jueves 31 de octubre de 2024
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“Piñas, botellazos y heridos”: cuando la Guerra Civil Española enfrentó a republicanos y franquistas en la Avenida de Mayo

El martes 9 de julio se cumplieron 130 años de la inauguración de la Avenida de Mayo. Desde los primeros tiempos, este elegante bulevar porteño que une la Plaza de Mayo con la Plaza del Congreso en el barrio de Montserrat se distinguió por ser un lugar de encuentro de la comunidad española en Buenos Aires. Pese a que la inspiración urbanística de la que fuera la primera avenida de Sudamérica provino de París, fue la gran oleada de inmigrantes hispánicos quienes principalmente le imprimieron su espíritu. Los españoles trajeron su cultura, sus tradiciones y sus costumbres a la floreciente arteria porteña. Pese a estar lejos de su hogar, la patria continuaba latiendo en ellos. Así, cuando en 1936 estalló en España la guerra civil, la Avenida de Mayo se transformó también en un escenario de refriegas y conflictos continuos entre los partidarios de ambos bandos en disputa.

La apertura de la avenida se produjo en 1894. “Su inauguración significó un corte con el pasado colonial de Buenos Aires y el comienzo del crecimiento de la ciudad hacia un futuro que se preveía promisorio”, dice a LA NACION Liliana Massocco, presidenta de la Junta de Estudios Históricos de Montserrat, que añade: “El bulevar nació con mucho ímpetu y empezó a ser un centro cultural de la ciudad, que concentraba hoteles, teatros, bares…”.

Ese porvenir lleno de promesas que se cristalizaba en el esplendor de la nueva avenida fue, quizás, lo que atrajo al país a una gran cantidad de inmigrantes europeos que buscaban una tierra próspera donde vivir. Eran principalmente italianos y españoles. Hubo mucha afluencia de ellos a fines del siglo XIX y principios del XX. De acuerdo con el censo de 1909, en la primera década del siglo XX arribaron al país unos 170.000 españoles. Según un artículo del historiador Rodrigo Salinas, casi el 60 por ciento de ellos se afincaron en los barrios de San Nicolás y Montserrat, es decir, en las inmediaciones de la joven avenida.

Estalla la Guerra Civil y llega a Buenos Aires

“Surgieron allí muchos cafés a la española, que incluso preparaban el chocolate con churros y otras tradiciones de allá. Y los españoles eran muy de los bares y se encontraban tanto los inmigrantes como sus descendientes con amigos, paisanos, revivían festividades regionales, compartían noticias de sus pueblos, sus alegrías, sus tristezas. Compartían su vida entre ellos”, dice Massocco. Estos establecimientos, con sus mesitas puestas en la vereda, dotaron a la avenida de un aire madrileño. En ellos también se encarnaría el drama de la guerra civil. Especialmente en dos bares: el Iberia y el Español.

El 17 de julio de 1936, del otro lado del Atlántico, las fuerzas militares de España iniciaban desde Melilla, en el norte de África, una sublevación contra el gobierno democrático de la Segunda República Española. Esto dio pie a una guerra fraticida en el que se enfrentaron, básicamente, dos bandos, conformados por los que produjeron el golpe, conocidos como “nacionales” (compuesto por militares, conservadores, falangistas, monárquicos y la cúpula de la Iglesia Católica) y, por otra parte, los “republicanos” (partidarios del Frente Popular, comunistas, socialistas, anarquistas, sindicalistas, nacionalistas vascos y catalanes).

Si bien el gobierno argentino, presidido entonces por el general Agustín P. Justo, se declaró “prescindente” con relación a lo que ocurría en tierras españolas, en la comunidad hispánica de la Argentina prácticamente nadie tuvo una postura neutral. Los inmigrantes de España en la Argentina se volcaron, con la intensidad que exige un momento histórico extremo, hacia el bando republicano o el nacional. Y esas pasiones encontradas chocaban cotidianamente en la Avenida de Mayo. “Varios cafés de esos españoles se convirtieron en un campo de batalla entre republicanos y franquistas (por Francisco Franco, líder de los militares nacionales). Cada una de estas facciones adoptó un bar como una especie de búnker”, explica Massocco.

La titular de la Junta de Estudios Históricos de Montserrat añade un punto importante: “El problema fue que esos bares elegidos estaban uno frente al otro, en la esquina de la Avenida de Mayo y Salta, separados por Salta. Allí se palpitó la guerra, o se peleó, prácticamente la guerra desde esa esquina”.

