A mediados del Siglo 19, en tiempos de Juan Manuel de Rosas, la Casa Lafont de Francia, interesada en la caída del dictador porteño le ofreció a un exiliado, el poeta José Rivera Indarte “un penique por cada muerto que atribuyera a don Juan Manuel”.
El individuo puso manos a la obra y escribió sus famosas “Tablas de Sangre” donde se hacía responsable a Rosas de la muerte de cerca de cien mil personas, algunos inexistentes, muchos muertos en batalla y otros, incluso por los mismos enemigos del dictador.
Pero ese libro fue palabra santa por mucho tiempo en nuestra historia oficial.
Hasta que, ya en el Siglo 20, aparecieron los historiadores “revisionistas”.
No les costó mucho descubrir las falsedades de las famosas “Tablas…”.
De donde vino la conclusión lógica: ¿si los enemigos de Rosas mintieron en eso, como no van a ser mentira el resto de las cosas que dijeron del Restaurador y su gente?
Por lo menos hay que ponerlo en duda…
Finalmente, resultó, pese a las evidencias en contrario, que Juan Manuel de Rosas no fue un dictador: por el contrario, un gran patriota.
Se trajeron sus restos de Inglaterra, y hoy figura entre los próceres, se le han levantado estatuas y tiene nombres de calles y paseos públicos.
En nuestros tiempos ocurrió algo parecido: cuando después de los años de plomo de la dictadura -1976/83- el país retornó a la senda democrática se creó, por el Congreso la Comisión Nacional de Desaparición de Personas (CONADEP), presidida por Ernesto Sábato e integrada por personalidades prestigiosas e intachables.
Se realizó una minuciosa investigación, donde se registraron entre ocho mil y nueve mil casos de detenciones arbitrarias, secuestros e incertidumbre sobre el destino final de las víctimas, presumiendo su posterior asesinato.
Investigaciones posteriores no han podido modificar significativamente esas cifras de la CONADEP.
¿Existen, además de los verificados, otros casos de secuestro y desaparición de personas cuyas identidades y circunstancias se desconocen?
Seguramente que, sí.
Pero este mismo desconocimiento obsta a que se arriesguen cantidades, tres o cuatro veces superiores a los casos que efectivamente se conocen.
Y, que, si se lo hace, se pretenda darle a la cifra un carácter absoluto de “verdad revelada”, plasmada obligatoriamente en algunas provincias como Buenos Aires, incluso por ley y tildando de “negacionista” o “cómplices de la Dictadura”, a quienes las ponen en duda.
Es que, precisamente recordando ejemplos históricos como el que mencionamos, el fundado temor es que, cuando se impulsa una visión sesgada, partidista y oportunista de un tema tan caro a nuestra memoria como todo lo referido a los Derechos Humanos, y lo ocurrido a partir de la fecha infausta que hoy se recuerda, puede pasarnos lo mismo que a los enemigos de Rosas: aparece el fundamentalismo contrario, y no nos extrañemos si dentro de unos años volvemos a colgar el cuadro de los dictadores.
Publicado en Análisis Digital el 24 de marzo de 2024.