Cómo Gaza ha acelerado las fuerzas sociales y políticas que separan a los países.
Traducción Alejandro Garvie
El 8 de mayo, la administración Biden confirmó que estaba reteniendo un importante envío de armas a las Fuerzas de Defensa de Israel. Fue el paso más grande que Estados Unidos ha dado en décadas para frenar las acciones de Israel. La decisión se refería a un envío de bombas de 2.000 libras (armas que Estados Unidos generalmente evita en la guerra urbana y que los funcionarios de la Casa Blanca creían que Israel usaría en su operación Rafah en la Franja de Gaza) y no afectó otras transferencias de armas. No obstante, la voluntad de la administración de emplear medidas que podrían limitar materialmente el comportamiento de Israel reflejó su creciente frustración con la guerra de casi ocho meses de Israel en Gaza.
Pero el anuncio también subrayó algo más: la creciente división partidista dentro de Estados Unidos en torno a Israel. Durante meses, algunos líderes demócratas en el Congreso y muchos votantes demócratas sintieron que la administración fue demasiado indulgente con la conducta de Israel en la guerra, que creen que permitió con un abrumador apoyo militar, financiero y político. Por otro lado, la decisión de Biden sobre las bombas fue criticada por decenas de miembros republicanos del Congreso, que lo han llamado un “peón de Hamás” y un “amigo terrible de Israel”. El 19 de mayo, la representante republicana Elise Stefanik, de Nueva York, fue más allá: viajó a Jerusalén y denunció públicamente la política de Biden en una reunión con un grupo de la Knesset israelí.
Washington se enorgullece de su tradición de apoyo bipartidista a Israel, pero en realidad una brecha partidista ha estado creciendo durante años. Muchos votantes demócratas, y los estadounidenses más jóvenes en general, se han vuelto críticos con la prolongada negación por parte de Israel de los derechos humanos y la autodeterminación nacional de los palestinos. Las políticas populistas y antiliberales del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu y sus aliados teocráticos de coalición de gobierno los han alienado aún más. Por otro lado, los republicanos y muchos conservadores religiosos han aprovechado el apoyo a Israel (incluido el respaldo desenfrenado a los gobiernos israelíes de derecha) como un artículo de fe y, cada vez más, como una prueba de fuego política.
La lectura cada vez más partidista de la relación bilateral no se da sólo del lado estadounidense. A pesar del fuerte apoyo de la administración Biden a Israel después del 7 de octubre y durante gran parte de la guerra, y a pesar de que una gran mayoría de judíos estadounidenses tradicionalmente han votado por los demócratas, los israelíes demuestran que prefieren a Donald Trump que a Joe Biden por un amplio margen. A diferencia de décadas pasadas, la mayoría de los israelíes también aprueba que sus líderes desafíen las preferencias políticas de Estados Unidos. Y no está claro que estos israelíes estén muy preocupados por una ruptura en la relación entre Estados Unidos e Israel o que el desafío israelí pueda algún día poner en peligro la amplia ayuda militar de la que depende Israel.
La creciente fricción entre israelíes y estadounidenses no surgió con la actual guerra en Gaza. Las trayectorias sociales y políticas a largo plazo en ambos países sugieren que los famosos “valores compartidos” que durante décadas han apuntalado la relación ya estaban bajo presión. Pero la guerra ha puesto de manifiesto esta tensión y la política partidista que la impulsa. Esto no significa que los países estén en curso de colisión, pero plantea preguntas importantes sobre la naturaleza de la alianza para los años venideros.
LA AMISTAD PRIMERO
Para comprender la importancia de la ruptura actual, es importante recordar que la alianza entre Estados Unidos e Israel ha superado muchos desacuerdos a lo largo de décadas. En el pasado, cada parte suponía que la relación subyacente era lo suficientemente sólida como para absorber tensiones o incluso crisis. Una administración estadounidense que rechazara el comportamiento israelí o exigiera concesiones significativas podría generar controversia, pero las encuestas de opinión, cuando estuvieron disponibles, indicaron que los israelíes en general cedían ante los estadounidenses, independientemente de quién estuviera en la Casa Blanca. (A menos que se especifique lo contrario, los datos históricos citados aquí provienen del recurso Data Israel, alojado por el Instituto de Democracia de Israel).
