Gran parte de aquel entramado transitó directamente por los escritorios de los viejos burócratas del régimen de Hugo Chávez y del primer kirchnerismo que conducía el fallecido expresidente. Jamás hubo una relación comercial genuina, apenas un grupo de venezolanos y argentinos frotándose las manos al calor de los dólares del petróleo. Un club de amigos que se hicieron millonarios, lejos, muy lejos, de generar un intercambio comercial estable y permanente en el tiempo. No se abrieron mercados; se llenaron cuentas corrientes personales.
En medio de ese desparramo de billetes hubo, claro está, muchos ganadores. Pero también, no pocos perdedores que cayeron en esa red de intereses y jamás pudieron salir. Las empresas lácteas Sancor y La Serenísima fueron dos de las que confiaron en aquella relación patrocinada por el kirchnerismo. Le vendieron millones de dólares mientras el petróleo pagaba la factura. Ese tiempo pasó y Sancor empezó con sus primeros problemas de caja cuando los venezolanos dejaron de cancelar. La Serenísima llegó a expandir su capacidad instalada para producir leche en polvo con la idea de vender al país de Chávez. Fue víctima del entusiasmo y padeció la falta de pago.
Aquellos días millonarios de sonrisas caribeñas fueron relatados con lujo de detalle por Claudio Uberti cuando declaró como arrepentido en la causa Cuadernos. Era el encargado de coordinar la relación paralela con Hugo Chávez junto al exministro Julio De Vido y su secretario José María Olazagasti, los tres procesados en esa causa que espera el inicio del juicio oral.
El origen de la relación bilateral empezó en 2004, con una visita de funcionarios argentinos a tierra chavista donde se firmó un el primer acuerdo entre los dos países. El Palacio de Miraflores fue la escenografía. Poco tiempo después, Alí Rodríguez, poderoso ministro de Energía del gobierno venezolano, viajó a Buenos Aires. En ese momento, De Vido le encargó a Uberti, que manejaba el Órgano de Control de las Concesiones Viales (Occovi), que atienda y acompañe a la delegación.
Ya se conocían. Alguna vez, Uberti contó que en uno de los primeros encuentros, le entregó a Chávez una versión de bolsillo de la constitución bolivariana. En el momento que se la dio le hizo un chiste. Al comandante le dio gracia aquella humorada y le preguntó quién era. Desde entonces, lo llamó por su nombre. Claudio, para los amigos.
En 2005 empezó la relación comercial millonaria. El 9 de agosto, los presidentes se encontraron en la Casa Rosada. Uberti contó que escuchó un pedido que le hizo Kirchner al entonces ministro de Economía, Roberto Lavagna. “Explicale a Chávez cómo es el tema de la ayuda financiera que necesitamos”, dijo el santacruceño. Le pidieron que suscriba 500 millones de dólares en bonos.
En diciembre, siempre de 2005, Uberti volvió a Caracas, esta vez como coordinador de la agenda del secretario de Energía, Cristian Folgar, especialmente en todo lo que tuviera que ver con la petrolera estatal (Pdvsa). El comandante los recibió en el Palacio de Miraflores. “Fue una reunión de tres horas”, dijo el exfuncionario. En medio de aquella charla, preguntó: “¿Todavía necesitan los 500 millones de dólares?”. Uberti se apartó de la reunión e intentó comunicarse con Kirchner. Lo hizo a través de su secretario, Daniel Muñoz. “Pedazo de pelotudo, decile a ese que los mande inmediatamente”, relató que le contestó el presidente. Fue el inicio de la operación Boden 2012, de la que Venezuela suscribió US$1800 millones.
Corría julio de 2006 y el ministro de Economía de Venezuela, Nelson Merentes, estaba en Buenos Aires. “Inmediatamente [por pedido de De Vido] lo ubiqué al ministro. Me dijo que ya debía salir hacia el aeropuerto, pues iba de regreso a su país en vuelo comercial”, contó tiempo después Uberti en sede judicial. El titular del Occovi lo llevó a Ezeiza: “Durante el viaje al aeropuerto, Merentes me dio una serie de explicaciones técnicas [que no entendí] sobre lo bien que les estaba yendo con los bonos argentinos”. Luego, el chavista sacó una tira de impresión de las viejas calculadoras, le mostró y le dijo: “Acá están las ganancias, preguntale a tus superiores cómo les hacemos llegar su parte”.
La operación era sencilla: llevaban los bonos, los vendían en el mercado a precio libre y luego, gracias a los oficios de los funcionarios, conseguían comprar dólares en el mercado venezolano a precio oficial. La diferencia era importante ya que la brecha entre las dos cotizaciones era muy amplia.
Uberti volvió de Ezeiza con aquel recado y se lo comentó a De Vido. “Hablalo con el malo”, le contestó el ministro en referencia al presidente. Cuando Kirchner se enteró de aquella propuesta, se interesó. “Te vas urgente a Caracas con Alfredo y que Merentes te explique bien la operación”, le dijo. Alfredo era Mc Laughlin, entonces secretario de Finanzas.
