Stephen Holmes, profesor de derecho constitucional de la Universidad de Nueva York, ha dicho recientemente que los líderes autoritarios prefieren las crisis que ellos mismos pueden crear, y la pandemia del COVID-19 no es una de ellas.
Desde hace casi dos décadas, la democracia liberal ha estado bajo un severo ataque proveniente de políticos populistas de derecha e izquierda de las Américas, Europa y Asia. Arrogándose la representación excluyente del pueblo, sus objetivos predilectos fueron y son los tribunales, los partidos políticos, los Parlamentos, los medios de comunicación, las ONGs de derechos humanos, los expertos en general y los científicos en particular, la burguesía urbana, los universitarios, los inmigrantes, las organizaciones filantrópicas globales y los organismos internacionales.
A fines de marzo, el presidente de Hungría, Víctor Orban, uno de los más conspicuos exponentes de esta ola populista, en base a la alegada necesidad de enfrentar la pandemia, ordenó el cierre del Parlamento, declaró la emergencia por tiempo indeterminado y pospuso las elecciones. Este hecho político encendió todas las alarmas del campo de la democracia liberal. Muchos creyeron que el COVID-19 les daría a esos líderes la excusa perfecta para agudizar su arremetida.
Sin embargo, hasta ahora, lo que se observa es que algunos de ellos, como Trump y Bolsonaro, están atravesando su peor momento. Este último, por ejemplo, ofreció un discurso el pasado 3 de mayo frente a cientos de seguidores en el que atacó despiadadamente al Congreso y a la Corte Suprema proponiendo su cierre, mientras el número de casos de coronavirus en su país cruzaba la barrera de los 100.000 infectados (hoy ya son más de 1.300.000 los casos y casi 60.000 los muertos).
Mientras esto sucedía, su subestimación de la pandemia lo arrastraba a niveles cada vez más profundos de aislamiento político. Una posible explicación de esta situación puede estar relacionada con aquella afirmación de Holmes: los líderes autoritarios prefieren las crisis que ellos mismos crean, pues son las que pueden manipular en función de sus proyectos políticos. La pandemia, en cambio, los desorienta.
Esta crisis sanitaria global parece ser todo lo contrario de aquello que le resulta útil al líder populista para conservar o expandir su poder. En primer lugar, es una crisis muy difícil de domar pues su origen, el virus, es un fenómeno completamente desconocido sobre el que se aprende en medio de una lucha desigual contra él.
Todo lo contrario de una crisis elegida deliberadamente y, por ello, manejable. En segundo lugar, es un problema que no puede ser ignorado. Los negacionistas pierden frente al drama que atormenta a millones de personas. Ese el caso del Presidente de Brasil y del de Nicaragua, Daniel Ortega, así como el de Trump y Boris Johnson, en el Reino Unido, al menos en los primeros estadios del desarrollo de la epidemia en el caso de los dos últimos.
El politólogo brasileño Oliver Steunkel los llamó el Club del Avestruz. Estos líderes que prefieren ser vistos como superpoderosos y omnipotentes, temen que se los perciba como perdedores o desconcertados, y creen que ignorar el problema les permitirá evitar los costos. En tercer lugar, esta crisis requiere de consensos políticos y cooperación.
En palabras de Holmes, precisa de líderes capaces de resolver problemas, en lugar de líderes que se encuentran más cómodos tomando decisiones unilaterales que son fruto de la omnipotencia que intentan proyectar sobre sus seguidores.
Esta pandemia cambia el escenario semanalmente y obliga a reconocer errores, a avanzar y retroceder, y a buscar permanentemente nuevos acuerdos para seguir enfrentándola. Los líderes populistas no pueden demostrar debilidad y consideran que eso es lo que sucede cuando se buscan acuerdos o se reconocen derrotas que son inevitables por la característica del fenómeno.
En cuarto lugar, la pandemia demanda compartir poder, o al menos los reflectores, con el saber experto, algo que los líderes populistas no están dispuestos a hacer sobre todo por su desprecio hacia los tecnócratas y universitarios.
Por último, esta pandemia global ofrece la oportunidad única de comparar cómo diferentes gobiernos y sociedades enfrentan un problema similar en un mismo momento histórico. Recibimos diariamente información de todo el mundo que nos permite evaluar nuestra propia situación comparándola con la de otras naciones, incluso identificar la mentira, la distorsión de datos o su manipulación.
Según estudios de opinión pública, aquellos líderes que negaron la crisis suscitada por la pandemia y que persisten en hacerlo, que en su arrogancia y omnipotencia han rehuido la negociación y el acuerdo, que evitan reconocer errores, que desprecian el saber científico o que ocultan información, pierden cotidianamente apoyo popular. Por supuesto, esto no significa que no conserven un núcleo duro de seguidores. Tampoco implica que no debamos estar alertas ante la amenaza de la acumulación de poder, la neutralización de los controles al gobierno o el silenciamiento de la crítica.
No sabemos aún si esta tendencia adversa de algunos proyectos populistas cambiará o si se tratará simplemente de una transición en la que nuevos gobiernos opuestos a la democracia liberal reemplazarán a los antiguos. Sin embargo, sí sabemos que esta pandemia tiene características que parecen ser incompatibles con las fórmulas tradicionales de líderes que desprecian los valores de la democracia liberal.
Publicado en Clarín el 6 de julio de 2020.
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