Tomemos como ejemplo la administración Carter. Rompiendo con décadas de política estadounidense, en 1977 el presidente Jimmy Carter se convirtió en el primer presidente estadounidense en hablar públicamente sobre la necesidad de una patria palestina, en un comentario improvisado en una reunión municipal en Massachusetts. La idea era, en general, un anatema para los judíos israelíes de la época. En una encuesta realizada dos años antes, el 70 por ciento de ellos apoyaba un boicot a la Organización de Liberación de Palestina en las Naciones Unidas. Incluso Stuart Eizenstat, quien fue el principal asesor de política interna de Carter y muy involucrado en la política de la administración en Oriente Medio, fue tomado por sorpresa. “Casi me caigo del banco”, recordó en una entrevista.
No obstante, en 1978, Carter fue anfitrión de las negociaciones de Camp David entre Egipto e Israel, engatusando a Israel para que hiciera una impopular retirada de tierras del Sinaí, que había ocupado después de la guerra árabe-israelí de 1967, y colocando la cuestión palestina directamente en la agenda de negociación. Cuando en septiembre se preguntó a los judíos israelíes cuánto confiaban en Carter, casi dos tercios dijeron que confiaban en él algo o mucho, y ese número se mantuvo alto, e incluso aumentó ligeramente, a principios de 1980. Durante los primeros meses del gobierno del presidente Ronald Reagan, una mayoría igualmente grande, entre el 63 y el 70 por ciento de los judíos israelíes, dijo que confiaban en él, en lo concerniente a Israel. (Desafortunadamente para los investigadores, las limitadas encuestas de los ciudadanos árabes de Israel en ese momento estaban separadas de las encuestas de los judíos israelíes y generalmente planteaban preguntas diferentes).
El presidente Bill Clinton también mantuvo un amplio apoyo a Israel, incluso cuando defendía políticas controvertidas. En 1994, un año después de la firma de los acuerdos de Oslo, el 65 por ciento de los israelíes dijeron que estaban algo o muy satisfechos con Clinton. El año siguiente, Israel vivió una ola de atentados suicidas y el asesinato de su primer ministro, y había suficiente preocupación por los acuerdos como para que los israelíes eligieran a Netanyahu; no obstante, el apoyo a Clinton se mantuvo.
En el verano de 2000, días antes de que Clinton fuera anfitrión de la cumbre de Camp David entre el primer ministro israelí Ehud Barak y el presidente de la Autoridad Palestina, Yasir Arafat, las encuestas que realicé como analista para Stan Greenberg, que asesoraba a Barak, encontraron que casi la misma porción, dos -tercios de los judíos israelíes, dieron a Clinton una calificación favorable. Esto fue a pesar del hecho de que los israelíes sabían que Estados Unidos presionaría para que Israel hiciera concesiones significativas y altamente divisivas a los palestinos. Incluso después de que las conversaciones fracasaran y estallara la segunda intifada, Clinton siguió siendo popular.
Además, un líder israelí que desafiara demasiado descaradamente a un presidente estadounidense podría afrontar graves consecuencias políticas en su país. A principios de 1992, el Secretario de Estado de Estados Unidos, James Baker, amenazó con retener las garantías de préstamos estadounidenses para disuadir al líder israelí de derecha Yitzhak Shamir de utilizar los fondos para construir asentamientos. El gobierno de Shamir rechazó los términos estadounidenses y se informó ampliamente que la ruptura contribuyó a la derrota de Shamir en las elecciones israelíes de 1992. Su sucesor, Yitzhak Rabin, marcó el comienzo de un gobierno de izquierda que rápidamente acordó detener la expansión de los asentamientos en ciertas áreas y rompió el impasse con Estados Unidos (aunque el crecimiento de los asentamientos finalmente continuó).
