En un día un poco gris, como es debido, ayer se cumplieron quince años desde aquel 31 de marzo en que el hombre que dio sentido a muchas vidas, dejaba la suya.
En un país que ha recuperado la democracia desde su acción de líder convencido y ejemplar, en un país hoy conducido por un hombre que lo detesta, quiso el destino que el aniversario de su partida cayera justo en una fecha tan simbólica como la Semana Santa.
En una Semana Santa ya lejana, la política intervencionista de las Fuerzas Armadas jugaba una de sus últimas cartas para sostenerse y prolongar la etapa de intromisiones anticonstitucionales que a lo largo del siglo XX fueron norma. Ese día simbólico, el líder y su pueblo se hicieron uno para sostener la esperanza; ese día Alfonsín volvió a demostrar su coraje infinito, y muy probablemente se diera uno de los más relevantes pasos en la marcha de la democracia argentina. Su ingreso a Campo de Mayo se recordará siempre como un ejemplo superlativo del valor de enfrentar los problemas frontalmente, mirando a los ojos a los sublevados –según cuenta Aldo Rico- hasta dar una salida alternativa al baño de sangre o la revolución sediciosa. Asegurando la democracia “para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los habitantes del mundo que quieran habitar el suelo argentino.”
En la democracia está muy bien ser firmes en el pensamiento, pero no puede perderse de vista que sin negociación, sin predisposición a ceder en algo, los consensos mínimos necesarios no tienen chance alguna de ser realidad. La democracia es la antítesis de la imposición, y eso no significa que las ideas no tengan valor. Todo lo contrario.
En este difícil presente se escuchan permanentemente frases tales como “qué bien nos vendría Alfonsín en este momento”, o “Alfonsín hoy hubiera hecho tal o cual cosa”, o “Alfonsín hubiera conducido esta crisis sin dudas acerca de lo que había que hacer”. Todos entendemos que una figura como la suya no pasaría inadvertida; algunos creemos también que dar por sentado el camino que hubiera elegido es contra fáctico y muy probablemente, erróneo. No sirve extrapolar una declaración suya de un tiempo pretérito para ser aplicado al presente; no sirve como afirmación incontrastable, aunque si pueda despertar un diálogo al respecto. Alfonsín atravesó muchas crisis en su vida y su norma fue el diálogo realista. Un político como él no discute en abstracto sino en un contexto y con clara conciencia de que cada decisión relevante puede influir en la suerte de muchos. Muchos se enojaron o nos enojamos con él por su diálogo con el menemismo, y sin embargo quedó como legado de aquel diálogo una Reforma Constitucional que fue un paso adelante por más defectos que se le quieran encontrar.
Conciencia de estadista, tenía Alfonsín.
Y de eso sí que se ve muy poco. Pensar los problemas por encima de la urgencia del presente, mirar hacia adelante y soñar con un futuro diferente, sabiendo que con seguridad para lograrlo se deberá transigir, quitándole al término la connotación negativa en la que suele encerrárselo. El diálogo, no es tal si no hay lugar para el pensamiento del que está enfrente.
Alfonsín pudo hacer lo debido para que eso ocurriera desde su democrática apertura al diálogo y su sabiduría al evaluar cada concesión. Frente a fundamentalistas que no hubieran cedido en nada, él llegó a destino. No es posible saber si de otra forma se hubiera llegado al mismo puerto. Su condición humana, su conciencia social, su rectitud, su republicana austeridad, su calidez y su carácter bravío aplicados en perfectas dosis antes las situaciones que los requirieron, lo hacen distinto al resto. Entrañable y extrañable. Admirado.
No sé qué hubiera hecho Alfonsín en esta situación. Pero lo imagino desde una percepción que sin dudarlo es subjetiva y casi lúdica. Discutible desde otra percepción diferente con similares posibilidades de acertar, cosa que jamás sabremos. Creo que Raúl nos hubiera dicho que no bajáramos los brazos, que no abandonemos nuestra lucha. Que trabajemos una propuesta y nos hagamos visibles para la sociedad, que necesita una voz diferente que se posicione desde una identidad y no en contra de. Que no entremos en la trampa de estar con unos o con otros. Que construyamos consensos con quienes piensan similar. Que vigilemos la democracia y desde allí seamos propositivos. Que perder una o diez elecciones no es tan grave cuando se piensa en términos de país; su vida fue testimonio de ello. Nos diría, supongo, que olvidemos algunas diferencias para construir en común, permitiéndonos el debate. Que encontremos la manera de llegar a una sociedad a la que nos cuesta llegar. Y eso sí es importante. Y para todo esto, nos convocaría al trabajo, que es lo más complejo. Construir siempre es más difícil que criticar. Y si no construimos, prontamente, el futuro se puede poner aún más negro.
Esto pienso que nos diría. Sin la menor autoridad de mi parte. Sólo un juego, recordando al hombre que a muchos, nos marcó la vida.
Publicado en Radicales Org el 1 de abril de 2024.
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