Un ganassa. Parado en el escenario de Davos, Javier Milei me pareció un típico ganassa. En dialecto milanés, el ganassa es el que les explica todo a todos, que le enseña al mundo cómo va el mundo. Un blablablá medio presumido. No sé cómo se dirá en lunfardo. Quizá sanatero, ¡así tenemos algo en común! No sería tan grave: mejor ganassa que almidonado. Lástima que sea el presidente, la imagen de la fiabilidad nacional, un bien que en el país escasea y que tanto necesita.
Como ganassa, Milei es sui generis. El ganassa común es histriónico, capaz de reírse de sí mismo. Él no. Se toma en serio, muy en serio. Y pontifica. Es un profeta ganassa, un ganassa profeta. Me recuerda a Eva Perón cuando enseñaba las virtudes del voto femenino al presidente de Uruguay, donde las mujeres ya votaban. O a Fidel Castro, profesor de todo y conocedor de nada, ganassa imbatible. ¿Y Alberto Fernández? ¡Qué ganassa! ¿Quién no lo recuerda enseñando a los suecos las medidas anti-Covid?
Pero vayamos por orden. Milei se cree heredero de la “primera potencia mundial”. Eso era, dice, la Argentina a finales del siglo XIX. Mi solidaridad: yo también me siento a veces un centurión romano. Cambiemos los manuales de historia. ¿La famosa Pax britannica? ¡Pax argentina! ¿El célebre siglo británico? ¡Argentino! Reabriría el debate sobre los orígenes de la Revolución Industrial. La “potencia”, me avergüenza escribirlo, no es renta per cápita: es comercio, finanzas, ejército, flota, tecnología, instituciones. Es poder e influencia, fuerza y persuasión. Está bien admirar la Argentina liberal. O señalar las causas de su decadencia. Pero sin pasar por hazmerreír.
El latino de siempre, debieron pensar en el público, un show. Nos pasa a los italianos, les pasa a los argentinos: relámpagos y truenos, fogosos y fumosos, divertidos y fútiles. Ganassa. ¿Estereotipos? ¡Claro! Que exhibimos y cultivamos; los tics de unos pocos convertidos en vergüenza de todos. No importa. En Davos ya vieron de todo, nada les llama la atención. Los Grandes y Poderosos tienen otras prioridades, las mesas estaban puestas; las escorts, reservadas hace meses. Algunos creen que gobiernan el mundo. ¡Como si el mundo fuera gobernable!
Hasta aquí, folclore. De gusto dudoso, pero folclore. Luego, la cátedra. Y con la cátedra, los líos. Milei ilustró los inmensos beneficios, los enormes progresos aportados a la humanidad por la libertad económica. Impecable, probado, fundado. Con matices. El primero hace sonreír. Narrar la epopeya capitalista a los jóvenes argentinos, acostumbrados a demonizarla, ignorantes de su existencia, es preciso y meritorio: bravo Milei. Pero ¡en el templo del capitalismo! Es como venderles vino a los borrachos, contarles “Cenicienta” a los hermanos Grimm. Un papelón.