jueves 21 de noviembre de 2024
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Adrián Melo: “Hay un paradigma que privilegia el deseo carnal, la curiosidad sensual, la voluptuosidad desmesurada y la voracidad sexual”

El último libro de Adrián Melo reúne un corpus cultural que festejara el erotismo del ano para desestabilizar una de las maneras paradigmáticas mediante la cual se construyen y consolidan los géneros y las sexualidades así como la dominación masculina

Adrián Melo es doctor en Ciencias Sociales y Licenciado en Sociología por la Universidad de Buenos Aires. Se desempeña como investigador y como profesor de las áreas de filosofía y sociología. Antología del culo. Textos de placer anal y de orgullo pasivo es su último libro, publicado por Aurelia Rivera, acaba de presentarse en Barcelona.

El autor señaló que le sorprendió que aún en el ambiente académico haya pudor y pruritos para hablar del tema. Expresa: “quizás como señala Omar Acha analizar el ano mancha en la academia. Me pareció increíble que fuera aún un tema tabú o que mucha gente se ruborizara ante el título”.

Melo enfatizó que le interesó “a nivel personal escribir un libro sobre una parte que puede dar y otorgar placer. También nació como una forma de celebrar la vida a partir del culo porque fue un sentimiento de un momento a nivel personal”.

 

¿Por qué elegiste escribir una Antología? 

Elegí escribir una antología porque me interesaba rescatar una tradición sepultada. En Occidente como lo han demostrado varios autores desde Denis Rougemont en adelante, triunfó el paradigma amoroso platónico, romántico y exclusivo, más asociado al alma que al cuerpo y recurrentemente vinculado con el dolor y el sufrimiento.

Pero hay otro paradigma, que es el que se ocupó de la atracción corporal erótica y que privilegia el deseo carnal, la curiosidad sensual, la voluptuosidad desmesurada y la voracidad sexual. Es el paradigma que Ercole Lissardi llamó faúnico. Los sátiros en la Antigüedad, el Diablo en la Edad Media, Don Juan desde el Renacimiento, Casanova desde el siglo XVIII, el buscador insaciable de pornografía o de sexo en internet o en las redes sociales en la actualidad son ejemplos de este paradigma.

Me interesaba rescatar ese paradigma a su vez vinculado con una parte del cuerpo a que le se le suele asociar solamente con los desechos: el culo. Me interesaba rescatar una tradición literaria que reivindica al culo y al ano masculino en el lugar del goce, del placer, del juego, del humor escatológico y de la alegría. Me interesaba reivindicar a la cultura popular que frecuentemente celebra el bajo vientre (la panza, los genitales, el culo), siguiendo a Bajtin, frente a la cultura burguesa que suele celebrar el espíritu y lo alto.

¿Cómo se te ocurrió el tema?

Fueron muy inspiradoras para la elección del tema dos obras fundamentales: Por el culo: políticas anales (2011) de Javier Saéz y Sejo Carrascosa y Breve historia del culo (2010) de Jean-Luc Hennig.

Con el primero aprendí el papel del culo en la producción del género. Saéz y Carrascosa resaltan que hay una forma de construcción del género que podía ser pensada a partir del cuerpo penetrable o no penetrable. En este sentido, el género no se definiría por los órganos genitales sino a partir de cuerpos que pueden ser o no penetrados. Particularmente, la identidad masculina se construye a través del binarismo penetrable / no penetrable. El cuerpo penetrable es considerado femenino. Cualquier cuerpo penetrable, independientemente de sus órganos genitales se convierten en femenino y de ahí derivan el desprecio y los ataques a las prácticas homosexuales y a todo lo relacionado con el afeminamiento. Por su parte, el libro de Hennig, es un libro muy alegre. Un libro que un recorrido del culo desde las ciencias pero también desde las artes. Siempre recuerdo una parte del libro en donde celebra la conjunción entre culo y baile. “Con la danza se acabó el culo tristón sin energías ni perspectivas en la vida, porque la danza crea en el culo algo prodigioso: el meneo. Con la danza, el culo está por fin contento de ser culo”.

Creo que ambos libros están presentes en la elección del tema. Y también la frase de Salvador Dalí: “Siempre digo que, a partir del culo, los mayores misterios del mundo se hacen comprensibles”.

Quería escribir un libro que diera cuenta de las posibilidades de goce y hasta de subversión del sexo anal entre hombres y a la vez develar discursos que construyeron sexualidades y géneros a partir de los usos del culo para poder, a su vez, deconstruirlos.

¿Por qué hay tantos discursos ocultos sobre esta parte del cuerpo?

Parafraseando al Foucault del tomo I de la Historia de la sexualidad más que los discursos ocultos, es decir lo que no se dice, más que lo victoriano me llaman la atención la profusión de discursos –médicos, judiciales, psicológicos, morales, religiosos, militares, del sentido común– sobre el culo, el hablar indefinidamente del culo. Es sospechoso que sea la única parte del cuerpo que en muchos ámbitos sea considerada una mala palabra o que al menos no puede ser pronunciada en ciertos lugares ni siquiera por su nombre científico.