Pero no está del todo claro que estos patrones sean válidos hoy en día. A pesar del amplio apoyo de Biden a Israel después del ataque del 7 de octubre y durante toda la guerra, los israelíes sólo han mostrado una aprobación tibia. En noviembre de 2023 y enero de 2024, estudios del Instituto de Democracia de Israel recordaron a los encuestados israelíes que Biden había ofrecido un apoyo inquebrantable y luego les preguntaron si Israel debería cumplir algunas demandas de Estados Unidos a cambio. En ambas encuestas, un número mayor (una pluralidad) de israelíes dijo que Israel debería tomar sus propias decisiones en lugar de coordinarse con Washington.
Y a mediados de marzo, una encuesta de opinión para la cadena israelí News 12 encontró que los israelíes preferían a Trump a Biden en las elecciones presidenciales estadounidenses de 2024 por 14 puntos: 44 por ciento para Trump, frente a sólo 30 por ciento para Biden. Esto fue mucho antes de que la administración anunciara la decisión de retener el envío de armas y justo antes de que la administración dijera que sancionaría a un pequeño número de colonos violentos de Cisjordania. En mayo, el IDI encontró una preferencia similar por Trump sobre Biden, principalmente entre los judíos israelíes.
Como en el caso de las actitudes de Estados Unidos sobre el liderazgo de Israel, las actitudes israelíes hacia las administraciones estadounidenses también se alinean fuertemente con la afiliación política: en la encuesta de News 12, casi tres cuartas partes de los que apoyan la coalición de Netanyahu dijeron que preferían a Trump, mientras que el 55 por ciento de los que quienes apoyan a los partidos opuestos a Netanyahu prefirieron a Biden. De hecho, esta división partidista refleja la culminación de fuerzas sociales y políticas que han estado en marcha tanto en Israel como en Estados Unidos durante años.
DESCONTENTO DEMOCRÁTICO
En los meses previos al anuncio de Biden sobre el retraso del envío de armas, el descontento demócrata con la guerra de Israel en Gaza era alto. Los miembros progresistas del Congreso estaban presionando a la administración Biden para que adoptara una postura más dura contra las políticas de Netanyahu. Y en marzo pasado, el líder de la mayoría del Senado, Chuck Schumer, un demócrata centrista y conocido partidario de Israel, rompió el precedente al criticar públicamente a Netanyahu y pedir elecciones anticipadas en Israel. Partes del electorado demócrata, especialmente los estadounidenses más jóvenes y los de izquierda, han sido al menos tan expresivos como los políticos al criticar la guerra. En particular, semanas antes de que Biden hiciera su anuncio sobre la retención de las bombas de 2.000 libras, una encuesta del Centro de Investigación Económica y Política encontró que una gran mayoría de los demócratas, y una escasa mayoría de todos los estadounidenses, apoyaban detener los envíos de armas a Israel.
Pero estos acontecimientos también reflejan tendencias a largo plazo en la opinión estadounidense sobre Israel. Es importante señalar que, como en décadas anteriores, una firme mayoría de estadounidenses apoya a Israel. El propio Netanyahu ha citado una encuesta CAPS/Harris de Harvard de marzo que encontró que el 82 por ciento de los adultos estadounidenses apoyan a Israel frente a Hamás en la guerra actual. El mes siguiente, una encuesta CAPS/Harris de Harvard encontró que el 52 por ciento de los estadounidenses otorgaba a Israel una calificación de “favorable” o “muy favorable”, en comparación con sólo el 16 por ciento de la Autoridad Palestina y el 14 por ciento de Hamás (una cifra que tal vez sea sorprendentemente alto, aunque el grupo ocupó el último lugar en favorabilidad en una lista de 18 países o grupos). Incluso entre los estudiantes universitarios, cuyas protestas pro palestinas han sido ampliamente cubiertas, las opiniones sobre el conflicto palestino-israelí son mucho más mesuradas de lo que a menudo se ha retratado en los medios. Por ejemplo, una encuesta realizada a principios de mayo para Axios encontró que el 83 por ciento (una mayoría abrumadora) de los estudiantes universitarios y universitarios estadounidenses creen que Israel tiene derecho a existir.
