sábado 21 de diciembre de 2024
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Cambios duraderos de la pandemia del COVID-19 en la economía global

Inicialmente la crisis económica derivada de la pandemia del COVID-19 puede observarse como una tradicional crisis de oferta. La interrupción de las cadenas de abastimiento junto a medidas de distanciamiento social a nivel global plantea un recorte abrupto de la oferta de trabajo. Sin embargo, a diferencia de crisis anteriores dichos efectos iniciales conllevan de manera inmediata efectos del lado de la demanda que se ven magnificados por la parálisis del sistema productivo.

La gran recesión de 2008 se originó en un shock de oferta del sector financiero producto de la crisis crediticia-hipotecaria y de confianza en los mercados en los Estados Unidos y, si bien sus características y magnitud fueron una novedad, las expectativas a mediano plazo apuntaban una recuperación de la producción y el comercio globales basadas en un conjunto inédito de intervenciones y regulaciones. Una confrontación bélica o un desastre natural también dan inicio a crisis económicas por la contracción de la oferta debido a la destrucción o merma considerable de la infraestructura y la pérdida permanente a gran escala de la fuerza laboral. Sin embargo, en estos casos la demanda agregada suele verse incentivada a medida que los gobiernos redirigen los esfuerzos hacia la lucha y/o la reconstrucción.

En esta ocasión, la incertidumbre sobre la evolución de la pandemia junto al desconocimiento más o menos generalizado de los efectos reales que tendrán las políticas que diferentes países están llevando adelante para minimizar el impacto, no sólo afecta el flujo presente de fondos para empresas de todo tamaño y sector sino también sus planes de inversión. Los trabajadores, particularmente en las industrias más afectadas como turismo, industria, construcción y servicios en general perderán ingresos y posibilidades concretas de consumir. Los hogares que estén en condiciones de hacerlo incrementarán su liquidez por precaución, las empresas desconfiarán de invertir hasta que la situación se aclare y también carecerán en general de la liquidez necesaria para hacerlo. Muchas pequeñas y medianas empresas dependen de los flujos de efectivo de la misma manera que muchos hogares con deudas hipotecarias o compromisos por alquiler cuentan con poca disponibilidad de efectivo.

Esta contracción a su vez retroalimenta la caída de la oferta debido a que las empresas más dependientes de los flujos de efectivo enfrentan menores pedidos y carecen de liquidez para cumplir con los compromisos y, por lo tanto, pueden verse en la situación extrema de declararse en quiebra. Y vuelta a la retroalimentación de la demanda: los trabajadores que pierden empleos al cerrar negocios ya no cuentan con ingresos y, por lo tanto, reducen su consumo, lo que finalmente deprime una vez más la demanda agregada. El ciclo de demanda y oferta es similar al de la crisis financiera, aunque la incertidumbre sobre la enfermedad y el distanciamiento social obligatorio magnifican las consecuencias. La pandemia del COVID-19 no es sólo un shock de magnitud en los fundamentos económicos reales; es un shock en el mercado que introduce una cuña entre la demanda y la oferta con marcadas retroalimentaciones complementarias en la economía real. Contracción de la oferta, que conduce a una contracción de la demanda, que conduce a una contracción de la oferta que conduce a una enorme destrucción de excedente económico.

La depresión a nivel global derivada de la pandemia del COVID-19 ya es un hecho. Ante la caída de ingresos, una de las respuestas tempranas de los hogares con propensión a consumir fue la de posponer las compras de bienes durables (electrodomésticos, tecnología, vehículos, entre otros). Sin embargo, el aislamiento social que ha conllevado la pandemia trajo consecuencias negativas en prácticamente la totalidad de los sectores de la economía muchos de los cuales esperan efectos más profundos y duraderos. El turismo que involucra fundamentalmente hotelería, gastronomía y servicios derivados fue la primera actividad afectada y aquella que seguramente extienda la caída durante más tiempo. Son bajas las probabilidades de contar con una vacuna contra el COVID-19 en el corto plazo y las perspectivas de que surjan rebrotes durante el próximo invierno en el Hemisferio Norte se mantendrán latentes. El impacto en la actividad ha sido y continuará siendo global, alimentado por el hecho de que los países que mayores ingresos generan a partir del turismo son los Estados Unidos, China y Alemania, tres de los principales motores de la economía mundial. El Reino Unido, Francia, México, Italia, Brasil y España les siguen en orden, y países como Malta, Croacia, Tailandia, Jamaica e Islandia explican más del 8% de su producto bruto por el turismo. Este sector no volverá a ser el mismo por mucho tiempo y la recuperación vendrá de las posibilidades de contener rebrotes del COVID-19 de manera focalizada. Derivada de esta dinámica, el sector de la aviación observará también una lenta recuperación, primero de los vuelos domésticos y, a posteriori, de los vuelos internacionales.

El sector hidrocarburífero se vio envuelto a inicios de 2020 en una tormenta perfecta dada por el exceso de oferta de corto plazo tras la decisión de Arabia Saudita de aumentar su producción y la guerra de precios iniciada con Rusia, junto a la marcada caída de la demanda que sostendrá a mediano plazo. Al igual que el resto las materias primas, el precio del barril en sus diferentes versiones se desplomó a niveles históricos frenando proyectos de petróleo y gas no convencional en todo el mundo. Por su parte, el sector automotriz venía experimentando tensiones comerciales a nivel internacional que se vieron amplificadas por la caída de la demanda china y la parálisis de la cadena de abastecimiento global en el este asiático y en Europa, producto de la pandemia. El bajo nivel de stocks junto a los problemas de la logística internacional y la baja propensión de los hogares de embarcarse en compras de vehículos puede llevar a una lenta recuperación del sector.