Recurrentemente los discursos que emergen sobre el culo pertenecen al reino del insulto y de la injuria. En Por el culo Saéz y Carrascosa hacen un extenso y no exhaustivo catálogo de expresiones agraviantes que involucran al trasero (lo trasero suele ser pensado como lo marginal, la antinomia de lo protagónico) en diversas partes del mundo. Ya advirtieron Saéz y Carrascosa que una de las primeras cosas que aprende un niño varón –aun sin saber exactamente de qué se trata el sexo anal– es que tener el “culo roto” degrada, humilla y reduce el estatus de la masculinidad.

Ello alimenta una idea retrógrada que asimila a la penetración con posesión, esto es poder y dominio del “activo” y desvalorización y desprecio del que recibe. Y esa idea circula desde la antigüedad grecoromanas e incluso desde mitos egipcios. Los discursos ocultos o silenciados, creo, que son aquellos que hablan del goce anal en los hombres (sean gays o héteros), los que hablan del culo no solo en su capacidad excretora sino también receptora, canal de placer, de penes, lenguas, dildos o drogas…

En contraposición a los discursos negativizadores se suele utilizar la expresión “hago lo que se me canta el culo” como signo de rebeldía personal y social ante la autoridad. Y “tener buen culo” denota tener buena suerte. No parece casual que la subversión también se exprese desde el culo.

¿Por qué desde la Grecia Clásica el término estaba entre los peores insultos para un hombre?

Desde el libro ya clásico de Kenneth Dover, Homosexualidad griega (1978) se desestima esa idea que sigue presente en cierto imaginario o sentido común de que la Grecia Antigua era un paraíso liberal para los gays. Se suele confundir homosexualidad con lo que realmente estaba aceptado en Grecia: la pederastia que era una institución aristocrática que unía por un tiempo prefijado a un hombre con un muchacho en una relación pedagógica, que era al mismo tiempo guerrera y amorosa. La pederastia seguía una serie de reglas concretas: un adulto culto mayor de veinte años estaba encargado de transmitir su conocimiento y su experiencia a un adolescente, con el fin de convertirlo en un ciudadano respetable. El erómano debía tener entre doce y dieciocho años, siendo inaceptable una relación con anterioridad o posterioridad a ese lapso rígido. La aparición de los primeros vellos de la barba era la señal del fin de la estación del amado.

No hay ninguna escena que represente una relación anal. No puede olvidarse que era una institución de nobles y el contacto a través del ano reducía a los futuros ciudadanos respetables o funcionarios al papel sumiso de los esclavos y las mujeres. Entre los peores insultos para un hombre estaban las palabras katapýgon (lascivo o maricón) y evrýproktos (culo ancho), o culo de ardorosas determinaciones tal como aparecen en las obras de Aristófanes (445-385 a. C.) como Las nubes (423 a. C.), Los Arcanienses (425 a. C.) o Los Caballeros (424 a. C.).  

Otro elemento importante era la no-participación del muchacho en el acto sexual. Esta no- participación, combinada con la inviolabilidad de su ano, diferenciaba a la pederastia del acto sexual. Mientras que el erastés tiene una erección o está realizando el acto entre los muslos del erómeno, el pene de este último se muestra siempre relajado. Más aún, la expresión de las caras de los jóvenes se muestra siempre indiferente, mientras que las caras de los erastés reflejan pasión.  

Además y tal como se deduce de las leyes referidas por Esquines en el proceso que se llevó a cabo contra un ciudadano llamado Timarco en el siglo IV a. C si se comprobaba que un ateniense se prestaba a ser homosexual “pasivo”, “no debería permitírsele ser elegido como uno de los nueve Arcontes, ni asumir el cargo de sacerdote, ni ser designado como miembro de la corte del Demos, ni siquiera asumir cualquier tipo de cargo, tanto en casa como el extranjero… no debe ser enviado en misión diplomática, ni expresar su opinión, ni entrar en los baños públicos”.

Una de las injurias favoritas de los romanos era paedi-cabo te (“te daré por el culo”) y también irrumabo te (“haré que me la chupes”). A su vez, en el texto latino Anales XI 2, escrito por Tácito en el primer siglo d. C. se habla de un personaje llamado Asiático que, acusado de afeminado, no pudo contenerse ante esta acusación de parte de un tal Suilio y le gritó: “Pregunta a tus hijos, Suilio, ellos confesarán que soy un hombre”.

Es sabido que los romanos heredaron de los griegos la idea de que un ciudadano tenía permitido tener sexo anal, pero solo si ejercido sobre aquellos considerados inferiores sociales los esclavos de ambos sexos. Lo escandaloso era que ciudadanos o personajes públicos adoptasen el papel pasivo, papel reservado a las mujeres y a los esclavos. Pero también tempranamente los egipcios, de los que tan pocos testimonios tenemos respecto de sus costumbres eróticas y sexuales, dejaron claro en uno de sus mitos fundacionales que ser pasivo era algo que reducía, que rebajaba el estatus divino, político y social (según cuenta la leyenda el dios Seth –mandatario del Alto Egipto– introdujo su miembro entre las nalgas del dios Horus –mandatario del Bajo Egipto– y al día siguiente dijo que ahora le correspondía ser gobernante de todo Egipto “pues Horus no es digno de él, porque lo monté”).

