Qué dilema, ¿no? No para los que votaron peronismo, claro. Ni para los que votaron a Milei, por supuesto. ¿Pero los otros? Votar, no votar, votar a quién, votar por qué: tragados por el abismo, a pie en el desierto, afónicos entre los gritos de la multitud. Yo me siento como ellos, me uno a su duelo, desfilo en el mismo funeral. Como ellos me siento incómodo entre el yunque y el martillo, la espada y la pared. Para mí es fácil: no voto, soy extranjero. Pero ¿qué haría en su lugar?, me pregunto.
No tengo respuestas, desde luego. Ni perlas de sabiduría para dispensar. Si sirve de consuelo (la miseria ama la compañía), les diré que no están solos. Me pasa lo mismo en cada elección italiana: ¿a quién voto? ¿Qué hay entre populismos opuestos? ¿Entre las “nuevas derechas” y las “viejas izquierdas”, los adoradores del Estado y los devotos del mercado? ¿Queda algo de raciocinio entre indignados y enfurecidos, algo de pragmatismo entre apocalípticos y redentores? Supongo les ocurra a muchos sentirse así, aquí, allá, en todas partes, desde Washington hasta Buenos Aires, desde Roma hasta Madrid. Cuando el consenso democrático se tambalea, arrecian las apelaciones al “pueblo”, cada uno el suyo, por cierto el mejor, el más honesto y probo, depositario de toda virtud. Pueblo del que serán por tanto enemigos los demás, causas de todos sus males, coartadas de todas las plagas. En eso estamos. ¡Cuántos traficantes de emociones! ¡Cuántos borregos excitados!
El enemigo siempre es una “elite corrupta” que en algún momento dio la espalda al “pueblo puro” del que un día formó parte. En una palabra: un “traidor”. Y si es un traidor, será capaz de todo. ¿Cómo no evocar entonces a un Moloch urdiendo “soluciones finales”, el asalto final a la república, el “fujimorazo” que acabará con ella? De ahí que el ambiente político se agrie, que el ambiente social se embravezca, que las consideraciones racionales se plieguen al llamado tribal: es cuestión de vida o muerte, o conmigo o con el enemigo. Y cuando la dialéctica se convierte en guerra, los que disienten traicionan, los que traicionan se mueren, si no en el cuerpo, sí en el alma: se acabó entre nosotros. “Traición”: esta es, en caso de que no lo hubieran notado, la palabra que hoy hace estragos allí donde hasta ahora reinaba una vaga comunidad de intenciones, en esa tierra perdida entre la Escila peronista y la Caribdis “libertaria”. Una palabra dicha para herir, disparada para matar, letal y definitiva.
Por lo que vale, por honestidad intelectual, confieso que yo no votaría. Reclamo la dignidad de la abstención en un tipo de elección, el balotaje, que fuerza solo dos alternativas, ambas equivocadas para mí. Pero esto es lo mío, una opinión como cualquier otra, no el punto. El punto es que no por eso me considero “traidor” a nadie ni considero “traidor” a quien decida de otra forma. Será la edad, quién sabe, quizá la distancia, pero respeto sus razones, comparto sus dudas, nada impedirá que algún día volvamos a coincidir: el “hasta que la muerte los separe” no funciona ante el altar, ¡mucho menos ante las urnas!
Tomemos a los radicales, por ejemplo, “traidores” por excelencia. Pónganse en su lugar. ¿Por qué deberían apoyar a Milei? ¿Aliarse con él? ¡Dice que Alfonsín fue el peor presidente de la historia! ¡Piensa como en su momento pensaban la CGT y los carapintadas, el peronismo y la Iglesia Católica! Se sabe: los radicales siempre fueron semiperonistas y semiliberales, un híbrido socialdemócrata que nunca cuajó por expresar una cultura política, socialismo más liberalismo, suplantada por el peronismo, socialismo más nacionalismo, confesional en vez de laica, unanimista en vez de pluralista. De ahí que los radicales estén ora tentados de rendirse a su verdugo peronista, ora de combatirlo aliándose con sus enemigos. ¿Son muy criticables por eso? ¿Son los eternos incumplidos de la política argentina? Claro que sí. Pero no “traidores”, por ser lo que son.
Lo mismo vale para Pro, para el sector que siguiendo a Macri apoyará a Milei. Otra vez: ¡pónganse en sus zapatos! Es obvio que Milei pesca en su estanque, cosecha en su huerto, que frustrado y exasperado por las oportunidades perdidas, el electorado de Macri es susceptible a las sirenas “libertarias”. Guste o no, Milei es hijo de su fracaso de 2015. Aunque no le hiciera caso, aunque le negara apoyo, ¿quién garantizaría que su gente no lo votaría de todos modos, con el resultado de pasar por general sin tropas? Quienes lo acusan de “traicionar” entregándose a la “derecha soberanista”, a la familia de los Trump y Bolsonaro, de los Vox y Le Pen, tocan un nervio sabiendo que dolerá, pero van de mala fe. Saben muy bien que Macri aspira en realidad a frenar esa deriva, a “civilizar a los bárbaros” encauzándolos por más razonables sendas liberal-democráticas. ¿Es una maniobra arriesgada? ¿Políticamente costosa? Por supuesto. Pero traición, ¡no!
Sin embargo, llegados hasta aquí, me pregunto: ¿se encuentra realmente la Argentina ante una encrucijada apocalíptica? ¿Es verdad que el 19 de noviembre tomará un camino sin retorno y no habrá un mañana? Disculpen si sonrío, pero ya lo he escuchado muchas veces, casi siempre. Vamos. Sospecho que la creencia crónica de estar en vísperas del día del juicio final tiene que ver con una profunda herencia cultural. Creo que esconde un síndrome escatológico, la perpetua ilusión de ver a la historia tomar, por fin, el “buen camino”; la sombría desesperación de verla resbalar por el “mal camino”. Pero ni el juicio es final ni la historia tiene un rumbo fijo. Tengo fe en la resistencia de las instituciones republicanas, en los anticuerpos de la sociedad civil. Miren a Chile, miren a Colombia: cuántos gritos hace apenas dos años, unos de alegría, otras de dolor, cuántas invocaciones triunfalistas de Gabriel Boric al “viraje histórico”, de Gustavo Petro a la “liberación del pueblo”, cuántos trompetazos fatuos. ¿Qué queda? El abismo entre hablar y gobernar, entre los sueños y la realidad. “Queremos cambio”, reclamaban los votantes. “No ese cambio”, los corrigen ahora, infligiéndoles tremendas palizas electorales. ¡Cuántas ideas atrofiadas, cuántos diagnósticos erróneos, cuántas ideologías caducas!
Nada es para siempre, de héroes a villanos, de villanos a héroes, el paso es corto. A no ser que caves tu propia tumba destrozándote en familia. Pelearse es inevitable dadas las circunstancias. Pero les ruego que no derrumben puentes que pronto tendrán que levantar de vuelta. Nadie ha traicionado a nadie.
Publicado en La Nación el 10 de noviembre de 2023.