La diversidad de sectores involucrados entre los bienes de consumo masivo – como el caso de alimentos y bebidas – así como la exportación de servicios pueden presentar una recuperación más temprana y acelerada al tiempo que en la actualidad presentan cierta resiliencia a la crisis focalizada gracias al notable crecimiento de las ventas online y la provisión de ciertos servicios vía teletrabajo. En este sentido, un número considerable de empresas ha adoptado esta modalidad de trabajo y vienen incrementando o reconvirtiendo – un poco por elección, otro poco de manera forzada – la dotación de puestos de trabajo remoto con el positivo efecto de la disminución de la congestión en las ciudades. Sin embargo, este tipo de soluciones se presentan de manera desigual debido a que trabajadores altamente calificados se encuentran en mejores condiciones de llevar adelante sus tareas desde sus casas (educación, servicios financieros, empleos corporativos) en relación trabajadores con menor calificación. Asimismo, a nivel sectorial la mayoría de los trabajadores de la industria, comercio minorista, ocio, construcción, transporte y servicios públicos apenas pueden trabajar bajo dicha modalidad.

Mismo en el sector de la educación se observan desigualdades en la aplicación del aprendizaje virtual. Según Naciones Unidas, más de 770 millones de estudiantes se vieron afectados por el cierre de escuelas y universidades. Parte de ellas han adoptado rápidamente el aprendizaje a distancia durante el resto del año escolar. La educación a distancia y las tutorías en línea pueden parcialmente suplir el impacto de la suspensión de la educación presencial dado que el acceso a los recursos en línea no es universal. El cierre de establecimientos afecta de manera desproporcionada a los niños de familias de bajos ingresos con menor conectividad y menores recursos generados por sus docentes en circuitos educativos empobrecidos. A largo plazo se observarán efectos brechas en la productividad y la calidad de vida entre quienes acceden y quienes no al sostenimiento de su formación de manera virtual durante 2020. Este evento de época provocó que la educación a distancia se haya establecido como algo permanente y quienes accedan a ella estarán en mejores condiciones de afrontar los desafíos de esta nueva realidad económica global.

En este punto es importante ser cautelosos en el mensaje de que la crisis puede ser superada rápidamente (caída y recuperación en forma de “V” como solemos decir los economistas) dado que por todo lo expuesto en relación a las proyecciones de determinados sectores que dinamizan la producción y comercio global, existen pocas probabilidades de que resulte de esta manera.

En la Argentina el impacto económico será muy fuerte. Las proyecciones revisadas sobre la evolución del PBI para 2020 estiman una caída mayor al 5%, más del doble de lo que se preveía a inicios de año, con un marcado deterioro en la recaudación. Según la CAME, para el 68% de las PyMEs su facturación en marzo habrá caído en promedio un 70%. Si las estimaciones en los países desarrollados indican que las PyMEs tienen capacidad para autosustentarse durante un mes en promedio, este período para la Argentina se reduce a entre 15 ó 20 días. Para la CAME tres de cada cuatro PyMEs enfrentarán una situación de quiebra si la parálisis de la actividad dura en total de dos a tres meses. Mientras tanto, según la entidad una de cada diez de esas empresas ya despidió parte de su personal y 15% lo evitó hasta ahora con el recurso de adelantar las vacaciones. En la misma línea, otros relevamientos muestran que durante los próximos 20 días, la mayoría de las empresas enfrentarán caída en la demanda, dificultades para el pago de los salarios e impuestos, falta de capital de trabajo y desabastecimiento de insumos tanto importados como de producción nacional. A esto se suma la estrepitosa caída de los activos financieros en el mercado de capitales que en el caso de las empresas atenta contra la capacidad de rescatar inversiones para hacer frente a pagos de sueldos y capital de trabajo. Empresas de servicios, industria, agronegocios, construcción, tecnología y comercio minorista ya registraron complicaciones y/o rupturas en la cadena de pagos.

Un capítulo aparte merece la situación de las exportaciones provinciales y cómo afecta la capacidad de recaudación a nivel nacional y de los gobiernos locales. Hay provincias cuyas ventas externas inciden fuertemente en sus economías, especialmente de las regiones Centro y Patagónica (exportaciones de materias primas agropecuarias, alimentos, hidrocarburos, minería, pesca). Asimismo, según estimaciones de IERAL, el sector turismo se contraerá este año un 25% con su consiguiente poder multiplicador, que aporta 9,4% del empleo y 6,4% de las exportaciones totales. Las provincias que más turismo extranjero reciben como Misiones, Mendoza, Salta y la Ciudad de Buenos Aires tienen paralizados los ingresos derivados de esta actividad.

Las respuestas de la política pública a la crisis económica desatada por el coronavirus son variadas. Incentivos fiscales vía deducciones y prórrogas, políticas de ingresos y financiamiento de nóminas laborales y capital de trabajo suelen ser las herramientas elegidas por la mayoría de los gobiernos. Sin embargo, más allá de la mayor o menor capacidad que tengan para afrontar la crisis, un elemento es esencial para determinar la duración del impacto económico de la pandemia está directamente relacionado con las expectativas de las empresas y la población en general sobre el futuro inmediato. El trabajo más arduo para los hacedores de política pública en este momento pasa por reducir la incertidumbre con medidas creíbles, de largo alcance y perdurables en el tiempo. Frente a la incertidumbre de la duración de la parálisis económica es clave dotar de señales que indiquen que habrá apoyo a las empresas que sostienen el empleo, no sin pasar un mensaje claro de que el esfuerzo tiene que ser repartido entre todos.

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