Al cumplirse diecinueve meses desde el inicio de la guerra de Ucrania, el conflicto parece destinado a exhibir la interdependencia entre los factores geopolíticos y el devenir económico de los países. Una realidad que no escapa ni siquiera a las economías más desarrolladas del mundo.
Desde febrero de 2022, Europa se vio afectada por el alza en los precios de la energía, las disrupciones en los mercados financieros y una contracción tanto de Rusia como de Ucrania, dos importantes destinos para las exportaciones de la Unión Europea. Es en este plano en que Alemania -nada menos que la cuarta economía global- se convirtió probablemente en el país más damnificado por el conflicto.
Ya en febrero, al cumplirse el primer aniversario de la guerra, un reporte del German Institute for Economic Research (DIW) señaló que el conflicto y el aumento de los costos de la energía habían provocado una caída del 2,5 por ciento del PBI alemán y que el país enfrentaba una recesión.
En tanto, una encuesta de la Deutschlandtrend Survey, publicada por la DW en mayo, indicó que la guerra, la inflación y una “justa distribución de las cargas financieras” eran las mayores preocupaciones del pueblo alemán. De acuerdo a sus mediciones, el apoyo a la OTAN variaba geográficamente, en una tendencia que marcaba que el 40 por ciento de los alemanes del Este creían que el suministro de armas a Ucrania había ido demasiado lejos al tiempo que el 34 por ciento pensaba que las sanciones contra Rusia habían sido excesivamente duras, provocando un daño económico a Alemania.
Pero, ¿cómo pudo resultar tan afectado el país más poderoso de Europa? Al comienzo del conflicto, Berlín pareció buscar una fórmula para reconciliar los requerimientos de su pertenencia a la OTAN con los intereses derivados de la alianza económica ruso-alemana. Por ello, en las etapas iniciales de la guerra, intentó demorar el suministro de tanques de combate a Kiev, poniendo de relieve las diferencias que los aliados mantienen sobre la asistencia al gobierno de Volodimir Zelensky.
Pero la prudente actitud del canciller Olaf Scholz en última instancia no pudo resistir las presiones de sus aliados respecto a la necesidad del envío de los Leopard 2, considerados de gran eficacia para la contraofensiva ante Rusia.
Su táctica, sin embargo, no dejó de despertar críticas. En especial porque en todo momento Alemania fue vista como el miembro más reticente al suministro ilimitado que pretende Kiev. Al punto que el conflicto presentó un dilema de hierro en esta instancia crucial que puso en tensión las estratégicas relaciones ruso-alemanas.
Toda vez que desde los años 70 los gobiernos alemanes -desde Willie Brandt hasta Angela Merkel- buscaron alguna fórmula de entendimiento con su gigante vecino. Al extremo que el comportamiento internacional del Kremlin significó un enorme desafío, a partir de su dependencia de las importaciones de gas ruso, una realidad que no escapaba a otros países de la UE.
Hasta la guerra, Rusia suministraba el cuarenta por ciento del gas utilizado por el bloque y más del veinticinco por ciento de las importaciones de petróleo. Una angustiante realidad que aceleró un debate sobre su política energética. Al punto de poner en entredicho el legado histórico de Merkel, quien urgida por necesidades de política doméstica y buscando seducir a los “verdes”, había limitado el uso de la energía nuclear. Con las consecuencias de profundizar una mayor dependencia del gas ruso. Lo que pudo comprobarse con la construcción de los gasoductos Nord Stream, acaso la expresión más reciente de la complementariedad económica ruso-alemana.
Pero en rigor, aquella política no fue otra que la continuidad de aquel eje económico, el que está basado en razones geográficas complementarias y sustentado en las duras lecciones de las guerras del pasado. Pero el que ha vuelto a ser puesto en debate una vez más. En tanto siempre ha despertado las inquietudes de las potencias atlánticas.
Es en éste marco histórico, en el contexto de una creciente interdependencia entre los factores geopolíticos, donde la realidad aparece profundamente complicada aún para la vigorosa economía germana.
Demasiado grande para Europa pero muy pequeña para el mundo -como dijera Henry Kissinger- Alemania acaso no pudo escapar al signo de la época, quedando atrapada en una pelea de potencias más grandes. En un mundo marcado por el descenso en las relaciones entre los principales actores del sistema y el que llevado a sus conclusiones más extremas podría confluir en la formación de una suerte de orden bipolar entre los EEUU y China, en el que Europa y Rusia verán acentuada su dependencia respectiva de los norteamericanos y de los chinos.
Al punto de haberse configurado, aparentemente, un contexto ineludible. En el que aún la nación más poderosa de Europa de pronto fue incapaz de resistir la tendencia de la época. En la que a Alemania parece habérsele reservado la categoría del país más perjudicado como consecuencia de la guerra ucraniana. No pudiendo, esta vez, aferrarse a aquella máxima de Bismarck que prescribía que la paz de Europa dependía de nunca ir a la guerra con Rusia.
Publicado en Infobae el 27 de septiembre de 2023.