Las primeras elecciones libres, en 1983, saliendo del oscuro periodo de la dictadura. Y un resultado que pocos esperaban, la contundencia de un triunfo que rompía el mito de la invencibilidad electoral del peronismo.
Raúl Alfonsín, político casi desconocido hasta poco antes, casi clandestino, ignorado por los grandes medios, lograba lo que parecía un milagro recorriendo incansablemente el territorio patrio de una punta a otra, recitando de memoria lo que llamaba el “rezo laico”, el pacto fundacional de los argentinos condensado en los párrafos breves y rotundo del Preámbulo de la Constitución.
Un grupo de hombres jóvenes, arrastrados por esa oleada, accedimos a cargos de alta responsabilidad política. En mi caso particular una banca de diputado nacional por Entre Ríos que, con alguna intermitencia, ocupé hasta 1991. Era el de menor edad -38 años-, de aquella primera tanda de legisladores entrerrianos entre los que sobresalía César Chacho Jaroslavsky e integraban Kiko Elizalde, Moninga Rodríguez Artusi y Pedro Sarubi, todos ellos fallecidos hoy. En el Senado estaban Ricardo Lafferrière y Luis Brasesco.
La mayoría de nosotros carecía de experiencia en cuanto al manejo de la cosa pública. La mayor parte de nuestra vida había trascurrido bajo dictaduras, golpes de Estado o inestabilidad política, lo que obligaba a centrar los esfuerzos en la lucha por la libertad y los derechos. Parecía entonces que la reconquista de la democracia era la llave mágica que abriría todas las puertas.
Alfonsín repetía aquello de “con la democracia se come, se cura y se educa”. Frase cierta desde el punto de vista conceptual, porque lo que no se arregla en democracia, tampoco fuera de ella, pero que no significa que solamente con la reconquista de la democracia se solucionen todos los problemas.
Hubo que apechugar, soportar borrascas, avances y retrocesos. Algo se logró: en esos años se desarmó el aparato represivo de la dictadura, se llevó a juicio por graves violaciones de derechos humanos a las tres juntas militares del proceso, se solucionó definitivamente un litigio centenario con Chile, se sentaron las bases del Mercosur en históricos acuerdos con Brasil, Argentina tuvo una participación decisiva en el proceso de paz de Centroamérica, se le dio enorme impulso a la educación a través del Congreso Pedagógico Nacional, se modernizó la legislación civil a través de la Patria potestad compartida, el divorcio vincular o la equiparación de hijos, etc.
No se pudo lograr la democratización de la corporación sindical, y se encaró tarde la necesaria reforma del Estado. En un contexto nacional e internacional extremadamente difícil, se cometieron errores en materia económica y financiera, que condujeron al estallido inflacionario de 1989 y la dolorosa entrega anticipada del gobierno.
Pese a tales avatares, el saldo positivo y ello debe considerarse mérito principalísimo de Raúl Alfonsín, es que se sentaron las bases de una vigencia ininterrumpida de la Constitución Nacional y el Estado de derecho que hoy cumple sus primeros 40 años. Y aspiramos a mucho más, volviendo al rezo laico, asegurando los beneficios de la libertad “para nosotros, nuestra posteridad y todos los hombres del mundo que quieran habitar suelo argentino”.
Publicado en Análisis Digital
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