viernes 29 de marzo de 2024
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Vicentín despertó la polarización adormecida

Las protestas provocadas por el anuncio de la expropiación de Vicentín reflejan la polarización política que se expande por el continente, pero la pandemia puede generar un descontento más masivo como el que ya se ve en EE.UU. 

La expropiación de Vicentín no afecta a la mayoría de la población, pero tiene un gran efecto simbólico y por eso reaccionaron sectores que ya desconfiaban del Frente de Todos. Se despertó, en Argentina, una polarización que había sido adormecida por la cooperación entre el gobierno y la oposición en la lucha contra la pandemia.

Los efectos de la pandemia, sin embargo, aumentarán el malestar social, lo que puede resultar en protestas más generalizadas en Argentina y en América Latina. Por ello es crucial repensar los componentes de la legitimidad estatal, especialmente si se le demandará a la ciudadanía que comparta los sacrificios necesarios para evitar el contagio.

Para contextualizar las protestas y pensar lo que puede venir, es importante recordar cómo estaba América Latina antes de la llegada del Covid-19.

Durante 2019, la desaceleración del crecimiento económico y la acumulación de escándalos de corrupción contribuyeron a agudizar un déficit de representatividad que se plasmó en una sucesión de crisis institucionales (cierre del Congreso en Perú, intento de juicio político en Paraguay, golpe de estado en Bolivia), resultados electorales adversos al partido de gobierno (como en Uruguay y Argentina), y una ola de protestas que sacudió especialmente a la zona andina (Chile, Bolivia, Ecuador, Colombia).

La llegada del coronavirus no resolvió los problemas que habían originado el malestar político, pero el distanciamiento social acalló las protestas y empujó las crisis institucionales a un segundo plano.

Además, a la angustia provocada por la creciente incertidumbre económica se le sumó la originada en el encierro (para los que pueden) y en el riesgo sanitario (para los que no tienen alternativa). Cuando caigan los casos y el miedo, el descontento puede expresar la protesta en las calles y en las urnas.

La experiencia norteamericana con protestas y pandemia es útil para para comprender lo que podría pasar en la región. El Covid19 coincidió en EE.UU. con dos tipos de protestas: las localizadas contra la cuarentena desde abril y las masivas contra el racismo y la brutalidad policial desde fines de mayo, cuando los casos comenzaban a caer en los grandes centros urbanos.

Las primeras protestas fueron estimuladas por tuits del presidente Trump y se concentraron en estados con gobernadores demócratas. Las mismas reflejaban una polarización política que hacía que los partidarios de Trump tomaran menores precauciones frente a la enfermedad.

Las segundas fueron detonadas por el video de un policía blanco ahorcando con su rodilla a un ciudadano afroamericano hasta matarlo. Estas manifestaciones que se montaron sobre el movimiento social de Black Lives Matter, lo desbordaron en un arcoíris racial que salió de las grandes urbes y se expandió incluso en zonas rurales con población predominantemente blanca.

Estas protestas reflejan un malestar con problemas de larga data, el racismo y falta de control del accionar policial, así como la desaprobación con el manejo de la pandemia que hizo Trump, la que llega a tres quintos de los votantes según una encuesta reciente del New York Times.

Además, el llamado de Trump a la represión y la brutal respuesta policial aumentaron el enojo de la ciudadanía expandiendo las protestas y reduciendo aún más su popularidad—la misma encuesta muestra que dos tercios de los votantes no aprueban su manejo del conflicto racial. Estas segundas protestas expandieron el rechazo más allá de la polarización original.

La polarización política generó protestas tempranas también en Brasil y en México. El presidente Bolsonaro niega los riesgos sanitarios de una enfermedad, aunque su país ya tenga más de un millón de casos y más de 50.000 muertos.

Desde temprano azuzó las protestas contra el distanciamiento social y las utilizó contra gobernadores que buscaban establecer cuarentenas, para las que incluso habían tenido que recurrir a fallos judiciales frente a la oposición presidencial. Como a Trump, su actitud le costó apoyo popular.

En México, la polarización también caracterizó la elección del presidente López Obrador. Como Bolsonaro, él se resistió a reconocer los riesgos de la pandemia y a comunicar cifras sobre su costo en vidas. Sin embargo, aceptó establecer el distanciamiento social voluntario (algunos estados adoptaron cuarentenas más estrictas) aunque con pocas medidas de compensación económica para los sectores más vulnerables.

Aunque su popularidad también sufrió, se mantiene por sobre 50 por ciento. Las manifestaciones opositoras critican no solamente su manejo de la pandemia, sino también su orientación política sugiriendo una continuación de la polarización original.

En Argentina, la reacción del presidente Alberto Fernández frente a la pandemia fue rápida y coordinada con la oposición, lo que aumentó su popularidad. Sin embargo, la decisión de expropiar Vicentín fue percibida como apurada, ideológica y unilateral rompiendo con el espíritu de cooperación y apoyo técnico que se había establecido con la llegada del Covid19. Incluso mostró desavenencias al interior de la coalición gobernante.

Más aun, el término “expropiación” fue clave para alertar a aquellos que ya desconfiaban del Frente de Todos como demostró la geografía de la protesta. Los banderazos en la zona núcleo, en ciudades provinciales, y en los barrios de clase media de la Ciudad de Buenos Aires evocaban el 2008, cuando “el campo” había entrado triunfalmente al imaginario político de la Argentina.

Vicentín no es la 125, que establecía un impuesto entendido como expropiación por su potencial tasa. Los mismos productores agropecuarios que cortaron rutas en 2008 están entre los acreedores de Vicentin aunque su desconfianza en un Estado que perciben como cobrador de impuestos más que proveedor de servicios, los despertó del letargo frente a la palabra “expropiación”. Pero la geografía de la protesta es más que el campo y recuerda más bien a la polarización que caracterizó la elección presidencial del año pasado.

Mas allá de esta protesta polarizada, tanto en Argentina como en el resto de la región, podríamos empezar a ver protestas más masivas que despolaricen el descontento. Tal vez sea eso lo que estamos viendo en Ecuador, donde los casos caen, y ya ha habido un renacer de protestas contra la política económica de Lenín Moreno, aunque sin llegar a los niveles de 2019.

Recordemos que el descontento de 2019 no se resolvió y solamente fue acallado por el miedo al contagio. Resolverlo requiere de un Estado que no eluda los problemas que han aquejado al liderazgo político de la región, como la falta de consensos, la carencia de empatía, la corrupción, y el cortoplacismo, males que erosionan la legitimidad de los gobiernos.

Dicha legitimidad es indispensable para que la ciudadanía confíe en sus decisiones y preste disciplina social frente a una emergencia sanitaria cuyo final aun no está a la vista.

Publicado en Revista Ñ el 25 de junio de 2020.

Link https://www.clarin.com/revista-enie/ideas/vicentin-desperto-polarizacion-adormecida_0_FfWD77-4h.html

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