“La guerra es la madre de todas las cosas” sentenció Heráclito dos milenios y medio antes de que Carlos Marx diagnosticara que “la violencia es la partera de la historia”. Los vínculos entre política y violencia se pierden en la noche de los tiempos y teorías provenientes de diferentes campos han intentado elucidar la persistencia de este fenómeno.
Sin embargo, no es tratando de elevarme al nivel de la teoría que deseo hablar de esta problemática, sino desde una perspectiva más íntima. Al terminar de leer el excelente y bello libro de Sergio Bufano, La balada de los muertos (Prometeo, 2024) no pude evitar efectuar una evocación de todo lo que habíamos vivido aquellos que estuvimos atravesados por el periodo de violencia política de los 70’ que, todavía hoy, la sociedad argentina no termina de procesar.
El reciente asesinato de Susana Montoya, en Córdoba, pareciera ser su última secuela. Como la visita de un grupo de diputados libertarios a represores condenados por la Justicia, una de ellas aduciendo que por su edad ignoraba esa historia.
Bufano nos había dado ya, en Apuntes de un hereje (2022), las memorias de su participación en la “lucha revolucionaria”, con una inusual mirada autocrítica; pero, en este volumen convoca los variados géneros de la literatura, de la poesía al relato, donde tampoco la reflexión sobre lo ocurrido está ausente. El autor, así, asume el desafío de revelarnos el vértigo de la violencia, donde víctimas y victimarios se confunden en una dimensión trágica.
Justamente, es el reconocimiento de la tragedia, con lo de ineluctable que ella posee, lo que le permite al autor tomar distancia de la versión edulcorada según la cual el terrorismo de Estado habría surgido mágicamente, a partir de la feroz dictadura de 1976, para liquidar a 30.000 inocentes.
“Sí, esparcí sangre -dice uno de los protagonistas, Daniel Farías-. Convertí a hombres en espectros y proclamé orgulloso mi sentencia. […] Nadie sabe dónde estoy, dónde yazgo. Tampoco yo, porque antes me cegaron. No me quejo, conocía el costo”
Uno de los principales factores por los cuales nuestra sociedad no logra estar en paz con la violencia política que la ha atravesado desde su nacimiento es que hemos sido incapaces de establecer un mínimo principio de corresponsabilidad. Desde todos los sectores se sitúa la responsabilidad en el otro campo, el cual deviene, en consecuencia, el autor excluyente de la violencia.
Dos pequeñas anécdotas quizás ilustren mejor esta vocación por lo unidimensional. Hace algunos años, un antiguo compañero mío del Liceo Militar General Paz argüía que el feroz bombardeo sobre Plaza de Mayo, sobre civiles inocentes (un ómnibus lleno de niños entre ellos), en junio de 1955, había sido necesario para deponer a Perón. Este profesor de Ciencias Políticas posiblemente ignoraba que yo sabía que su padre había sido uno de los pilotos responsables del bombardeo.
A su vez, Luis Fucks, “Darío”, quien acaba de fallecer, compañero mío de la llamada “Columna Norte” en el lejano 1973, a raíz de la publicación de su libro Crónicas de la Patrulla perdida. Amor, deseo, revolución y muerte en los 70 (3Banderas editores / editorial Jirones, 2021), sostuvo textualmente: “La violencia no empezó con los Montoneros en los 70, la empezaron ellos en el 55, cuando bombardearon la Plaza”. La lógica de que un crimen permite la justificación de otro crimen es un procedimiento de alta peligrosidad, como se puede comprobarlo en Gaza.
La mirada socio-política sobre los acontecimientos que luego configuran la historia deja poco espacio para las subjetividades. Sin embargo, Bufano logra entremezclar la elegía, la intimidad intransferible de la lírica, con lapidarias reflexiones: “La vida desdichada de los protagonistas recorre una época sin épica, un exiguo periodo histórico en donde el calvario fue el principal protagonista”. Un calvario que presupone la acción. Muchos de nosotros hubiéramos adherido, sin reticencias, al verso de Goethe en su Fausto: “En el principio fue la acción”.
La exitosa resolución de una “poética del horror” es un desafío del que pocas veces se sale victorioso. La célebre frase de Adorno, según la cual era imposible escribir después de Auschwitz, fue desmentida en los hechos por Paul Celan, uno de los mayores poetas de la lengua alemana, quien había perdido a sus padres en uno de los campos y que con su brillante poema “Fuga de la muerte” había logrado ir más allá del horror de los acontecimientos. El escritor argentino ha seguido los pasos de ese terrible sendero.
Si como sociedad queremos construir en el país un camino democrático y de paz, deberíamos comenzar a admitir que nuestra historia ha sido, siempre, mucho más violenta de lo que su sector “ilustrado” estuvo dispuesto a reconocer.
No olvidar nunca que la violencia está siempre precedida por la palabra, de tal manera que el lenguaje poético, aun cuando sufra de impotencia, le señala al ser humano que es posible transitar otros caminos que los del enfrentamiento y la violencia. Sergio Bufano, a su vez, nos recuerda que, aun mirando de frente el horror, es factible elaborar con otras herramientas el modo de habitar la tierra.
Publicado en Clarín el 7 de agosto de 2024.
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