Las economías de América Latina siguieron siendo las de peor desempeño del mundo en desarrollo en 2023. Para impulsar el crecimiento económico, los líderes políticos de la región deben aumentar sus inversiones en ciencia y tecnología, fomentar la integración regional y reafirmar su compromiso con la gobernanza democrática.
Traducción Alejandro Garvie
América Latina ha llegado al final de su segunda década perdida de desarrollo. El crecimiento anual promedio se mantuvo justo por debajo del 0,9 por ciento durante el período 2014-23, peor que la tasa del 1,3 por ciento de la década de 1980. Sin embargo, se prevé que el PIB per cápita sea ligeramente superior en 2023 que, en 2013, debido a un crecimiento demográfico más lento. Por el contrario, no fue hasta 1994 que el PIB per cápita de la región volvió a su nivel de 1980. Aun así, América Latina tiene un grave problema de crecimiento.
Sin duda, el desempeño económico ha variado entre los países. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) de las Naciones Unidas estima que México, América Central y el Caribe superaron a América del Sur en 2023. Entre las economías más grandes, México, Brasil y Colombia obtuvieron mejores resultados que Chile y Perú, que registraron crecimiento cero, mientras que la debilitada economía de Argentina se contrajo un 2,5 por ciento. Venezuela creció un 4,5 por ciento, pero su PIB sigue siendo menos de un tercio de su tamaño hace una década.
Si bien la inversión extranjera directa se ha mantenido sólida, el financiamiento externo privado ha sido limitado y los costos de endeudamiento han aumentado. Aunque la emisión de bonos en América Latina y el Caribe creció un 30 por ciento en los primeros diez meses de 2023, todavía fue aproximadamente la mitad del promedio anual entre 2019 y 2021. Además, el rendimiento promedio de los bonos latinoamericanos ronda actualmente el 8 por ciento, en comparación con aproximadamente el 5 por ciento en 2021, a pesar de una modesta disminución en los márgenes de riesgo. El principal impulsor de este aumento ha sido el mayor rendimiento de los bonos del Tesoro estadounidense a diez años.
Otro factor que contribuye al pobre desempeño económico de América Latina es la limitada recuperación del comercio internacional. Según la Oficina de Análisis de Política Económica (CPB) de los Países Bajos, el bajo crecimiento de los volúmenes comerciales que ha caracterizado a la economía mundial desde la crisis financiera de 2008-09 ha sido seguido por un virtual estancamiento en los últimos dos años.
Los volúmenes del comercio mundial disminuyeron un 1 por ciento interanual en los primeros tres trimestres de 2023, mientras que el valor de los bienes comercializados cayó un 5,5 por ciento. En este sentido, América Latina ha tenido un mejor desempeño que el promedio mundial: si bien el valor de las exportaciones latinoamericanas disminuyó aproximadamente un 2 por ciento, la CEPAL estima que el volumen comercial ha aumentado ligeramente.
Aun así, la desaceleración del comercio mundial y la caída de los precios de las materias primas han afectado negativamente el crecimiento en la región, especialmente en América del Sur. Aunque la actual fragmentación de la economía mundial ha tenido un impacto económico limitado hasta ahora, los líderes latinoamericanos no deberían subestimar el riesgo de que las crecientes tensiones entre Occidente y China puedan provocar un amplio desacoplamiento, como advirtió recientemente la primera subdirectora gerente del Fondo Monetario Internacional, Gita Gopinath. En lugar de ello, las economías de la región deberían aprovechar las oportunidades de exportación e IED que ofrecen ambas partes.
La región también está lidiando con una profunda agitación política y social. Por ejemplo, el recién elegido presidente de Argentina, el autodenominado “anarcocapitalista” Javier Milei, se ha embarcado en un programa de reformas económicas radicales. Mientras tanto, Chile, Colombia y Perú se encuentran en medio de sus propias crisis políticas graves, y el camino de Venezuela hacia la democracia sigue sin estar claro. Afortunadamente, los regímenes políticos de los dos países más grandes de América Latina, Brasil y México, se mantienen relativamente estables.
En este contexto, las economías latinoamericanas deben reevaluar sus actuales modelos de desarrollo. Tras la adopción generalizada de reformas de mercado en 1990, el crecimiento promedio anual de la región ha sido aproximadamente del 2,5 por ciento, en comparación con la tasa del 5,5 por ciento durante el período de industrialización liderada por el Estado entre 1950 y 1980. Además, la CEPAL estima que el crecimiento potencial anual de la región se ha limitado a sólo el 1,6 por ciento desde 2010, lo que convierte a América Latina en la región en desarrollo con peor desempeño de los últimos 30 años.
Los gobiernos latinoamericanos podrían tomar varias medidas para acelerar el crecimiento económico. Primero, deberían aumentar el financiamiento para la ciencia y la tecnología, donde la región está significativamente rezagada. Según los últimos datos de la UNESCO, las inversiones regionales en estas áreas ascienden al 0,6 por ciento del PIB, que es aproximadamente una quinta parte de lo que los países de altos ingresos invierten en investigación y desarrollo y una cuarta parte del gasto en I+D de China. Cabe destacar que Brasil es el único país latinoamericano que invierte más del 1 por ciento de su PIB en ciencia y tecnología, mientras que el resto destina el 0,5 por ciento o menos.
En segundo lugar, los gobiernos latinoamericanos deberían desarrollar estrategias proactivas en el sector productivo, centrándose en sectores en los que la región tiene una ventaja significativa y en aquellos que están a la vanguardia de la revolución industrial en curso. El primer grupo incluye la producción de alimentos y minerales esenciales para la transición verde –especialmente cobre y litio– junto con sus cadenas de valor asociadas. El segundo incluye las tecnologías digitales, que deben ser ampliamente adoptadas e integradas en las economías de la región.
La transición a la energía limpia es muy prometedora, especialmente para los países latinoamericanos con abundantes recursos solares y eólicos. Este cambio también puede beneficiar a las empresas cuyos procesos de producción consumen grandes cantidades de energía, como los fabricantes de acero y aluminio. Además, México, América Central y los países con costa caribeña, como Colombia, se beneficiarán del nearshoring, dada su proximidad a mercados importantes como Estados Unidos.
Dada la lentitud del comercio global, una mayor integración regional es crucial. Los gobiernos latinoamericanos deberían profundizar los procesos de integración comercial y negociar un acuerdo regional de libre comercio más amplio. Pero las tensiones actuales entre Argentina y Brasil, junto con las amenazas de Milei de retirarse del bloque Mercosur, podrían socavar esos esfuerzos.
Más allá del comercio, la región debería fortalecer sus instituciones financieras, en particular el Banco de Desarrollo de América Latina (CAF) y el Fondo Latinoamericano de Reservas (FLAR). Los países latinoamericanos también deberían profundizar la integración de sus sistemas de transporte y electricidad y fomentar la colaboración científica y tecnológica.
Por último, pero no menos importante, los países latinoamericanos deben reafirmar su compromiso con la democracia. La agitación económica de la década de 1980 debilitó a los regímenes autoritarios y condujo a una rápida democratización. Pero el creciente autoritarismo plantea una amenaza significativa a lo que se había convertido en la región en desarrollo más democrática del mundo. Para acelerar el desarrollo económico, los líderes políticos deben identificar e implementar medios eficaces para mitigar la creciente polarización que pone en peligro la estabilidad tanto nacional como regional.