jueves 26 de diciembre de 2024
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Luis Gregorich: estratega de la palabra

Pocas veces estuve más orgulloso de un libro que me haya tocado en suerte editar, una de esas fue con Estrategias de la palabra.

Durante los últimos años de la Dictadura esperábamos ansiosos cada quince días que saliera Humor. Podíamos empezar a leer por las páginas amarillas iniciales (tan mal son imitadas hoy por algunas revistas “transgresoras”), pero el plato fuerte eran las columnas políticas, entre ellas la de Luis Gregorich. Justamente por alguno de esos artículos Humor sufrió su único secuestro, la edición 97 de enero de 1983. Guardo en algún lugar ese ejemplar original, no la edición que se publicó posteriormente. El porqué de ese privilegio es sencillo: mi papá, dueño de una parada de diarios, se enteró por los policías de la 46 (a quienes conocía por regalarle el diario todas las jornadas) que la edición sería secuestrada. Era un método habitual esos últimos meses de la dictadura, cuando empezaban a aparecer algunas revistas que mezclaban la denuncia política con el destape sexual, siempre había algún cana amigo del canillita que avisaba antes para esconderla y evitar el engorroso problema del secuestro y el posterior reconocimiento en la devolución (y tambinén conseguir, mientras, un ejemplar de garrón).

Los textos de Gregorich eran densos, o así lo sentía yo, un adolescente que se iniciaba en los primeros palotes políticos. Pero su columna estaba siempre presente. No recuerdo por qué dejé de leer la Humor. Se habrá vuelto reiterativa, alguna crítica al final del gobierno de Alfonsín o tal vez sencillamente pasé a otras lecturas que me llevaban más tiempo. Tampoco tengo presente cuando dejó de salir, seguramente durante los últimos años del menemismo (hay un libro que cuenta muy bien esa historia), de un día para otro.

Hace un par de años, haciendo tiempo para ir a entregar notas de éxamenes al CBC, me entretuve en un café de la zona que casualmente tenía algunos viejos números de la revista Humor. Entre ellos, uno de diciembre del 83. Me llamó la atención una de las historietas, creo que de Grondona White, sus dibujos nos anticipaban que “aburrida” sería la vida en democracia (creo que el humorista vivió lo suficiente como para darese cuenta lo equivocado que estuvo). Pero eso es para otra columna. La otra era una carta de despedida de Luis Gregorich. En pocas palabras, sencillas, humanas y precisas, contaba el porqué de su partida. Iba a formar parte del nuevo gobierno. No podía, entonces, seguir escribiendo en un medio independiente. 

El tiempo pasó. Y yo fui de canillita aspirante a politólogo a editor de libros. Llevo editados más de doscientos desde 1994. Perdí la cuenta. Alguno de esos títulos es olvidable, otro directamente lo escribí yo. Otros muy buenos, pocos, imprescindibles. Hace unos años, otro Luis, mi jefe en Eudeba, me dio uno de esos encargos especiales. Editar una serie de textos de Luis Gregorich, con ilustraciones originales de Huadi, dibujante por entonces de La Nación. Eran, son, una selección especial de lo mucho que había escrito durante la dictadura e la Opinión, Clarín, Medios y Comunicación y, claro, Humor.

El trabajo del editor es muy raro, pocas veces un libro se edita igual que otro. Cuando me preguntan que hago respondo que soy una especie de productor musical. Pocas veces a un libro no hay que tocarle una coma. Pocas veces un autor acepta todas las sugerencias. Pocas veces un editor edita sin cometer errores (errores que se verificarán, obviamente, con el libro impreso).

Telefónicamente nos contactamos y rápidamente nos pusimos de acuerdo en cómo trabajar. Yo haría las sugerencias y el las evaluaría. En general fueron pocas. Aceptadas casi todas. Salvo una. En el primer párrafo. Pero el trabajo más complejo era el de insertar las ilustraciones. No me gustan los libros con ilustraciones o fotos. Nunca nos ponemos de acuerdo con el autor donde deben ir y es engorroso al momento del diseño. No fue el caso. Me pidió que lo veamos en su casa y accedí sin ningún inconveniente. Me sorprendió la humildad y sencillez de su departamento en Caballito. Trabajamos unas dos horas y cerramos el libro. Me hizo un comentario que me pareció englobaba claramente lo que significaba este libro: “no se si hay muchos periodistas que escribieron durante la dictadura y no se avergüencen de alguno de sus textos”. Claramente no era el caso de Gregorich. Ya en 1977, cuando la preocupación principal del periodismo era si se llegaba al Mundial 78 con los estadios terminados, Luis denunciaba, en Medios y Comunicación la desaparición de sus colegas periodistas.

Seguramente muchos de esos colegas no compartirían las ideas de Gregorich ni entonces ni hoy. Fue un agudo y sagaz analista de la etapa kirchnerista, de los más lúcidos.

Cuando normalizamos que algunos se pregunten que hizo “X” durante la dictadura (mientras ocultan que hicieron ellos), Estrategias de la palabra sirvió, sirve, para recordarnos que hizo Luis Gregorich, y muchos otros, esos años, poniendo el cuerpo en esas columnas para denunciar la barbarie. Recordando que la única militancia que debe tener un periodista es defender la democracia, no un gobierno.

Luis Gregorich falleció el 21 de febrero de 2020.

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