El Iberia y el Español

El bar que se convirtió durante los tres años que duró la guerra civil en el refugio de los republicanos fue el Iberia. Este café, que fue declarado más acá en el tiempo como Bar Notable y Sitio de Interés cultural por la Ciudad de Buenos Aires, se inauguró en 1897, con el nombre de La Toja, en homenaje a una ría de España. En un principio, como estaba ubicado a una cuadra del Comité Central de la Unión Cívica Radical, el local supo ser un recinto copado por los militantes de Leandro N. Alem. Por sus mesas también pasaron a través de los años artistas españoles como Federico García Lorca, Margarita Xirgú o Nati Mistral. En los comienzos de la década del ‘30, antes del comienzo de la guerra civil, el lugar fue comprado por un exiliado español, Daniel Calzado, y se convirtió en la sede no oficial de los republicanos.

El otro bar era el Español, “bastión de los franquistas”, según Massocco. “Era increíble cómo dos posturas opuestas absolutamente viscerales estaban a metros”, sintetiza. Así, cada noticia que llegaba de la guerra en la península ibérica, muchas veces anunciada por la sirena del edificio de La Prensa, ubicado sobre Avenida de Mayo, a pocas cuadras de la esquina con Salta, podía convertirse en el detonante de una gresca entre ambos cafés. “Entre una esquina y la otra se tiraban con vasos, platos, sifones, con mesas, con lo que tuvieran a mano”, dice Massocco, que añade que, por la proximidad entre varios locales, también eran habituales los combates cuerpo a cuerpo, a las piñas.

Dos reyertas puntuales

Un ejemplo bien concreto de esta enemistad manifiesta entre ambos cafés y sus parroquianos ocurrió una noche de principios de junio de 1937. Fue cuando llegó desde España la noticia de que había muerto en un accidente de aviación el general Emilio Mola, considerado el cerebro del golpe de Estado que inició la contienda civil, una de las figuras más apreciadas por los nacionales.

La novedad fue tomada con tristeza por los habitués del Español que, en medio de un clima de velorio por el militar fallecido, comenzaron a cantar a voz en cuello el himno falangista “Cara al Sol”. Todo lo contrario sucedía en el Iberia, donde el deceso de Mola, un enemigo de talla, solo produjo estentóreos brindis de alegría.

Por supuesto, semejante demostración de emociones contrapuestas no podía terminar más que de modo violento. Se generó entre los concurrentes de ambos bares una batalla campal. En palabras del poeta y editor español Arturo Cuadrado: “Quedó como constancia del enfrentamiento una gran cantidad de botellas rotas, sillas y mesas mutiladas y un buen número de hispano-porteños que debieron ser atendidos en la Asistencia Pública de la calle Esmeralda, entre Rivadavia y Bartolomé Mitre”.

Era frecuente también que interviniera la policía para frenar o morigerar las reyertas. Como ocurrió en otra ocasión, en el mes de marzo de 1938, cuando un camión se paró en la esquina, equidistante de ambos bares, y comenzó a reproducir con altoparlantes el “Himno de Riego”, canción identificada con los republicanos, mientras del vehículo bajaba gente con panfletos antifascistas. Otra vez, el hecho culminó en un brutal altercado.

Liliana Massocco recuerda una postal curiosa en medio de este caos de trompadas y objetos que volaban de una vereda a la otra. Es una anécdota que contaba el periodista Osvaldo Ardizzone, que aseguraba que cuando arrancaban las trifulcas entre los cafés, había dos cosas características: la primera, los gritos de las mujeres. La segunda, el apuro de los mozos por cobrar las cuentas antes de que todo estallara.

El documento perdido

Existe un documento que podría dar detalles de estos enfrentamientos entre bares vecinos, pero lamentablemente se perdió. Ocurre que los parroquianos del Iberia tenían un libro de actas llamado La República en el exilio donde registraban cada una de sus reuniones. “Nadie duda de la existencia de ese libro, porque cuando Manuel Novo compró el bar en 1988 había mucha gente que había estado en esos años y lo confirman, pero a pesar de que lo buscaron muchísimo, no aparece”.

“No sabemos qué fue del libro. Quizá lo tenga algun descendiente de la familia Calzado, que era el dueño de este bar y del bar Berna en esa época”, dice el mismo Novo, actual dueño del Iberia, consultado por LA NACION sobre el paradero de La República en el Exilio.

