jueves 21 de noviembre de 2024
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El peronismo levantó la cabeza desde las ruinas del huracán Alberto y Macri logró quedar mal con todos

El peronismo no tiene un solo dirigente que supere el rechazo masivo de las encuestas. Su último presidente está arrastrando lo que le quedaba de legitimidad y prestigio social, muy poco, por el fango de los tribunales y el prime time televisivo. 

Es más, si hoy se hicieran elecciones le iría mucho peor que el año pasado. Pero nada de eso importó demasiado en la última semana, en que se reveló que sigue siendo un actor decisivo en el juego institucional, capaz de acordar con todos los demás según sus conveniencias, e imponer serios reveses a todos sus adversarios, en particular a Javier Milei. 

Es que su poder institucional puede ser por completo indiferente a los humores de la sociedad. Y sabe ejercerlo muy bien cuando se le presenta la oportunidad. Y fueron justamente oportunidades, varias, las que le ofrecieron estos días los errores y horrores que regularmente comete el Gobierno en su equívoco camino a conformar un polo reformista y una gestión mínimamente solvente para representarlo, y las insólitas idas y vueltas de Mauricio Macri en su esfuerzo por detener la deriva hacia la irrelevancia. 

Así, los senadores kirchneristas actuaron coordinada y silenciosamente para avalar la peor iniciativa de Milei, la nominación de Ariel Lijo a la Corte, que el miércoles defendió su caso en la Comisión de Acuerdos, pero encuentra un 80% de rechazo en las encuestas. 

Y eso no les impidió, al mismo tiempo, bloquearle o complicarle al presidente todo lo demás, que en muchos aspectos sí tiene apoyo amplio en la sociedad: el control de los servicios de inteligencia y el combate del crimen organizado, el superávit fiscal y la capacidad misma de controlar la situación económica. 

Los costos reputacionales y políticos que el Ejecutivo está pagando por promover a Lijo a la Corte son enormes, y van a seguir creciendo. Porque lo peor es que su nominación tiene cada vez más chances de prosperar. Pero cavando una fosa de desconfianza entre el presidente y buena parte de los actores sociales y políticos, empresarios, miembros de la Justicia, dirigentes de la oposición dialoguista, clases medias en general, más favorables a las demás reformas que él impulsa. 

Fosa que explica, aunque suene paradójico, que ahora le resulte mucho más fácil al resto de la oposición votar con el kirchnerismo: si el propio Milei cruzó esa línea roja cuando buscó el apoyo de Cristina y los suyos para moldear la Corte con que sueña, ¿por qué los radicales, los federales y hasta Mauricio Macri no van a hacer lo mismo cuando se les presenten buenas oportunidades para combatir la irrelevancia en que los deja la polarización imperante en todos los demás asuntos, y mostrar que todavía pueden cortar y pinchar, que tienen algo que ofrecer y un rol que cumplir? 

Así hizo Martín Lousteau, montado en la seguidilla de errores cometidos por el oficialismo, sobre todo por Santiago Caputo en la negociación sobre las autoridades de la Comisión Bicameral de Fiscalización de Organismos y Actividades de Inteligencia, que ahora el senador radical presidirá. 

Lo mismo hicieron parte de los radicales, casi todos los federales, y también un buen número del PRO para rechazar, en acuerdo con el bloque de diputados de UxP, el DNU que otorgaba fondos millonarios a la SIDE, que muy torpemente el Ejecutivo quiso pasara por abajo del radar. Y recién salió a defender Patricia Bullrich, no Santiago Caputo, que al comienzo apareció como su exclusivo promotor y beneficiario, cuando el destino de ese decreto ya estaba sellado. 

Una cosa era justificar el decreto en discusión por las necesidades del combate del narcotráfico y otra muy distinta para el financiamiento de los trolls de la Rosada y la puesta de los espías de 25 de mayo al servicio de las batallas culturales del mileismo. Pero el oficialismo no pareció apreciar la diferencia. O lo hizo con muy mal timing. Tal como sucedió con sus reacciones ante la recontra anunciada aprobación en el Senado, por amplia mayoría, del proyecto sobre actualización de las jubilaciones. Esa fue la tercera derrota al hilo para la Casa Rosada en el Congreso en el espacio de pocas horas.  

Milei va a salir de todos modos más o menos bien parado del entrevero sobre las jubilaciones. Porque aún una buena parte de los eventuales beneficiarios de la ley aprobada por los opositores entiende que, si se evapora el superávit fiscal, los beneficios que recibirían ahora de la aplicación de la norma redundarían en perjuicios mayores a muy corto plazo. 

Así que el veto presidencial difícilmente le signifique a su firmante un problema serio frente a la opinión pública: finalmente, se vuelve a plantear la discusión en los términos que a él más le convienen, de un lado los “irresponsables fiscales”, del otro él, que lucha en soledad por la estabilización de la economía. 

El problema será si no puede sostenerse el veto porque dos tercios de los diputados y senadores insisten. Y si el presidente entra en una vorágine de enfrentamiento con las demás fuerzas políticas, en particular las dialoguistas, se verá obligado a vetar leyes cada dos por tres. Peligros que, en la semana que pasó, llevaron a los bonos y el riesgo país a reaccionar mal ante las novedades que venían del Congreso. 

