“Decenas de hombres pasaron ratos, días y hasta meses, hermanados con leones, panteras y tigrillos en el jardín mismo de estos modernos Borgia […] “Frente a las jaulas de los animales solían caminar el actual presidente de la dinastía, […] con sus esposas, sus familiares y sus hijos. […] vi entrar más de una vez a sus inocentes niños, llevando sus muñecas y sus juguetes casi frente a la jaula donde el hombre vivía junto a la fiera”. “Estaba yo en el jardín zoológico privado de la familia Somoza; […] animales y presos buscando por instinto o por inteligencia el modo de subsistir.”
Si las citas previas fueran de una novela o de un cuento, sería una obra de nuestro realismo mágico, pero no lo es. En la primera línea el autor se encarga de despejar toda duda “Todo lo escrito en las páginas del presente libro, es cierto; absolutamente cierto; […] y sin exageraciones de ninguna clase.” En el libro estirpe sangrienta: los somoza, el periodista Pedro Joaquín Chamorro, luego de ser torturado por el régimen de Somoza, convivió junto a otros opositores en el lujoso jardín del palacio presidencial nicaragüense. El jardín era un espacio de usos múltiples; por un lado, se agasajaba en lujosos cócteles a presidentes, diplomáticos, empresarios y políticos, mientras que por otro lado servía como zoológico personal en donde enjaulaba indistintamente a panteras, leones, guacamayos y porque no, personas. Somoza tenía muy claro la importancia que le asignaba a cada uno; mientras los animales eran bañados diariamente y se alimentaban con deliciosas carnes rojas, los opositores eran torturados y alimentados con arroz y frijoles.
La deshumanización ocurre a menudo de forma incremental. Las primeras expresiones pueden no resultar ofensivas, pero como en la parábola de la rana hervida, los cambios graduales de temperatura no son percibidos por la rana, pero son igualmente fatales. La sociedad gradualmente se adapta a las expresiones deshumanizantes sin ofrecer mayor resistencia. Se comienza a escuchar por los medios de comunicación que lo que importa no son las palabras, sino los hechos. Con el transcurso del tiempo el insulto que la sociedad aceptaba como algo inofensivo o inclusive simpático, se transforma paulatinamente en violencia social.
Hitler a menudo comparaba a los judíos con ratas, vampiros y parásitos. En la película de propaganda Nazi “El Judío Eterno”, los judíos son comparados explícitamente con ratas. Se ven imágenes de ratas corriendo por alcantarillas, seguidas de imágenes de judíos en guetos. El primer genocidio posterior a la segunda guerra mundial fue el de Camboya entre 1975 y 1979, y aquí también las expresiones deshumanizantes y propaganda fueron claves para el exterminio de aproximadamente 2 millones de personas. Parásitos, sanguijuelas, serpientes y ratas eran palabras comúnmente utilizadas por lideres del Khmer Rouge.
Otros ejemplos recientes son el genocidio de Ruanda en 1994, el de Srebrenica en 1995 y el de los Rohinyas en Myanmar, que comenzó en el 2016. En todos estos casos, el proceso de deshumanización fue central para llegar al genocidio.
Los genocidios no comienzan con los asesinatos en masa. Comienzan con la deshumanización de personas mediante la palabra y las imágenes. Si bien dichas expresiones no necesariamente culminen en hechos de genocidio, siempre van a contribuir a la violencia, la polarización, y al debilitamiento del estado de derecho. Asimismo, es imposible saber con certeza cuándo es demasiado tarde para rescatar a la rana de la olla. Desde la intención de segregar a los judíos incluida en la plataforma Nazi en1920, hasta la violencia extrema en la noche de los cristales rotos, transcurrieron 18 años en los cuales la sociedad alemana fue moldeada gradualmente con propaganda y represión para aceptar la deshumanización de los judíos como enemigos del Estado y la sociedad.
Cuando comenzamos a justificar las expresiones deshumanizantes por considerarlas inofensivas o porque nos parecen más importantes los hechos que las palabras, despejamos el camino para justificar el incremento de la violencia. Históricamente, las expresiones deshumanizantes han acompañado al genocidio, buscando polarizar a la sociedad y al mismo tiempo justificar la violencia extrema y la represión. Pero si llegamos a actos masivos de violencia ya es tarde para reaccionar. Hay que evitar que esas expresiones levanten vuelo. Cualquier expresión deshumanizante efectuada por autoridades políticas tiene un enorme potencial de producir hechos de violencia, sin que necesariamente se llegue al genocidio.