Sin embargo, los estadounidenses se han vuelto cada vez más críticos con las políticas israelíes hacia los palestinos. Según las encuestas de Gallup, la proporción general de estadounidenses que se ponen del lado de Israel sobre los palestinos ha disminuido del 64 por ciento en 2018 a solo el 51 por ciento a principios de 2024. Las encuestas de Pew también han revelado una creciente brecha partidista en esta cuestión. En 2001, sólo el 50 por ciento de los republicanos se puso del lado de Israel; en 2018, la cifra había aumentado al 79 por ciento; por el contrario, entre los demócratas, quienes eligieron a Israel se redujeron del 38 por ciento en 2001 a solo el 27 por ciento en 2018. Esta divergencia parece haberse solidificado en los años posteriores.
Al mismo tiempo, también ha surgido una gran división generacional en las opiniones estadounidenses sobre Israel. Una encuesta realizada por Pew en febrero de 2024 encontró que el 78 por ciento de los estadounidenses mayores (mayores de 65 años) consideran válidas las razones de Israel para librar la guerra, mientras que sólo el 38 por ciento de los jóvenes de 18 a 29 años lo hacen: una diferencia de 40 puntos. Y aunque los estudiantes en la encuesta de Axios estuvieron abrumadoramente de acuerdo con el derecho de Israel a existir, casi la mitad de ellos (45 por ciento) apoyó las protestas en el campus “que buscan boicotear y protestar contra Israel”, mientras que sólo el 24 por ciento se opuso. (El resto fue neutral.) La encuesta Harvard CAPS/Harris de abril también encontró que los encuestados entre 18 y 24 años estaban divididos casi por igual entre aquellos que creían que Israel era el principal responsable de “la crisis en Gaza” (49 por ciento) y aquellos que creían que Israel era el principal responsable de “la crisis en Gaza” (49 por ciento) y quienes responsabilizaron principalmente a Hamas: 51 por ciento. Por el contrario, entre las personas mayores de 65 años, sólo el 14 por ciento culpó a Israel.
Independientemente de cómo se interprete el comportamiento de los jóvenes estadounidenses durante la guerra actual, estas tendencias no deberían sorprender: en la mayor parte del mundo occidental, los jóvenes tienden a inclinarse hacia lo liberal y lo progresista. Y en los países occidentales, la política liberal o de tendencia izquierdista tiende a implicar el apoyo a personas oprimidas, un patrón que ha ayudado a alimentar las protestas pro palestinas de los jóvenes estadounidenses. Las preferencias políticas de los jóvenes seguramente evolucionarán con el tiempo, pero las tendencias están suficientemente establecidas como para sugerir la dirección futura de las posiciones demócratas sobre Israel. En particular, la inclinación progresista de los jóvenes en Occidente parece ser la contraria a la que están tomando los jóvenes israelíes.
LOS JOVENES DE BIBI
Durante al menos 15 años, estudios en profundidad han mostrado firmes tendencias derechistas entre los jóvenes judíos israelíes. Hay dos explicaciones inmediatas para este fenómeno. Uno es la demografía: hay más judíos israelíes jóvenes que son religiosos que en décadas anteriores porque las familias religiosas tienden a tener muchos hijos, y los judíos religiosos son confiablemente más derechistas que los judíos menos religiosos en Israel. El segundo es el ambiente político predominante en Israel durante las últimas dos décadas: los jóvenes israelíes de hoy han crecido en la era de derecha fuertemente nacionalista de Netanyahu. No tienen recuerdos de ningún proceso de paz y tienen mucha experiencia en la guerra, ya que crecieron en medio de numerosas rondas de combates con Hamás, frecuentes ataques con cohetes y oleadas de violencia relacionada con el conflicto.
