sábado 23 de noviembre de 2024
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La convicción política… ¿es incorrecta?

Hay tiempos en que hacer política se vuelve una práctica común, difundida, aceptada, una tendencia, casi una moda. Ocurrió en la Argentina en 1973, luego de la “Revolución Argentina”, tiempos en que la dictadura había prohibido toda práctica política y el mismo funcionamiento de los partidos. La juventud se volcó entonces a una práctica apasionada que tuvo que enfrentarse con tiempos en que la violencia fue norma. En 1983, la salida de otra dictadura y la necesidad de recuperar libertades perdidas generó otro boom en el que la población se sumó, se afilió a los partidos políticos, salió a la calle. Tiempos de objetivos colectivos y necesidades vitales para la vida en sociedad. Alfonsín generó entonces un contagio fenomenal por una actividad que él venía realizando hacía décadas, sin el mismo éxito. La política es la misma, pero en ocasiones es una práctica masiva, y en otras la sostiene un sector mucho más pequeño. Tiene que ver seguro con las necesidades de la comunidad, con las esperanzas que pueda generar, con el impulso por salir de una situación indeseada. Al fin, alentada, masiva, prohibida, minoritaria, clandestina u obligada según los tiempos, la actividad política se ha mantenido presente a lo largo de toda nuestra historia.

Queda claro que, aunque siempre esté presente, no es lo mismo hacer política en un tiempo que en el otro. Cuando el reclamo es grande, cuando los logros políticos no se ven o no existen, sostener la actividad queda reservado para algunos que mantienen ese fuego sagrado, que no puede vivir sin actuar, pensar y proponer políticamente, de acuerdo a sus ideas. Hay quienes se enriquecieron y se enriquecen con la política, por supuesto. Como con tantas otras actividades que pueden ejercerse ética o deshonestamente. Sin embargo no puedo dejar de decir que conozco y he conocido, y seguro conoceré muchísima gente que abraza la política con pasión y desinterés, como una actividad necesaria y loable, con ideas en las que cree y con trayectorias que comprueban sobradamente esto que estoy diciendo. Es la política una pasión y también un trabajo. No es sencillo hacer política. Es indispensable para las sociedades democráticas.  Hay actividad política vigente y activa en E.E.U.U., en Francia, en España, Reino Unido y los países escandinavos. Los horizontes a los que mira este gobierno no carecen de política ni de políticos, sino todo lo contrario.

En estos tiempos en los que la política –no siempre justamente- es centro de las críticas, en este país tan complejo para gobernar, en esta sociedad tan necesitada de logros, en este momento en que tanto se fomenta el individualismo, en este contexto en el que la juridicidad, el respeto a las leyes, está tan cuestionada, en esta temporada de ilusionistas mágicos, de economistas fríos y no de humanistas; justo ahora, que está mal decirse político, me gustaría reivindicar a la política bien entendida, a las muchas buenas trayectorias, a las mentes para las que no todo se termina cuando han alcanzado su seguridad económica, a quienes piensan en el conjunto, a quienes se sienten deudores de lo mucho que han recibido y conciben su vida por encima del éxito individual, a los que tienen voluntad de servicio y tratan de estar cerca. Conozco muchos así. Que hoy solo agachan la cabeza ante la generalización indiscriminada de gente con muchos intereses no siempre explicitados y relatos pautados. Hay políticos deshonestos y allí la ley puede y debe caer con todo su peso. Pero eso no justifica un manto que cae sobre un universo donde sobra la buena gente.

Me gusta la actividad política. La considero indispensable. La defiendo aún en estos tiempos en que hacerlo es “políticamente incorrecto”. Con Alem, pienso que “La vida política  es necesaria e indispensable para un pueblo libre; la vida política que se alienta y se desenvuelve eficazmente en los Partidos. […] un pueblo en donde no hay partidos políticos es un pueblo indolente, incapaz o en decadencia, o es víctima de una opresión. Los partidos se manifiestan mejor allí donde la vida política es más rica y más libre. […] Es un grave error creer, como algunos creen, que los partidos son una debilidad o una enfermedad de las sociedades modernas, la causa de los males que suelen sufrir. Los partidos son la expresión y la manifestación necesaria y natural de los grandes resortes ocultos que animan a un pueblo; son el resultado de las diversas corrientes del espíritu público, que mueven la vida nacional en el círculo de las leyes.” La actualidad del pensamiento de Alem es notable, tanto como su pionero esfuerzo por evitar la centralización del poder en torno a una figura y un lugar.

Cuando la cátedra dice que no hay que hablar de esto, me resulta indispensable hacerlo. Contra lo que diga el Presidente, contra la vulgar definición de “casta”, contra medios que gozan azotando a la política, contra quienes simplifican la complejidad de gobernar hasta volverse amarillos, me invade la seguridad que sin política y partidos políticos no hay más camino que la dictadura. Y en esto tampoco tengo dudas: no quisiera volver a ella, en ninguna de sus formas.

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