Los humanos somos esos animales que nos pasamos comprendiendo no solo lo que hacemos sino lo que nosotros mismos somos. Para eso echamos a mano a narraciones que contengan a los desordenados y fugaces elementos de la experiencia. Narraciones que cuando vienen cimentadas en un enfrentamiento tan visceral como el propiciado por la grieta construyen paradójicamente una suerte de zona de confort. Ahí reposamos en nuestro santuario, recibiendo la aprobación de los otros moradores, no por lo que decimos, sino simplemente por estar juntos contra los otros. La grieta así expresa la fatiga del pensar.
Sin llegar a esos extremos, hay otras zonas de confort que interrumpen el pensar y nos llevan a adoptar puntos de vistas que se convierten en sentido común. Y muchas veces, pese a la evidencia contradiciendo ostensiblemente esos puntos de vistas establecidos.
Uno muy común en Argentina de un tiempo a estar parte es el que sostiene que las elecciones aquí ya no están influenciadas por partidos políticos, ideologías o siquiera por la política misma. Que la decisión recae en una multitud de ciudadanos independientes que toman la decisión del voto a regañadientes y horas antes de las elecciones (lo cual ha servido muy bien para exculpar los fracasos predictivos de los encuestadores) y que mas bien se dejan llevar por emociones mundanas.
Precisamente, atender a esas menudencias fue (lo pongo el pasado) la esencia de esa nueva política que tuvo de nueva lo mismo que de efímera. El presupuesto, del cual partía y que intentaba jubilar tanto a políticos como a analistas de vieja escuela, sirvió para las elecciones en las que pensaban que ganaban por sus métodos y no, en realidad, por cuestiones típicas y tradicionales del modo en que se ha configurado el electorado argentino. Y eso a pesar de la carrada de nuevos votantes confluyen en cada elección.
Una primera cuestión que desafía la idea de que la “gente” está despolitizada y no vota por tradiciones políticas es la casi mayestática división entre los que votan o pueden votar a candidatos peronistas y los que votan y pueden votar a candidatos no peronistas.
Aquí una primera parada se impone. La división de nuestro electorado es la misma que Manuel Mora y Araujo describió en «El Voto Peronista», libro de los ‘ 70, que daba cuenta de las elecciones desde el surgimiento del peronismo. Mora y Araujo señalaba que había dos grandes predictores del voto en Argentina: 1) el nivel socioeconómico (a menor nivel, mayor propensión a votar por el peronismo) y 2) el voto previo.
De allí se sigue una segunda consideración. Cuando uno mira los números, lo que queda a la vista es que hay un núcleo duro peronista, que sigue la línea del oficialismo pase lo que pase, como también un nucleó duro no peronista. Esos núcleos son los grandes animadores de la grieta.
También, obviamente, existe un sector de moderados. Pero ellos no son en su totalidad autónomos. Hay moderados peronistas, que de no sentirse representados, pueden buscar otra opción, que tiene como condición esencial que no sea para ellos “gorila”. También hay moderados “no peronistas”, que incluso pueden votar a un candidato peronista, con tal de que parezca que haya adjurado de todo lo que los “no peronistas” aborrecen de un peronista.
O sea, hay dos polos fuertes, que a veces consiguen imponer su fuerza gravitatoria al satélite de los moderados, y con ese caudal ganar las elecciones, o estar a poco de ganarlas. Si uno va a los números, esto que se dice con palabras aquí se vuelve patente.
Ultimamente el electorado argentino se ha configurado fundamentalmente entre tres fuerzas políticas. Una representando el oficialismo peronista (primero el Frente para la Victoria, y luego el Frente de Todos), otro representando al oficialismo no peronista (Cambiemos, esa coalición entre el PRO, la UCR, y la Coalición Cívica que con la incorporación de Miguel Angel Pichetto, se renombró como Juntos por el Cambio), y un tercer polo se caracterizaba por ocupar una franja central (que se dio a conocer como “la ancha avenida del medio) y que resultó hegemonizada por el Frente Renovador de Sergio Massa.
Resulta que esa ancha avenida del medio no era de mano única, sino que tenía un andarivel peronista y un andarivel no peronista. Si miramos un poco los números desde 2015 se comprenderá por que se dice esto. En la primera vuelta, Cambiemos obtuvo 34%, el FPV 36% y el Frente Renovador 21%. Lo cual, por primera vez se tuvo que ir a un balotaje, en el cual Cambiemos se impuso por 51,34% contra 48,66%. O sea, una distancia mínima.
Queda a la vista que el electorado de esa instancia mixta, el Frente Renovador, puesto a optar entre un candidato peronista y un candidato no peronista, se dividió casi en partes iguales entre ambas opciones, mientras Cambiemos absorbió, además, los 2, 5% del GEN de la exradical Margarita Stolbizer.
Yendo a las elecciones que encumbraron la formula Alberto Fernández-Cristina Fernández, tenemos como hecho significativo que el Frente Renovador queda incorporado ex ante, en el Frente de Todos. Así, éste obtiene lo mismo que obtuvo Daniel Scioli en la segunda vuelta del 2015, pero en las PASO, decidiéndose allí las elecciones. Pero no se da el aluvión de votos en la primera vuelta con el que el peronismo se ilusionaba llegar a lo que había obtenido Juan Domingo Perón en su tercera vuelta al poder, ni mucho menos. La explicación es sencilla: todo lo que había podido juntar el peronismo lo había hecho en las PASO. Y frente a las encuestas que tanto fallaron, uno podría decir que no llamaron al único celular que tendrían que haber encuestado: el de Sergio Massa.
Por su parte Cambiemos, que siempre confió en la nueva política de la demanda, no se dio cuenta que el problema que tenía era que le aparecían candidaturas “carancho” que le iban a disputar poco votos, pero lo suficiente como para que mermara su caudal electoral y no pudiera forzar una segunda vuelta. Si uno suma lo que obtuvieron Roberto Lavagna, José Luis Espert, Juan J. Gómez Centurión, esa cifra se va a acercar mucho a lo que Mauricio Macri había obtenido en 2015 en el balotaje. .
Por eso, la jugada de CFK del 2019 encumbrando a Alberto Fernández fue tan brillante. Mediante ese Caballo de Troya transparente, que la llevaba a ella en su abdomen, pudo atraer de entrada a sus moderados que confiaron en Alberto Presidente y que “volvían mejores”.
El punto es frente a la radicalización que estamos presenciando, si esos moderados seguirán allí y buscarán otra opción (lo cual, por lo dicho aquí, no depende solo de su intención de hacerlo (la “demanda”) sino también de que exista un candidato en quien depositar su voto (esa oferta que en la provincia de Buenos Aires, la “madre de todas las batallas” en su momento fue Francisco de Narváez y después, Massa. También, la otra pregunta es si Juntos por el Cambio conseguirá resolver sus cuestiones internas e incluso expandir su presencia, eliminando candidaturas gnomo, o bien se dividirá.
Moraleja: en Argentina hay dos polos electorales que, asimismo, tienen en un segundo círculo a un electorado moderado. Quien consigue concentrar a esos dos círculos ganará frente a quien no los concentre. Si ambos se concentran, entonces, el resultado electoral dependerá de ese pequeño y marginal número de votantes que si saltan la grieta, y que depende de muchísimos factores, y no solo, y obviamente, el de las campañas electorales y la imagen de los candidatos.
Publlicado en El Estadista el 2 de septiembre de 2020.
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