El clima social del medio punto del territorio nacional en el que residen el 40% de su pobreza siempre resulta inquietante. Es difícil, casi imposible, concluir un postulado general de su población careciente en la actual coyuntura porque conforma un conglomerado complejo de sociabilidades políticas, barriales, religiosas, familiares y laborales.
Reino de una heterogeneidad atizada por el prestigio y la predica de quienes ejercen la difícil tarea del control de cada situación, conjugadas con las azarosas experiencias cotidianas de ciudadanías colectivas quebradizas y en permanente mutación.
El ajuste redoblado desde el cambio de gobierno las ha flagelado con particular dureza. No se pueden esperar allí apoyos eufóricos a la gestión gubernamental como el que recogió el kirchnerismo por redistribución de subsidios en 2011; o por el repudio a la gestión macrista en 2019. Más bien, todo lo contrario: bronca y quejas; aunque aún así las reacciones son bastante más complejas y matizadas.
El presidente Milei no produjo allí un batacazo electoral como en varias jurisdicciones del interior de país y provincial. Sin embargo, y prosiguiendo una tendencia abierta por el macrismo en 2015, ha logrado penetrar de manera notable en segmentos hasta entonces monolíticamente peronistas. Un fenómeno ya perceptible desde las elecciones de 2021 y que se posa en los adolescentes y jóvenes; demográficamente allí mayoritarios. Un movimiento de calado profundo explica este resquebrajamiento.
Tampoco es demasiado novedoso. Analicemos sus últimas secuencias. Mauricio Macri capitalizó a su favor la fractura entre los mal llamados “planeros” y los trabajadores, formales o no, sin cobertura subsidiaria y demandantes de mejoras en la educación, la infraestructura y la seguridad. Milei le aportó al cisma los saldos de la cuarentena. La desesperación obligó a muchos a tentar estrategias de supervivencias originales y autónomas que supusieron, en muchos casos, el descubrimiento de una esforzada holgura respecto de su situación anterior.
A ello se le sumó el apagón educativo que empujó a la deserción de miles de niños y adolescentes a la marginalidad y sus acechanzas. Pero los que lograron preservarse, quedaron al descubierto del aparato adoctrinador kirchnerista. Fue la propia realidad junto con la información de las redes sociales que dejó a más de un “docente militante” al borde del ridículo.
La desintegración social horadó, asimismo, a muchas familias cuyos hijos se las ingeniaron con pares a mudarse deshaciéndose del despotismo de parientes y referentes barriales. Así se fue amasando ese aluvión que fue levando entre 2021 y 2023 hasta producir los asombrosos resultados de las PASO. Recortados en la elección general por la movilización de toda la máquina peronista, retornaron reforzados en el balotaje.
¿Qué quedó de ese entusiasmo a tres meses de mileismo? En la mayoría, una suerte de desencanto; aunque conjugado por la esperanza respecto de una situación que el candidato predijo sin ambages luego del sinceramiento económico de rigor.
Otros, en cambio han tendido a ceder al hábil ardid por el que “son todos iguales” de los referentes peronistas -muchos disfrazados hasta ayer nomas de libertarios- preludio del retorno de relato kirchnerista con sus archiconocidos lugares comunes: “los ricos en contra de los pobres”, los “grupos concentrados”, la “entrega de la patria”, etc.
Hay, sin embargo, un sector que ha redoblado sus esperanzas por el nuevo relato libertario aún en ciernes, y por la fe que inspira el carisma de un líder distinto al de los desprestigiados políticos convencionales.
La memoria de fiestas y yates ostentosos en medio de la penuria y las nuevas revelaciones de groseros peculados alimentan la convicción. Otros datos resultan también significativos. Los “aparatos” estupefactos han vuelto a las andanzas disruptivas. En puntos nodales de algunos barrios, punteros rodeados por falanges de seguidores que no son de la zona a “pudrirla” como en el 2001.
Reciben el apoyo aislado de algunos transeúntes o automovilistas que solo los alientan pero tomando debida distancia. Ensayos semejantes a los del conato de saqueos de agosto. “Pólvora mojada” bromea Pedro, un vecino que los observa cruzado de brazos desde una esquina. “Acá ahora hay poco margen para la politiquería. La gente está preocupada por sobrevivir a la inflación y a los “chorrinchos” rastreros falopeados”.
Las arterias comerciales pobres preservan ralentizado el movimiento pos pandémico a pesar de la espiral inflacionaria y los indicios recesivos. Señal de que aún sobreviven las changas y trabajos informales.
Los eventos culturales y recitales bolicheros siguen siendo masivos. Y los comedores comunitarios –una densa e intricada red que merecería un tratamiento aparte- siguen garantizando, exigidos al máximo, el piso de subsistencia, a pesar de la incorregibilidad delictiva de muchos distribuidores comunales y sociales. Los refuerzos oficiales de la AUH y de la Tarjeta Alimentar contribuyen al sostén; aunque la situación ha incrementado su dramatismo.
Pero la administración de la pobreza está exhibiendo sus límites. Milei no deja de ser un emergente de ese desgaste. Urge articularla con políticas reintegradoras ejecutadas por conjuntos mancomunados de funcionarios idóneos, conocedores de otras experiencias nacionales; iglesias, ong’s y organizaciones barriales. En su defecto, seguiremos posados sobre un polvorín siempre a punto de ser detonado por los personeros de la decadencia.
Publicado en Clarín el 15 de marzo de 2024.
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