En una conversación circunstancial, a mi pregunta de cómo ve la situación actual, mi interlocutor respondió: “Es un Gobierno de idiotas”. Me sorprendió porque sonó vulgar y ofensivo, según la interpretación corriente.
Luego se me ocurrió buscar los orígenes de la palabra “idiota”, y me encontré con que se relaciona con la noción de los ciudadanos griegos –especialmente atenienses-, dando por conocido que es la cuna de la idea de “democracia” inicial, con sus peculiaridades de época.
En ese contexto, los tres niveles de inquietudes e interés de los ciudadanos, abarcaban: lo propio, la sociabilidad genérica, y lo político (organización del poder, gobierno, leyes, justicia).
Había quienes sólo valoraban lo propio, otros a quienes además interesaba la sociabilidad, y los más “profundos” o amplios, tenían también en cuenta el valor de lo político.
Para éstos últimos, no era necesario pertenecer a un “partido” ni ser incondicional de nadie, pero sí apreciaban y advertían la importancia de lo político para el goce del conjunto social, y de lo “propio”.
Pues bien, los griegos aplicaban la condición de “idiotas” a los ciudadanos, a quienes no les importaba para nada “lo político”, ni lo apreciaban como un factor configurativo y funcional de contexto, condicionante de lo propio y lo social.
En ese entendimiento, este parece un Gobierno de idiotas, en el más estricto sentido de la palabra, según sus orígenes.
Desde ya que muchos no compartíamos y queríamos cambiar lo anterior (reconociendo errores propios y riesgos futuros), deseábamos cambios profundos, pero semejante tarea requiere preguntarse y responder entre todos, democrática y gradualmente, a interrogantes fundamentales y sinceros, sensatamente, aspectos legales como: qué, cómo, cuándo, de qué forma, con qué prioridades, para que las respuestas compartidas sean perdurables en una perspectiva de alternancias gubernativas.
Es una pretensión incorrecta y omnipotente, hacerlo todo junto, rápido y a los hachazos a diestra y siniestra, caiga quien caiga y cueste lo que cueste, sin consultar, con sólo seguir la febril ocurrencia de un mandamás, atormentado por sus pasiones violentas y el gigantismo de sus ocurrencias no explicadas ni discutidas.
Parece poco inteligente, inexperto y absurdo, meter cuchillo, a tontas y locas, y pretender se acepten a libro cerrado y en un solo acto, cientos de normas que por su importancia y complejidad merecen analizar variables y efectos imponderables en la promiscuidad del conjunto. El excéntrico personaje, que después se ofende histéricamente por las opiniones ajenas y se codea con Moisés y Elon Musk, dueño de la verdad única, agregó en directo la confirmación suficiente:
“Yo me ocupo de arreglar la macro, de la micro que se arregle…“ Magoya.
Mostrando así su indiferencia por lo que sea gestión y armonización ejecutiva de los efectos concretos y simples de cada día y de todos los días, los detalles y ritmos de implementación.
No parece sustentable su “macro”, que tampoco es un plan ni un programa. Que su “macro” es endeble, mentirosa y ocasional, y por ello no sustentable en el tiempo.
En síntesis, que el falso Atlas virtual, provocará grandes dolores a los argentinos, posiblemente muchos más de los que ya sufrían, ahora por su impericia e irresponsabilidad petulante.
En todo caso, sus dichos y actos fallidos, son -cuanto más- propios de un Ministro de Economía que de un Presidente de la República.
Un economista puede ser un buen Presidente, si es que sabe y puede llevar adelante no sólo la “macro”, sino y también los sutiles y complejos problemas de las personas que conforman la sociedad toda, con armonía colectiva, y no sólo con sus arrogantes partidarios y seguidistas que parecen loros de jardín que no conocen la selva. Aguardamos que aparezca el Presidente, para el bien de todos los argentinos. Hasta ahora disfrazado de Mesías de lo necro. Según él, para “purificar” el rebaño, mal acostumbrado al dispendio.
Hay personas que, intuyendo el final inmediato, dicen algo así como: si sólo viene a romper todo igual es saludable, porque los demás no han sido capaces de cambiar nada. Vendrá luego, quizás, una nueva dinámica para Argentina, donde grandes constelaciones de centro izquierda y centro derecha, sean capaces de hacer el extraño pacto de la sensatez, como Borges narró en “Los conjurados”, un tiempo nuevo de cordialidad y reconstrucción económica y moral, en base a paz y consensos básicos.
Por esas cosas caprichosas del pensamiento, la precaria y grave labor agrietada del Presidente, me hace relacionar su situación, más allá de los votos que recibió en la segunda vuelta, al título de esa admirable novela del Guillermo Piro, que se llama: “El náufrago sin isla”.
Es una metáfora aproximada –sólo el título, no el contenido del libro- del Presidente, sonámbulo, tan votado y sin embargo carente de ternura, para con los habitantes del país real y sufriente, que no conoce ni en sus orillas.
De seguir así, estamos al garete de la aventura y el azar, lo cual se parece bastante a nuestras experiencias individuales de vida, en el mundo de la post modernidad que habitamos.