Volaron a Venezuela en un avión de seis plazas contratado por el Gobierno. Llegaron de noche y al otro día los atendió el ministro venezolano para explicarles cómo era la bicicleta con los bonos argentinos. Volvieron, pasaron dos días y Kirchner llamó a Uberti. “Decile a tus amigos venezolanos que quiero la mitad de lo recaudado en billetes físicos en Buenos Aires”, le ordenó según reconstruyó en una causa el propio extitular del Occovi.
En julio de 2006, Chávez regresó a Buenos Aires. Uberti, fiel a sus compromisos, fue a recibir la delegación en Ezeiza. Era la madrugada y en medio de aquella noche le pasó al comandante el pedido de su jefe. El venezolano llamó a su ministro de Economía y le comentó. Ya en el Sheraton, donde se alojaron, Uberti se reunió con Merentes. El hombre de los peajes se llevó un “imposible” de parte del venezolano y eso fue lo que le transmitió a Kirchner. “Pedazo de pelotudo, yo me encargo”, lo regañó el presidente según contó el exfuncionario.
Poco tiempo después, el argentino volvió a Caracas. A pedido del Jefe de Estado debía encontrarse con Rafael Ramírez Carreño, ministro de Energía y Petróleo de Venezuela y presidente de Pdvsa. En el encuentro, el petrolero le dijo que tenía instrucciones para instrumentar la solicitud de Kirchner “del envío de dinero al Sur” a través de Pdvsa. “En esa oportunidad, dijo, serían 25 millones de dólares. El ministro Carreño me indicó que todo se gestionaría a través de él o de Diego Uzcategui, y me dijo que si hablábamos por teléfono de esa gestión, deberíamos referimos a “la refinería”, y eran los “técnicos que venían a Buenos Aires a ver el tema de la refinería”.
Días después de aquella reunión, Ramírez Carreno llamó Uberti y le dijo que llegaba a Buenos Aires un avión de Pdvsa con 11 “técnicos”. El funcionario interpretó que se trataban de 11 millones de dólares. El exhombre de los peajes reconoció en sede judicial que ya sabía cómo hacer con el dinero que recolectaba. Si era “poco”, el lugar era el despacho de la Casa Rosada; si era “mucho”, al departamento familiar en Recoleta, y si era “muchísimo”, a la Quinta de Olivos.
Esa noche de la llegada del avión, Uberti y José María Olazagasti esperaron en la zona militar que en ese momento estaba ubicada en el aeropuerto porteño sobre la Costanera. Tenían la instrucción de coordinar todo con Muñoz. Ya casi de noche, aterrizó la aeronave. Olazagasti se encargó de los trámites y control para que los viajeros pudieran pasar hacia el sector de llegadas de aquella terminal. Uberti recordó que Uzcategui separó tres ó cuatro valijas: “Estas son tuyas”, dice Uberti que le dijo, y le confirmó la cantidad de “técnicos” que le había adelantado Ramírez Carreño.
Uberti no abrió las valijas y se limitó a llamar a Muñoz. “Yo solo cargué en el auto esas tres o cuatro valijas”. Poco tiempo después se encontró con Muñoz en el departamento de Recoleta, en Juncal y Uruguay, y se limitó a acercarlas al ascensor.
En abril de 2007 hubo una cumbre de presidentes en la Isla Margarita. Néstor Kirchner estaba ahí; Uberti, también. Una noche, el presidente llamó a su funcionario a su habitación y le pidió que aprovechara la oportunidad para exigir que carguen en el avión presidencial el resto del dinero por “la operación”. Ramírez Carreño le contestó que era imposible, ya que estaban en la isla más dé 15 presidentes con sus delegaciones y con su correspondiente personal de seguridad. Once meses después, Uberti renunció y el destino de los ”14 técnicos” que nunca llegaron pasó a ser una incógnita. Nadie supo si la “refinería” quedó totalmente arreglada. O pagada.
“La relación comercial entre la Argentina y Venezuela ha estado, en lo que transcurrió del siglo, fuertemente influida por la política. En los años de Chavez/Kirchner, la Argentina tenía en Venezuela a uno de sus principales mercados en el mundo, con una evolución marcada en la segunda década del siglo XXI (llegó a mas de US$2.000 millones de exportaciones), mientras que, luego, primero por la crisis económica de Venezuela y después porque el vínculo político (desde tiempos de Mauricio Macri) se debilitó, el comercio bilateral fue cayendo hasta niveles bajísimos”, dice Marcelo Elizondo, especialista en negocios internacionales, Presidente del comité argentino en la International Chamber of Commerce (ICC).
Así fue. En 2003, cuando asumió Néstor Kirchner, las exportaciones a Venezuela importaban U$S139 millones y en 2013, período récord, llegaron a US$2.295 millones. Ese año, murió Hugo Chávez. Y esa relación, política y no comercial, se desplomó. Este año, hasta junio, las ventas a ese país apenas sumaron US$174 millones. Un subibaja lleno de dólares, corrupción y oscuridad.
Publicado en La Nación el 24 de julio de 2024.
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