Después de todo, las instituciones no son para siempre.
Traducción Alejandro Garvie
En 2017 Emmanuel Macron subió al escenario bajo el anfiteatro abovedado de la Sorbona en París para pedir una Europa más “soberana” y autónoma. Lleno de tantos sustantivos abstractos como ideas políticas, el discurso llegó a marcar la ambición del presidente francés de que la Unión Europea se endurezca y se sostenga por sí misma. Siete años después, el 25 de abril, Macron regresó a la universidad con un mensaje mucho más grave: “Nuestra Europa es mortal; puede morir”.
El hilo conductor del largo discurso de Macron fue la fragilidad de Europa en un mundo más oscuro. En ocasiones se refirió al proyecto europeo, definido estrictamente como los 27 miembros de la Unión Europea. A lo largo de las décadas, sus residentes han llegado a asumir que la UE es una característica fija del paisaje; Macron enfatizó que, en cambio, se trata de una construcción que, mediante el resurgimiento del nacionalismo, podría deshacerse. Pero también habló de Europa como un espacio liberal-democrático compartido más amplio, “de Lisboa a Odessa”, un firme guiño a la inclusión de una Ucrania azotada por la guerra.
Mientras que en el pasado Macron a menudo había sonado con una nota optimista, evocando los sueños europeos y un futuro mejor, esta vez sonó decididamente solemne, rayando en lo apocalíptico. Nada menos que el futuro de la civilización europea, declaró, estaba en riesgo si no se tomaban ahora decisiones para preparar los próximos cinco a diez años. Europa enfrenta amenazas a su seguridad (Rusia), su prosperidad (debido, entre otras cosas, al proteccionismo y los subsidios industriales estadounidenses y chinos) y a sus valores humanistas (de la propagación del odio en línea y el auge del nacionalismo).
Como siempre, Macron aportó muchas ideas para hacer frente a tales amenazas. El suyo incluía lo conocido, como una oferta para discutir la dimensión europea de la disuasión nuclear de Francia. Otros eran nuevos, incluido un llamado a duplicar el presupuesto de la UE, lo que enfurecerá a sus vecinos, en particular a Alemania, al igual que su llamado a una “preferencia europea” en las adquisiciones de defensa, aunque Olaf Scholz, el canciller alemán, publicó un mensaje inusualmente cálido sobre su discurso en general. Macron también quiere grandes aumentos en el gasto público para mantener a Europa en la carrera tecnológica en lo que respecta a inteligencia artificial, computación cuántica, espacio, biotecnología y energía innovadora.
En un sentido práctico, Macron aprovechó el discurso para establecer una agenda para las instituciones europeas, que se renovará por cinco años después de las elecciones al Parlamento Europeo en junio de este año y el nombramiento de una nueva Comisión Europea. De hecho, los detractores del presidente denunciaron el discurso como flagrante campaña electoral, en un momento en que su partido político centrista, Renaissance, está en problemas. Está detrás del partido de extrema derecha Agrupación Nacional de Marine Le Pen por cerca de 13 puntos porcentuales.
Sin embargo, en la gravedad de las palabras de Macron y en la profundidad de su ceño fruncido, había una sensación de que se trataba de su legado, y también de la mortalidad política. Europa está en el centro de su proyecto político, y lo ha sido desde que se postuló por primera vez para las elecciones de 2017. Es una cuestión en la que él (junto con la pandemia y la agresión rusa) puede afirmar que ha dejado una huella, ayudando a conseguir que el continente actúe con más audacia. El líder de 46 años no puede presentarse a un tercer mandato consecutivo en las próximas elecciones presidenciales de 2027. La cuestión realmente preocupante es quién le sucederá. Macron dijo que Europa puede morir. Una presidencia de Le Pen podría ser el verdugo.