En 1966, la organización de encuestas Harris inventó un “índice de alienación” elaborado en base a la respuesta a cinco preguntas sencillas que los encuestados deben responder: “¿Siente que los ricos se hacen más ricos y los pobres más pobres?”, “¿Siente que la gente que dirige el país realmente no le importa lo que a Ud. le pase?”, “¿Siente que lo que Ud. piensa ya no cuenta?”, “¿Siente que queda afuera de lo que ocurre a su alrededor?”, “¿Siente que la mayor parte de la gente con poder trata de sacar ventaja de Ud.?”
Para la elección de 1968 en la que ganó, inesperadamente, Richard Nixon, ese índice sirvió para conocer el nivel de frustración de la sociedad respecto de su sistema político. Y la campaña de Nixon se sirvió de él para canalizar toda esa ansiedad y frustración que afectaba, sobre todo, a la clase trabajadora blanca, los estadounidenses “olvidados”, como los llamó Nixon entonces, como lo hace Donald Trump ahora y como hace toda la extrema derecha internacional.
A Trump ya le sirvió el argumento en el pasado para llegar a la presidencia, por eso no va a desviar el eje de su campaña en la denuncia de un “Estado profundo”, una teoría conspirativa según la cual existe una burocracia poderosa que domina desde Washington los destinos miserables de las personas que sufren por culpa de la globalización económica y gracias al control ejercido por los medios de comunicación tradicionales asociados a ese plan “siniestro” de dominación.
El índice de alienación se encuentra hoy en valores superiores a la época de la elección entre Nixon y Hubert Humphrey. Y si bien esto refuerza la estrategia del blondo empresario inmobiliario, Kamala Harris ha optado por una campaña positiva, de sonrisa amplia, como la que ella y su vice Walz exhiben en cada acto proselitista, una campaña que apunta al futuro y no a las añoranzas del “Make America Great Again”.
Sin embargo, el plan basado en el optimismo de Harris tiene algunos nubarrones a la vista. Por un lado, está en situación de sufrir el “efecto Sergio Massa” porque siendo parte del gobierno actual que tiene varios problemas movilizantes e irresueltos, tiene la misión de explicar que ella les dará una solución que hasta aquí Joe Biden no ha logrado. Aunque a diferencia de Massa – al que seguramente no conoce – su problema principal no es la economía. Tampoco lo era de Humphrey e igual perdió de manera sorprendente.
En líneas generales podemos afirmar que tanto Trump como Harris proponen al electorado una economía “populista” poco consistente con la ortodoxia, pero muy efectiva a la hora de ganar votos (gran dilema del esquema democrático, en general, nadie vota sacrificios). Incluso Biden mantuvo el andamiaje de aranceles establecido por Trump contra las importaciones de China en un remozado neomercantilismo siglo XXI.
En 1968 la guerra de Vietnam era “el tema” que atravesaba a toda la sociedad y que provocó que muchos demócratas exigieran en la convención que se votara por el senador pacifista por Minnesota, Eugene McCarthy, quien finalmente perdió a manos de Humprey que representaba el ala más moderada del partido.
Hoy, Kamala enfrenta la cuestión de la masacre de Gaza a manos del ejército de Israel como un revulsivo similar para el ala izquierda del partido, aunque no para una sociedad que no está entregando a sus hijos como en Vietnam y a la que, en general, le preocupa muy poco lo que pase fronteras afuera. Y aquí está el otro tema controversial: la cuestión de la inmigración. Sintonizando con el miedo ancestral humano al desconocido, Trump agita la “invasión” y propone deportaciones masivas, mientras Kamala oscila entre atender ese miedo y proponer soluciones “humanas” a un problema de larga data.
Último dato: En 1966 la primera medición del índice de alienación marcó 29 – en una escala de 100 – y hoy está en 66.
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