De hecho, la inclinación hacia la derecha de los votantes israelíes más jóvenes ha coincidido estrechamente con los propios esfuerzos de Netanyahu por hacer más partidista la relación entre Estados Unidos e Israel. Poco después de que Netanyahu regresara al poder en 2009, una pluralidad de israelíes tenía opiniones positivas sobre el presidente Barack Obama, más que aquellos que tenían opiniones negativas. Pero Netanyahu y sus representantes comenzaron a atacar sistemáticamente a Obama, de manera reveladora, por adoptar posiciones que estaban cercanas a un consenso político en ese momento, como el apoyo del presidente en 2011 a una solución de dos Estados basada en las fronteras de 1967, las líneas de armisticio de 1949, con ajustes. Las acusaciones de Netanyahu rebotaron en Estados Unidos, donde Mitt Romney, el candidato republicano a la presidencia en 2012, acusó a Obama de “arrojar a Israel bajo el autobús”.
En 2015, Netanyahu hizo una apuesta aún mayor: rompiendo un tabú de larga data, pronunció un discurso en el Congreso por invitación unilateral de legisladores republicanos, en el que lanzó un ataque amplio contra los esfuerzos de la administración Obama por asegurar un acuerdo con Irán para frenar su programa nuclear. ¿Por qué Netanyahu jugó a la ruleta con el aliado más esencial de Israel? En ese momento se enfrentaba a una despiadada candidatura a la reelección y apostó a que su capacidad de estadista global, incluso si eso significaba desafiar directamente a un presidente de Estados Unidos (quizás especialmente) en realidad ayudaría a su campaña.
Netanyahu tenía razón en gran medida. Con la sociedad israelí tendiendo firmemente hacia la derecha a mediados de la década de 2010, ganó las elecciones israelíes cómodamente (aunque puede haber numerosas explicaciones), y el insulto a Obama no disuadió al presidente de firmar lo que en ese momento era uno de los mayores paquetes de ayuda estadounidenses: 38.000 millones de dólares para Israel en diez años.
Durante la administración Trump, Netanyahu describió a Trump como el mejor amigo de Israel. “Pro-Israel” hacía tiempo que reflejaba una agenda de derecha y ahora pasó a significar abrazar las políticas de Trump: humillar a los palestinos, proponer planes para que Israel anexara partes de Cisjordania, reconocer la soberanía israelí sobre los Altos del Golán y avanzar la embajada de Estados Unidos en Jerusalén. Dado que en ese momento la mayoría de los judíos israelíes se identificaban con la derecha política, no sorprende que los israelíes lo vieran con buenos ojos.
Por el contrario, incluso antes de ingresar a la Oficina Oval, el historial de toda una vida de Biden como devoto demócrata pro-israelí dejó fríos a muchos israelíes. En octubre de 2020, antes de las elecciones estadounidenses de ese año, una encuesta realizada por el (IDI) encontró que el 63 por ciento de los israelíes prefería que Trump fuera reelegido; sólo el 17 por ciento prefirió a Biden. Tras la victoria de Biden, un porcentaje aún mayor de israelíes (73 por ciento) dijo que era probable que Biden fuera algo o mucho peor que Trump para Israel, según otra encuesta de la misma organización.
Estas cifras dejan claro que no son sólo las tensiones actuales por la guerra en Gaza las que están contribuyendo a los bajos niveles de apoyo a Biden en Israel, sino también cambios más profundos dentro del electorado israelí. Además, después de la guerra, la mayoría de derecha de Israel podría crecer aún más, incluso cuando los votantes estadounidenses estén cada vez más insatisfechos con el comportamiento israelí.
