadamente “socialismo” donde hay un modelo de educación pública, de estado presente con una agenda social importante, de cuidado del medio ambiente o de políticas de género, por dar algunos ejemplos, no solo es ilusorio, es absolutamente peligroso tanto para la democracia, para la convivencia política y social como para el debate sano con ideas y propuestas. Puede intentar cambiar esa agenda y ese modelo, y buscar apoyos, pero cuando todo esto viene acompañado por un discurso sesgado por una constante violencia verbal, el menú autoritario ya está servido en la mesa.
Y para que triunfen el odio y la violencia política de modo completo solo falta que aportemos el comportamiento social más peligroso y del que siempre nos costará más volver: nuestra indiferencia.
Publicado en La Nación el 2 de octubre de 2024.
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