¿De qué manera esta parte del cuerpo se utiliza para visibilizar a la mujer como un objeto?

El culo de la mujer ha sido históricamente uno de los topos por excelencia en donde se manifiesta paradigma de la dominación masculina y capitalista. El culo de la mujer es objeto de la mirada masculina desde tiempos inmemoriales, es frecuentemente codificado y utilizado en publicidad hasta para vender lavarropas. Tal como señala Laura Corradi en Por una sociología política del culo: “El culo de la mujer es una construcción social. Plano o prominente, bajo o parado, vestido o desvestido, grande o chico. La mirada del hombre decide como debe ser plasmada la materia –quien tiene el poder, quien tiene las poleas del comando económico y político puede definir qué es bello y qué no lo es. Su gusto inventa el gusto dominante, un signo del tiempo, que cambia con el cambio de los que reinan, de los que gobiernan, de los nobles y de los poderosos”.

En su Breve historia del culo, el ensayista francés Jean-Luc Henning desarrolla diferentes y complejas líneas argumentativas para explicar por qué, en el mundo del arte, a partir del siglo XVII y el XVIII, el culo femenino fue objeto de retrato dominante y privilegiado frente al masculino. Aunque fuera del marco heteronormativo que circunscribe la sexualidad, a los preceptos normativos y productivos, el ensalzamiento del culo femenino, sí se ubica dentro de los parámetros de la dominación masculina. El culo femenino se erige como objeto de mirada, deseo, plausible de ser penetrado frente al culo masculino que aparece, quizás más cerrado que nunca frente a la disponibilidad del femenino. Hay una sola excepción: los culos de héroes griegos y romanos, de mármol o de bronce, efebos de Maratón, Hermes, Poseidón, Apolo, entre tantos otros.

¿En el caso de los hombres por qué es una palabra casi prohibida o tabú?

No es la palabra culo la que aparece como tabú o está prohibida en los universos masculinos. De hecho, las comunidades que se presentan exclusivamente masculinas o de hombres sin mujeres –hinchadas de fútbol, barras de muchachos del club de barrio o del café, los vestuarios, entre otras– parecen no saber hablar más que del culo. Del culo de la mujer como objeto sexual y de los usos del culo del hombre como taboo. El insulto mayor expresado como chiste o como amenaza es “que te rompan el culo”. Justamente el uso del culo del hombre supondría la expulsión de la comunidad masculina.

¿Cómo son los relatos sobre esta parte del cuerpo en la historia universal?

Al menos desde la segunda mitad del siglo III a. C. hay evidencias literarias de hombres que celebran los culos hermosos de otros hombres: Dioscórides de Alejandría o Riano de Bene. En la Roma del primer siglo de nuestra era Cátulo elogia el culo de Juvencio. En el siglo II, Estraton de Sarde escribe que no puede contenerse de darse vuelta luego de mirar por delante a un muchacho bello.

Es muy significativa la historia del muchacho de Pérgamo en el Satiricón de Petronio: un efebo orgulloso de gozar de las delicias del sexo anal. El poeta Abu Nowas de Las mil y una noches es un adorador de muchachos de traseros turgentes o con un lunar en la nalga. La celebración de las flautulencias es un lugar común de la cultura popular al menos desde Rabelais.

Más adelante, en el siglo XIX Paul Verlaine compone el Soneto al ojo del culo quizás en honor de su amante Arthur Rimbaud. Durante el siglo XX hay celebraciones anales en las obras del poeta Sandro Penna, de Pier Paolo Pasolini, de Joe Orton, entre otros. Allen Ginsberg compuso el poema Esfínter. El argentino Tulio Carella escribió casi un tratado del placer anal cuando describió en Orgía, en las playas ardientes de Bahía las embestidas de un muchacho al que llama King Kong. Jean Genet hace gemir como mujer y jadear sin pudor al marinero Querelle frente a los bombeos del brutal Norbert. En Teorema, Pasolini destruye y redime a una familia burguesa a través del sexo anal. Osvaldo Lamborghini creó el reino del culo en la desaparecida civilización de los Tadeys. Hay un verdadero desfile de culos gozosos en la obra del contemporáneo Alan Hollingurst.

¿Por qué elegiste el tema del ano masculino y no el femenino?

El análisis del culo femenino requería de otra investigación aparte aunque lo que tiene en común con el análisis del culo masculino es que se inscriben en la lógica de la dominación patriarcal y en la jerarquización del pene de las sociedades falocéntricas. Sin duda, hay una relación directa entre el culto al falo y el desprestigio del culo, la demonización de su uso en los hombres y la cosificación mercantilista del culo de la mujer.

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