sábado 21 de diciembre de 2024
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Una reflexión en tiempos de coronavirus

Hace un mes el Ministerio de Salud confirmaba el primer caso de coronavirus en el país. Todo lo que vivimos desde entonces parece, por momentos, una película. Increíble pero cierto: solamente han pasado unas pocas semanas desde que comenzó esta tormenta.

Todos, absolutamente todos, estamos aprendiendo cada día algo nuevo. Desde el docente que jamás había dado una clase virtual, pasando por los más encumbrados infectólogos y epidemiólogos, hasta los líderes políticos más avezados, que enfrentan una situación sin precedentes.

Estamos aprendiendo y acostumbrándonos a una realidad que en pocos días cambió mucho.

Ayer asistimos, con sorpresa e indignación, al desastre al que sometieron a miles de jubilados para cobrar sus haberes. Una improvisación sencillamente inadmisible en esta coyuntura. Hoy, leemos en los medios que investigadores del Instituto Leloir y la UNSAM están muy cerca de desarrollar tests serológicos en el país, fundamentales para comprender cómo responde el sistema inmunológico ante un virus del que queda mucho por conocer todavía.

A las argentinas y los argentinos, tan habituados a las idas y vueltas, a la inestabilidad constante, nos toca poner a prueba nuestra capacidad de adaptación. Una vez más.

Entre tanto bombardeo de información, incluida la circulación masiva de noticias falsas, mensajes esperanzadores y también cifras aterradoras que llegan de Europa y Estados Unidos, creo que es un buen momento para trazar un paréntesis —virtual, por supuesto—y pensar un poco más allá de esta cotidianidad atípica e incierta.

Cada vez se menciona más en las redes y medios tradicionales “el día después”. Cómo será el 13 de abril, cuándo se flexibilizará el aislamiento o cómo se reactivará una economía que fue frenada de golpe. Las respuestas a estas incógnitas, aun las bienintencionadas, suelen olvidar un componente central: lo que suceda mañana dependerá en gran medida de lo que hagamos hoy.

Un Estado capaz y previsor, que trabaja codo a codo con provincias y municipios, asesorado por especialistas y atento a todas las variables (sanitarias, económicas, sociales) sin dudas genera en la ciudadanía buenas expectativas, aun cuando las cosas tarden en volver a ser, de algún modo, normales.

Lo mismo para la sociedad en general: si somos capaces de cumplir con lo que se nos pide, de armarnos de paciencia, evitamos las salidas innecesarias y el odio dañino en injustificado en las redes que solo pretende dividir, estaremos más cerca de un mañana más promisorio.

Esta pandemia ha puesto en jaque al mundo, desnudando la poca capacidad de reacción de los organismos supranacionales y poniendo en órbita, una vez más, a los Estados-Nación como la respuesta más confiable en tiempos que todo parece derrumbarse.

Sería ingenuo pensar que todo volverá a ser como antes. Pero cualquier planteo que se arrogue el conocimiento pormenorizado de un nuevo orden mundial peca de algo mucho peor: la mentira. La incertidumbre reinante nos interpela y nos obliga a conducirnos con dosis recargadas de responsabilidad y equilibrio, principalmente a quienes ocupamos puestos de definición política.

No hay una receta mágica para que sigamos al pie de la letra. Tampoco tenemos claro cómo serán las cosas la cosas en diez días y mucho menos en un mes. Pero sí sabemos, de sobra, cómo podemos comportarnos para aportar desde el lugar que nos toca a una nueva Argentina que no resigne ni por un segundo valores como la solidaridad, el compromiso cívico y el respeto por el prójimo.

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