Carlos Matus comienza su libro “Teoría del juego social” con un párrafo perturbador e inquietante, sobre todo porque esas líneas, escritas hace ya más de cuarto siglo, continúan teniendo plena vigencia, en particular en la Argentina: “La gestión pública es, en general, desilusionante. No apunta al blanco de los problemas… Hay un abismo entre el retraso de la política y el avance de las ciencias. La primera ignora las segundas. A su vez, las segundas progresan de un modo que ignora la acción práctica de enfrentamiento de los problemas colectivos de la vida cotidiana, aportan poco a la calidad de la gestión pública. Hay una crisis de capacidad de gobierno”. Continuando, describe el panorama de muchas democracias liberales occidentales a fines del siglo pasado: “Con el término de la guerra fía, la democracia gana terreno frente al autoritarismo, pero se debilita por sus desiguales y pobres resultados. Desilusionado, el ciudadano común se aparta de la política, y ésta se encierra cada vez más en círculos pequeños. El gobierno y las ciencias están de espaldas. La democracia pierde terreno, pero no tiene competidores viables. Los defensores de la democracia no saben defenderla. Sobrevive ante al vacío de otras opciones”.
Matus es lapidario: “La práctica política ha creado sus propios problemas. Y ellos son en gran parte ajenos a los problemas de la gente y de la sociedad. Así, los problemas de la sociedad y del hombre común no coinciden significativamente con los problemas de la política y los políticos. Los políticos se dedican principalmente a resolver los problemas internos que ellos mismos crean en la lucha por el poder. La competencia por ser el brujo de la tribu ha llegado a ser más importante que la capacidad de curar”.
Así, cabe preguntarnos acerca de cómo hacer para que el electorado sea capaz de distinguir bien entre aquel al que sólo le interesa ser el brujo de la tribu y aquel al que le interesa realmente curar; y el problema nos remite a la cuestión de cómo lograr que en la oferta electoral haya alguien que sepa curar. En Argentina, siguiendo con esta metáfora, desde hace décadas ningún hechicero es capaz de conjurar, entre otros tantos problemas, el embrujo de una inflación persistente, que deteriora los ingresos de los sectores más vulnerables.
Superar la fragmentación
Se supone que el saber científico que permite “curar” está básicamente en las universidades y en los centros de investigación, en la academia. Recurrimos nuevamente a Carlos Matus, cuando se pregunta; “¿por qué hay un divorcio entre la universidad y los gobiernos?”, y cuando nos dice que “la realidad tiene problemas, las universidades tienen facultades, y la planificación tradicional trabaja por sectores, ¿quién piensa por problemas?”. O sea, formula una crítica al saber especializado y compartimentado y a la gestión pública aislada en “sectores”, que no son suficientes para entender en toda su complejidad y conflictividad los problemas sociales, y mucho menos son eficaces para resolverlos, y menos aún para prevenirlos.
La planificación territorial es a la vez una disciplina (o una interdisciplina), una práctica profesional y una política pública. Es imperioso revertir el divorcio entre el Estado y las universidades. Desde la academia se deberían formar recursos humanos capacitados adecuadamente, generar y transferir conocimiento útil y pertinente a través de la investigación y la extensión, al servicio del diseño de programas y proyectos que estén basados en marcos teóricos robustos y en evidencia empírica. Desde el Estado se debería a su vez generar condiciones para que la disciplina pueda trabajar con los insumos que necesita, datos, estadísticas, etc. (aunque parezca mentira todavía no tenemos los datos de población por localidad del Censo del 2022). Y obviamente, presupuestos. Por otro lado, las políticas públicas de planificación territorial necesitan voluntad política, marcos normativos e institucionales, e instrumentos de gestión, en los tres niveles del Estado, articulados entre sí. Nuestro país carece, a pesar los acuerdos logrados por todas las provincias hace algunos años en el marco del Cofeplan, de una ley nacional de ordenamiento territorial, y son muy pocas las provincias que tienen una norma en la materia. La mayoría de los gobiernos locales se ven en dificultades de todo tipo para planificar y gestionar de modo tal de dar respuesta a las demandas de la población con relación al territorio; habitacionales, ambientales, laborales, etc.
El verdadero rol del Estado
En 2018 el gobierno nacional publicó un poco conocido documento de Política Nacional Urbana, en el que se detalla un crudo diagnóstico: “La ausencia del Estado en la planificación y la gestión territorial ha contribuido a la expansión urbana de baja densidad y a la consolidación de un mercado de suelo urbano caracterizado por la usurpación, la especulación y la desigualdad. La escasez de instrumentos que regulen el mercado de suelo, junto con instrumentos de gestión local ineficientes e instituciones debilitadas, han favorecido el desarrollo de ciudades desiguales, socialmente excluyentes, espacialmente segregadas y ambientalmente insostenibles. En las últimas décadas, el déficit habitacional en Argentina se ha incrementado, los mecanismos de acceso al crédito han resultado insuficientes y los asentamientos informales se han convertido en la principal estrategia de acceso al suelo y a la vivienda de los sectores de menores ingresos. Asimismo, el surgimiento de barrios cerrados no sólo da cuenta de un modelo de ciudad fragmentado socio-espacialmente, sino que su localización en áreas ambientalmente frágiles y vulnerables ha generado un alto impacto ambiental”.
¿Cómo revertir este panorama desolador? Está claro que no será volviendo a modelos fracasados en los que la planificación era más una declamación que una realidad; pero la improvisación y la ausencia del Estado en la planificación territorial tampoco son las mejores respuestas. En sociedades democráticas con sistemas capitalistas competitivos el Estado necesita ser innovador y eficiente, pero en ningún caso puede abandonar su rol planificador. Recordemos a Mario Bunge, cuando señaló que “quien no planifica es víctima del planificador que obra por cuenta de otros”.
Publicado en La Calle el 9 de junio de 2024.
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