EQUILIBRIO PERDIDO
La opinión pública fluctúa y las encuestas nunca deberían impulsar las políticas. En una entrevista, el ex embajador de Israel en Estados Unidos, Michael Oren, observó que la opinión israelí sobre Estados Unidos no tiene muchas consecuencias para los formuladores de políticas estadounidenses (aunque puede tener un impacto indirecto porque afecta la opinión judía estadounidense). Pero en el pasado, las actitudes israelíes generalmente positivas hacia el presidente estadounidense han contribuido a veces a darle al presidente la autoridad para promover políticas en Israel que reflejen los intereses estadounidenses. Eizenstat señaló que el equipo de Carter leyó atentamente las encuestas israelíes para discernir si los israelíes apoyaban los esfuerzos del presidente por alcanzar una paz entre Israel y Egipto. Los israelíes en general lo hicieron, recuerda Eizenstat, y su equipo aprendió acerca de las preocupaciones de seguridad específicas del público israelí que tendrían que ser atendidas a medida que resolvieran los detalles.
Por el contrario, en abril de 2024, después de que Estados Unidos reuniera una coalición internacional que incluía incluso a estados árabes para brindar apoyo militar extraordinario a Israel, utilizando sus defensas aéreas combinadas para frustrar un ataque masivo con misiles iraníes, los israelíes no parecían más favorables a la administración Biden. Tras el ataque, la IDI recordó a los israelíes esta coalición altamente eficaz y preguntó si ahora “acordarían en principio el futuro establecimiento de un Estado palestino, a cambio de un acuerdo de defensa regional permanente”. Los números israelíes no cambiaron: una mayoría del 55 por ciento rechazó la idea, mientras que sólo el 34 por ciento estuvo de acuerdo. La tasa era aún menor entre los judíos israelíes: sólo el 26 por ciento estaba de acuerdo.
Sin embargo, los israelíes también están siguiendo con alarma la creciente división partidista de la opinión estadounidense hacia Israel. Saben bien que Biden está atento a las encuestas que muestran cómo son vistas sus posiciones sobre Israel y la guerra entre sectores críticos del público estadounidense durante su difícil campaña de reelección contra Trump. Informalmente, muchos israelíes piensan que Biden ha sucumbido a la presión de la izquierda, que a los estudiantes universitarios estadounidenses que protestan por la guerra en Gaza les han lavado el cerebro y que el antisemitismo ha alcanzado niveles peligrosos.
Cabe señalar que la continua divergencia entre la opinión pública estadounidense e israelí no es el único resultado posible a corto plazo de la situación actual. Si Trump logra derrotar a Biden y continúa con políticas que favorecen a la derecha israelí, la actual brecha entre los dos países, al menos a nivel gubernamental, puede derivar hacia una alineación populista de derecha. Pero parece probable que en los próximos años continúen los cambios que ya se han producido entre los votantes más jóvenes de ambos países, lo que representa un desafío importante para los dos aliados en su intento de acordar una agenda política común.
La base de la relación entre Estados Unidos e Israel alguna vez estuvo basada en intereses compartidos, pero con un sentido de valores muy preciado. En términos de intereses, la geopolítica de la Guerra Fría ya no existe. Pero los dos países todavía tienen preocupaciones regionales superpuestas. La cuestión de los valores compartidos, sin embargo, es más complicada: ¿siguen ambos países compartiendo un compromiso con la democracia, especialmente la democracia liberal? Israel se ha ido alejando de esa identidad y Estados Unidos decidirá su propio camino en noviembre.
Se desconoce mucho acerca de hacia dónde irán ambos países, especialmente teniendo en cuenta la continua guerra y la agitación en Israel. Pero si los valores fundamentales de Estados Unidos e Israel divergen aún más, es posible que la próxima generación de líderes en ambos lugares ya no se vean como espíritus afines. En ese caso, los intereses estratégicos compartidos pueden garantizar que los países sigan siendo aliados, pero podrían dejar de tener la “relación especial” con la que contaron en el pasado.
Link https://www.foreignaffairs.com/israel/can-americas-special-relationship-israel-survive