sábado 21 de diciembre de 2024
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De Gutenberg, por Hyde Park a X

La libertad de expresión es de esos conceptos de los que muchos hablan pero pocos dimensionan su alcance, aunque la discusión en cuanto a su esencia y límites existe por lo menos desde que GUTENBERG inventó la imprenta y nació el libro.
Puesto en términos simples, es el fundamento de la democracia. Si no se puede decir lo que se piensa, no hay forma de contrastar ideas, de marcar errores, de hacer propuestas; en definitiva, es un límite infranqueable a ser mejores y una forma de estancamiento sólo asegura la voz única en altoparlante.
En Occidente, luego de cientos de años de sacrificio, la libertad de expresión ha sido reconocida como elemental e indiscutible. Todas las constituciones la contemplan y la jurisprudencia la protege como un bien superior. Pero mucho pasó desde el Speaker´s corner (esa esquina del Hyde Park en Londres para hablar libremente, que frecuentaron Marx, Lenin, Orwell, con origen en “las últimas palabras” de los ejecutados), hasta el X de nuestros días: este último tiempo la pone en un eje falso, en el medio de una discusión absurda entre extremos.
Hay varios planos para entender la causa y desde allí intentar una solución. Un nuevo espacio para la libertad de expresión lo ha cambiado todo: las plataformas digitales. De un lado permitieron llevarla a su plenitud de ejercicio; del otro, y tal vez como un costo intrínseco, dieron lugar a efectos nocivos, que van desde el bullying hasta influencia (ilegítima) en elecciones presidenciales.
En un extremo están quiénes plantean que no hay que hacer nada, que todo se irá acomodando; o no, pero que vale la pena por un principio al que le dan rango absoluto. Desde el otro sostienen la necesidad de regular esas consecuencias nocivas; este campo se divide entre los puristas de la regulación y los moderados. En el medio, como se dijo, la libertad de expresión.

Mientras, las consecuencias se van traduciendo en hechos políticos de calibre. La Corte Suprema de Brasil entra en un mano a mano con X; en Francia detienen al CEO de Telegram, con el argumento de que no controla el tráfico de mensajes vinculado a ilícitos, terrorismo y pornografía infantil incluidos; Estados Unidos propugna la venta forzada de Tik Tok si no demuestra su desvinculación del gobierno chino.
En Argentina desfiguramos la discusión, desnudando una comprensión paradojal de la libertad de expresión: está bien, siempre y cuando sirva como un instrumento de castigo a los otros. Traducido: está mal si un periodista habla críticamente del gobierno, pero está bien si sirve para expresar repudio en las redes contra voces disonantes, munidos de presupuesto millonarios para los servicios de inteligencia. El cocktail se acaba de completar por decreto, limitando el acceso de la información, en contra de la transparencia que debe honrar cualquier servidor público.
Siempre en línea con el mundo, pero con una triste mirada telúrica. Los aciertos se nublan y todo se pone en cuestión cuando se vislumbran indicios poco democráticos, poco republicanos. Todo tiene que ver con todo: después preguntamos porqué el riesgo país no baja; no es sólo el cepo; también cuentan la Corte Suprema y la libertad de expresión.

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