Nuestra región no está exenta de esta realidad. Nuestras dictaduras utilizaron siempre expresiones orientadas a deshumanizar a los grupos de personas que consideraban “enemigos”. Ríos Montt de Guatemala consideraba al pueblo indígena ixil, de origen Maya, como una raza sub-humana. Peor que si fueran animales; llegó a decir que “Si ustedes están con nosotros, los alimentamos, si no están con nosotros, los matamos.” En Chile, Pinochet y sus seguidores comparaban a los opositores con ratas, bestias y parásitos. La dictadura argentina también se refería a la oposición como ratas o cucarachas, pero además llevo a la deshumanización a un nivel aún más infame, al negar su existencia como seres vivientes: Videla, en relación con los desaparecidos, dijo que “No están ni muertos ni vivos, están desaparecidos”, “es una incógnita”, “no tiene entidad”, “Si no están, no existen, y como no existen no están”.
En una dictadura la deshumanización forma parte de un plan sistemático para controlar o eliminar al enemigo. La deshumanización está en el ADN de una dictadura. Pero en una democracia la deshumanización no puede tener lugar. La democracia es precisamente todo lo contrario. Implica diálogo, búsqueda permanente de consensos, acuerdos, y respeto a las ideas del otro.
Lamentablemente, nuestras democracias están recurriendo a la deshumanización como instrumento central de sus formas de gobernar. Algunos ejemplos bastan para captar el avance del discurso deshumanizante en la región. En El Salvador, Nayib Bukele ha llamado animales, ratas y plagas a los que considera sus enemigos; Hugo Chávez en Venezuela llamaba a la oposición “animales en forma humana” y escuálidos; Maduro los ha llamado ratas, cerdos, gusanos y hienas; en Chile, Piñera se refirió a la plaga que representaban los haitianos diciendo que “traen enfermedades y problemas”; Ortega en Nicaragua los ha tratado de vampiros; en Brasil, Bolsonaro hizo una referencia a un afrodescendiente comparándolo a un animal; y en Estados Unidos, Trump, refiriéndose a los inmigrantes, los llamó animales, basura humana, y una “infestación” para el país.
En Argentina, Milei ha creado el zoológico más concurrido. Una casta salvaje que incluye cerdos, ratas, parásitos, cucarachas, hormigas, buitres, garrapatas, lobos, monos (pero con navaja) y plagas en general. Y si por las dudas los animales terrenales no alcanzaban, decidió sumar a su pequeño mundo animal a los orcos de Tolkien. Para no ser injusto con Milei, hay que reconocer que él también se considera parte del mundo animal. Eligió al león para representarse en imágenes que distribuye ampliamente por las redes sociales. En una de esas imágenes, un león con motosierra mira agresivamente a pequeñas ratas rodeadas de dólares. Imágenes con historia. Sin embargo, el león no es exactamente un buen líder para la democracia. Sus decisiones se basan en el instinto sobre la razón y en el interés individual sobre el bien común.
El Estado de derecho está en dificultades en el mundo entero. El crecimiento de ideologías extremas, en muchos casos con vínculos a movimientos políticos que creíamos haber dejado atrás, está poniendo en riesgo las conquistas logradas en las últimas siete décadas en favor de la igualdad, la libertad y la cohesión social. El discurso deshumanizante y violento es un chaperón permanente de las ideologías extremas. La historia no se equivoca, y el uso de expresiones deshumanizantes para referirnos a los que piensan distinto es el primer paso para la violencia.
En el poema “La Palabra”, Mario Benedetti nos dice que “la palabra es correo del amor, pero también es arrabal del odio”. No le exigimos a nuestros líderes que nos hablen con amor, pero una leve brisa de humanismo, racionalidad y empatía sería más que bienvenida. A lo que no debemos renunciar nunca es a enfrentar las palabras que desde el arrabal del odio apuntan sus miras telescópicas a la democracia, los derechos humanos y el estado de derecho.
Publicado en Infobae el 1 de julio de 2024.
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