Una sociedad conmovida por el conflicto

Esta claro que, con la enorme cantidad de inmigrantes españoles que había en la Argentina, los sucesos de la guerra civil no se ceñían solamente a la Avenida de Mayo ni a los dos cafés mencionados. Por caso, los diarios informaban las circunstancias del conflicto en sus primeras planas. La sociedad estaba conmovida y seguía los sucesos a medida que en diferentes puntos de la madre patria se enfrentaban a sangre y fuego los distintos bandos y los nombres de lugares geográficos de la tierra española se convertían en nombres de batallas.

Hubo festivales en la ciudad y se crearon “comités de ayuda” en apoyo de los republicanos, que contaban con la simpatía de radicales y socialistas, mientras que otras entidades se mostraban favorables a los franquistas, como el Jockey Club argentino, que recibió en 1936 la visita de Juan Carlos Lojendio, representante del “gobierno” de Burgos, la capital que habían establecido en España los sublevados.

Félix Luna narra un episodio ilustrativo del clima de la época. Cuando estalló la contienda, entre los círculos allegados al republicanismo se instaló la consigna “No pasarán”. Pero a comienzos de noviembre, cuando las tropas de Franco alcanzaron la Ciudad Universitaria, en Madrid y parecía próxima la caída de la capital española, los partidarios nacionalistas realizaron una marcha en el centro porteño en la que cantaban frenéticamente y en respuesta a sus enemigos: “¡Ya pasamos!”.

Pero no todo fueron manifestaciones, reyertas y apoyos materiales o simbólicos. También hubo una participación de gente que le puso el cuerpo al conflicto. Desde de la Argentina partieron centenares de voluntarios (según diversas fuentes podrían ser entre 600 y 900) para sumarse a la fila de las “Brigadas Internacionales” que defendían la causa republicana.

Un punto neutral

De regreso a la zona de Avenida de Mayo, y pese a que las posturas de los españoles y sus descendientes eran en su mayoría viscerales en favor de las dos fuerzas en conflicto, había un lugar, próximo al Iberia y al Español, en el que, desde su mismo nombre, se llamaba a mantener la neutralidad. Se trataba de El Imparcial, el restaurante ubicado en la esquina de Salta e Hipólito Yrigoyen, a metros del Español.

Este tradicional local especializado en platos españoles tenía tenía una premisa desde que fue fundado, en 1860, por el inmigrante español Severino García. Dice Massocco “Allí no se no se tenía que hablar de política, ni de religión”. Y la consigna se respetó aún en los tiempos más convulsos para la comunidad hispánica.

El Iberia y el Español, hoy

La guerra civil concluyó, con el triunfo de los nacionalistas, el 1 de abril de 1939. Se instaló, a partir de entonces, y hasta 1975, la dictadura de Francisco Franco, que marcó un período oscuro para la historia de España. Mientras tanto, en Buenos Aires, los dos bastiones porteños de la contienda fraticida tuvieron distintos destinos. El Español ya no está más: parte del edificio fue destruído por un incendio ocurrido en 1979, que acabó también con parte del Teatro Avenida, otro ícono de España en la ciudad. Hoy, en esa esquina de Salta y Avenida de Mayo, se encuentra la sede de un banco.

En cuanto al Iberia, todavía sigue en esa esquina. Si bien en estos momentos se encuentra cerrado, se trata de algo momentáneo. “Lo alquilamos a un grupo gastronómico que se va a encargar de reabrirlo”, cuenta Manuel Novo, que asegura que el bar continuará teniendo el mismo nombre.

Mientras tanto, en una de sus fachadas, el tradicional refugio de los republicanos cuenta con vairas placas que reafirman su historia. “La esquina de la Hispanidad”, señala una de ellas, que añade: “Lugar característico de la cultura hispánica durante más de un siglo”. El homenaje fue realizado por la legislatura porteña, en 2007. Otra placa da cuenta de que el bar fue declarado “Sitio de interés Cultural”. En una tercera de ellas, se lee: “Homenaje de la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires a los caídos, exiliados y represaliados en defensa de la Segunda República Española en su 75 aniversario, 1931-2006″.

“Desde su comienzo, la Avenida de Mayo se conoció como la avenida de los pleitos. Un nombre premonitorio, porque esta decisión de Torcuato de Alvear (primer intendente de Buenos Aires, entre 1883 y 1887) de abrir la avenida generó muchísimos pleitos entre la gente que tenía su casa ahí y que tuvo que ser expropiada. Y los pleitos siguieron con el tiempo y se manifestaron durante la guerra civil”, reflexiona Massocco sobre la atmósfera de belicosidad que supo transitar en su historia el elegante bulevar porteño que estos días celebra sus primeros 130 años.

Publicado en La Nación el 10 de julio de 2024.

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