Pero Milei sabe que tiene tiempo. El asunto es cómo lo usa para mejorar, ante todo, sus lazos con el Congreso y el control de la agenda legislativa. Algo que no puede depender, como hasta ahora, de iniciativas en pugna, roles mal definidos y disputas intestinas entre funcionarios del Ejecutivo, legisladores propios y autoridades parlamentarias. 

Y al respecto hay varias cosas que, claramente, no van a mejorar. Para empezar, las relaciones con Victoria Villarruel: parece que los puentes entre ella y el presidente, por decisión de este último, han sido definitivamente dinamitados. Y que van a arrastrar en su caída a varios de los pocos legisladores propios que tiene el mileísmo. 

Algo bastante absurdo, sobre todo por el contexto en que se produce: justo cuando la oposición tiende a coordinarse en su contra, el oficialismo se esmera en saldar cuentas con sus “disidentes” y “traidores”, como pretende hacer, en particular, para terminar las discusiones sobre Lijo y sobre el otro capítulo negro de su actividad legislativa de los últimos tiempos, la visita a Ezeiza para solidarizarse con los represores. 

Tampoco parece que vaya a disiparse el equívoco que existe en torno al rol del superpoderoso asesor multipropósito que en la vida real responde al nombre de Santiago Caputo y en las redes tiene un indeterminado número de nombres de fantasía. 

Todos los gobiernos necesitan cerebros en las sombras, gente que teje acuerdos que no deben ver la luz pública hasta que sea conveniente para hacerlos cumplir, que operan tras bambalinas para desplegar estrategias que necesitan reserva y paciencia. 

Pero en general esos monjes negros han funcionado mejor, justamente, cuando menos aparecían en los medios: fue el caso de Enrique Nosiglia con Alfonsín, y de Juan Carlos Mazzón con Menem. 

Lo curioso de Caputo es que parece querer dos cosas contradictorias al mismo tiempo, que su foto esté todos los días en los portales, que todos sepan que él es el que controla los hilos del Gobierno, y que lo dejen hacer su trabajo en la oscuridad, con todos los recursos que necesita para llevarlo a buen puerto. 

Como si no estuviera él mismo conspirando contra su propio rol, tal vez por exceso de vanidad, o por falta de experiencia en organizaciones complejas, o porque realmente cree que todo cambió tanto en la política contemporánea que las redes le deberían permitir ser al mismo tiempo el arma secreta del presidente y una estrella magnética para los medios. 

Estas contradicciones fueron las que quiso explotar Mauricio Macri, y en principio lo hizo con habilidad y sentido de la oportunidad. Y pareció que le servirían para disimular sus propios problemas. En particular uno fundamental, que en verdad su conflicto no es con Santiago Caputo, es con el propio Milei. Pues es el presidente el que sueña con deglutirse definitivamente al PRO y dejar a su predecesor sin trabajo ni rol que cumplir: es porque Macri no puede decir abiertamente nada al respecto, que se la agarra con Caputo. 

  

Y como tampoco puede pasarse a la oposición (¿a quiénes podría arrastrar con él si emprendiera ese camino?, ¿alguien lo aceptaría en ese club?), ni empujar al Gobierno a una crisis, intentó un complicado equilibrio: votar primero a favor de la recomposición de las jubilaciones, y después avalar el veto presidencial que anularía esa recomposición (y que se va a sostener solo si se evitan los dos tercios en la insistencia de las cámaras, es decir, si el PRO no vuelve a apoyarla). Es decir, mostrar que conserva capacidad de daño sobre el Gobierno, y que es también la salvación del Gobierno contra ese daño. 

De todos modos, a la corta o a la larga iba a quedar a la vista que el juego del jefe del PRO no tiene mucho sentido. Y el problema se reveló “a la corta” porque él fue demasiado apresurado y torpe en mostrar su juego: consiguió que el presidente lo recibiera por tercera vez en pocos días, pero inmediatamente después de esa reunión adelantó que avalaría el veto, con lo que dejó pedaleando en el aire a los senadores y diputados que aún le responden. Podría haber promovido un veto parcial, pero tal vez eso fuera tejer demasiado fino para su rudimentaria estrategia. 

Frente a ella, está claro, lo único que necesita el gobierno es paciencia. Esperar que la polarización termine de hacer su trabajo. Porque el expresidente, igual que los radicales, los federales y demás actores del centro político en descomposición, a la larga no tendrán otra que rendirse ante lo inevitable: o siguen votando con el peronismo y se alían en alguna fórmula con Cristina Kirchner para enfrentar el próximo test de las urnas, o se refugian en sus provincias y esperan que el clima cambie, o se suman a las fuerzas del cielo. 

Mientras tanto, pareciera que lo que ordena el tablero político es una suerte de empate entre los dos bandos. Milei y el arco opositor pueden sacarse ocasionales ventajas uno al otro, pero ninguno logra imponerse claramente. Así que la guerra de trincheras continuará. La última semana, Milei consiguió dos de cal, hizo avanzar la nominación de Lijo y mostró que puede vetar sin problema leyes que conspiren contra su programa. Pero cargó con tres de arena, sucesivas derrotas en las votaciones del Senado y Diputados que lo muestran más aislado que nunca, lidiando con conflictos mal administrados en sus propias bancadas, con su vice y con la mala praxis recurrente de sus funcionarios. Es el escenario al que habrá que acostumbrarse. 

Publicado en www.tn.com.ar el 25 de agosto de 2024.

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