sábado 19 de abril de 2025
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Vargas Llosa

I. Murió Mario Vargas Llosa, el último mohicano del controvertido pero magnífico boom literario de los años sesenta. Murió a los 89 años y no creo pecar de sentimental si pronostico que pasarían otros 89 años y sus libros y ensayos se seguirán leyendo aunque muchos de esos lectores ignoren que alguna vez le otorgaron el Premio Nobel. Escribe un cronista cuyo nombre no vale la pena mencionar: “Murió el escritor de derecha Vargas Llosa”. ¿Se puede ser tan necio, tan torpe, tan boludo? Evidentemente se puede. Repasemos. Es casi un lugar común decir que con Vargas Llosa se está de acuerdo con su obra literaria y en desacuerdo con sus declaraciones políticas. Es más, algunos se creen muy listos repitiendo esa frase trillada; otros suponen que tranquilizan su conciencia izquierdista. En este lugar común puede haber algunas variaciones, pero en lo fundamental ese es el punto de vista que predomina. No pretende ser original, pero a modo de ensayo me interesaría discrepar con ese criterio. Creo que hay otra manera de leer la presencia de Vargas Llosa en la historia, una manera más compleja e interesante que esas versiones maniqueas que pueden ayudar a ganar una discusión, pero no ayudan a pensar.

II. Su obra es una de las más interesantes de la literatura del siglo veinte. Fue un excelente escritor, un creador de ficciones y también un agudo ensayista que los lectores deberían estudiar con más detenimiento, porque negarse a su lectura es negarse a disfrutar de uno de los mejores escritores del género y uno de los más encantadores. A Vargas Llosa lo leo desde mi adolescencia. Me encantó “La ciudad y los perros”, me divertí mucho con “Pantaleón y las visitadoras”; aprendí a leer con “Conversación en la catedral” y “La casa verde”, pero también en esos años descubrí “La orgía perpetua” su ensayo sobre “Madame Bovary”, “Historia de un deicidio” su notable trabajo sobre “Cien años de soledad”. Nunca me olvido de esa mañana en un bar del centro cuando leí de una sentada “Historia secreta de una novela”, sus reflexiones sobre “La casa verde”. O en ese viaje a Europa, cuando leí su ensayo sobre la obra de Juan Carlos Onetti; o aquella tarde de lluvia acompañado de “La verdad de las mentiras”, un libro que lo empecé a leer después de almorzar y lo dejé en la última hoja cuando estaba oscureciendo.

III. Como todo escritor que merezca ese nombre, la obra de Vargas Llosa se podría representar en un mapa donde hay cimas, lomas y algunas hondonadas. Sus novelas han suscitado el interés de críticos, académicos e intelectuales desde hace años. En mi biblioteca tengo un libro que se llama ‘Asedio a Vargas Llosa’, publicado a fines de los sesenta en el que participan del debate intelectuales latinoamericanos de prestigio. Allí están, entre otros, Rodríguez Monegal, Skármeta y Loayza. Digamos que desde hace cuarenta años Vargas Llosa ocupa un lugar calificado en la literatura. En todo ese tiempo ha viajado, ha dictado conferencias, se ha metido de lleno en las grandes polémicas literarias y políticas de su tiempo, se ha equivocado y ha acertado, pero en todos los casos siempre lo ha hecho con nivel y exquisita elegancia, un estilo que ni siquiera perdió aquella noche de 1976, en México, cuando en una sala de cine le asestó una precisa trompada a García Márquez.

Su obra literaria justifica con creces el premio Nobel, pero me atrevería a decir que el lugar de Vargas Llosa en las letras ya estaba ganado. Como Borges, como Kafka o como Guimaraes Rosa y Onetti, él no necesitaba del premio Nobel para ser el que fue. Quienes lo critican dicen, como si estuvieran descubriendo la pólvora, que sólo dos o tres novelas son importantes, el resto carece de valor. Con el mismo razonamiento se podría descalificar a Cervantes. No desconozco que, respecto a su literatura, en los últimos tiempos han circulado algunas consideraciones críticas dignas de tenerse en cuenta. Se señala, por ejemplo, que su lenguaje se ha sometido a las exigencias del mercado editorial y perdió el encanto de la experimentación, de los juegos con los puntos de vista y que, en definitiva, su conversión política a la derecha está en sintonía con una suerte de sumisión a las versiones más chatas de la literatura, versiones funcionales para el negocio editorial, pero colocadas en las antípodas de lo que debe ser la verdadera creación literaria.

