lunes 30 de diciembre de 2024
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Peripecias de un semestre virtual

El siglo XXI se ha caracterizado por una innovación tecnológica vertiginosa, que consagró la
predominancia del mundo virtual. Las computadoras personales, luego los smartphones y finalmente los desarrollos en inteligencia artificial, han sido pilares que lo transformaron todo, la vida pública y privada.
El escenario remite, en el plano conceptual, a una de las preguntas centrales de la humanidad, por lo menos desde los griegos: la distinción entre el ser y el deber ser, entre las ideas claras y las formas distorsionadas que planteó PLATÓN; y el realismo contrario de
Aristóteles. No hay nada nuevo bajo el sol, salvo para la ignorancia, que es siempre jactanciosa, por lo mismo que no sabe.
Como en gran parte del mundo, la política argentina está atravesada por aquellas innovaciones y por éste dilema. La categoría virtual es necesaria para llegar al poder, pero no es suficiente para gobernar. Su manejo puede permitir hacer caso omiso de estructuras y discursos tradicionales. Pero sin el dominio de lo real, todo puede quedar anquilosado en una expresión de deseos, en un deber ser que nunca alcanza la forma de hecho. Este y no otro es el desafío que enfrenta el gobierno.
Por eso está a mitad de camino y por eso las dudas de muchos, que se reflejan en inversiones que no terminan de ocurrir porque se guían por hechos y no por ilusiones, más allá de aplausos complacientes e índices que sonríen (solo) a los mercados.
Un relato esencialmente desestabilizador en el mundo virtual, para lograr un objetivo contradictorio en el mundo real: la estabilidad; hay algo que no estaría funcionando. Y un desdén por el sistema institucional que no deja de ser llamativo, porque es el puente entre
los dos mundos, la plataforma necesaria para que las cosas pasen. Acá está el nudo gordiano.
La Ley de Bases es un ejemplo clarificador. Empezó con cientos de artículos de un compendio tan abarcador como inconsistente. Su rechazo se pretendió transfigurar en victoria. Siguió una versión modesta, como condición precedente para la firma de un pacto de mayo. Luego de varios meses sigue el tratamiento parlamentario; y el pacto de mayo devino en comisión, como una tangente corporativista casi infantil para intentar saltear los límites institucionales.

Lo único cierto y concreto es que un semestre sin aprobar una ley central para el programa de gobierno es un fracaso de proporciones. No bajo los cánones del mundo virtual, claro. Pero sí en el mundo real, en el que la historia avanza implacable y los hechos siguen su ontología terrible: no se detienen. Allí la abstracción de lo virtual no tiene nada que hacer
porque es ineficaz; allí el deber ser es una utopía que se agota.
La sociedad argentina votó por un cambio. No es posible sin transitar apropiadamente por el sistema institucional. No basta con la propaganda, tampoco con las imágenes o las vindictas en las redes. Eso es efímero. Es en el mundo real donde se hacen los cambios. Al menos eso está claro desde los griegos hasta hoy. Y eso deberíamos tener claro los argentinos para no seguir fallando.

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