Insisto, puede que algo de verdad haya en estas objeciones, pero yo no sería tan concluyente y, por el contrario, prestaría más atención a su estilo, dejando terminantemente de lado la imputación de que escribe así porque ha arribado a un miserable acuerdo con las editoriales para vender libros.

IV. Vargas Llosa fue a pesar de sus críticos y, en algunos casos, a pesar de sí mismo, un gran escritor, un escritor que amó a la literatura, que gozó y disfrutó con ella y que, además, tuvo la virtud de transmitirnos esa alegría, ese goce sensual. Respecto de sus ideas políticas, estaría tentado a citar una vez más a Borges, cuando señala que las ideas políticas son las que tienen menos importancia en la vida de un escritor. Pero no cedo a esa tentación, porque las ideas políticas para Vargas Llosa fueron importantes, siempre lo han sido y, por lo tanto, estamos obligados a considerarlas.

¿Es de derecha Vargas Llosa? ¿Habría que ponerlo al lado de Celine o Drieu de la Rochelle? En principio, digo que si fuera de derecha tampoco es para persignarse y blanquear los ojos como hace cierta izquierda para quien la palabra “derecha” produce el mismo efecto que la palabra “Satanás” en una señora devota. La derecha es una tradición histórica tan legítima y tan noble como la izquierda. Ambas tienen virtudes y vicios, fieles y apóstatas, creyentes y fanáticos. De todos modos, Vargas Llosa no ha predicado como Celine el antisemitismo, no ha reivindicado los campos de exterminio, todo lo contrario. Decididamente no es un cruzado de la extrema derecha, un xenófobo, un nostálgico de un pasado opresivo y oscuro.

V. ¿Fue de izquierda? Tampoco ¿Entonces en qué quedamos? Quedamos en que las calificaciones de derecha e izquierda, que en el siglo veinte fueron decisivas, en el siglo XXI se han relativizado.

No quiero caer en una suerte de relativismo donde todo da lo mismo, pero convengamos que en el mundo que vivimos ciertas certezas se han perdido y pobre de los intelectuales que no se hagan cargo de ello. ¿Ejemplos? Si a un viajero del siglo veinte le dijeran dónde ubicar a un escritor que está en contra de las dictaduras totalitarias, que defiende los derechos humanos, que no cree en Dios y está a favor del divorcio y el aborto, ese viajero diría sin dudarlo que milita en alguna versión de la izquierda libertaria. Pues bien, como a ustedes no se les escapa, Vargas Llosa sería entonces un hombre de izquierda. ¿Lo es? Tampoco lo creo. Sus posiciones económicas a favor del mercado, su reivindicación de las gestiones de Margaret Thatcher o Ronald Reagan, lo alejan decididamente de los clásicos planteos de la izquierda.

VI. Y entonces, ¿en qué quedamos? Yo diría que a Vargas Llosa, como a muchos, los convencionales criterios de derecha e izquierda no alcanzan a explicar las contradicciones de su pensamiento.

¿Pero es un liberal? Como diría mi tía: “Y eso qué tiene de malo”. El liberalismo ha sido, es, una de las expresiones culturales más interesantes y ricas de la modernidad como para tratarlo a la ligera, sobre todo desde un marxismo que en muchos de sus aciertos es deudor de esa tradición. Finalmente, diría que Vargas Llosa fue un liberal, pero a diferencia de algunos liberales demasiados conservadores para mi gusto, fue un humanista, un hombre que creyó en la condición humana, que apostó a la inteligencia, la sensibilidad y la libertad creadora. Si esto es así, ¿No merece acaso nuestro reconocimiento, más allá de las invectivas de una izquierda troglodita y una derecha reaccionaria que intenta hacerlo suyo por razones ajenas a su pensamiento y obra? Yo por lo pronto honraré su viaje al misterio leyendo sus mejores novelas, sus lúcidos ensayos. Además de celebrar su estilo, su elegancia para asombrarse de las maravillas de la vida y expresarlas con textos donde cada palabra, cada punto y cada coma estaban colocadas con la precisión de una nota en un pentagrama.

Publicado en El Litoral el 13 de abril de 2025.

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