Entramos en una nueva era de cambios constantes en medio de una gran confusión. Todo el mundo busca nuevos puntos de referencia. El mundo que no comprendemos es percibido como un caos. Para el historiador Timothy Garton Ash, vivimos la era de la confusión(“Cómo entender la era de la confusión”. El País España, 10 de Mayo de 2024)
En las décadas del 1980 y 1990 predominaba el optimismo fundado en una filosofía del progreso. Tras el cimbronazo de la crisis del 2008, la ilusión del progreso se apagó, la gente dejó de confiar en el mercado, pero tampoco confió en el gobierno.
Las democracias se fueron debilitando al ritmo de la crisis de la representación política, azuzada por la transformación en la tecnología de la comunicación. En las redes sociales florecen partidos de protesta que movilizan emociones violentas.
El movimiento de los indignados en España en 2011 o el Cinco Estrellas de Beppe Grillo fundado en 2009 en Italia, movilizaron emociones para dar expresión al enojo. Las redes multiplicaron esos movimientos. Los influencers que irrumpen hoy en la política, hablan en el idioma que a muchos les gusta, que los hace sentir comprendidos en un mundo que no comprenden.
Así llegó Milei y muchos jóvenes piensan que es políticamente incorrecto porque dice lo que piensa, porque es honesto, es creíble y porque sienten que les abre una oportunidad. Así comenzó Alvise Pérez en España con su partido Se acabó la Fiesta que ha obtenido tres escaños en las recientes elecciones de la Unión Europea.
No es una cuestión de ideologías sino del atractivo ejercido por el histronismo y el lenguaje pirotécnico de individuos. La política es un teatro, lo sabían los yogunes y los demagogos griegos, en el que triunfan los actores; sobre todo si son actores de cuarta, nos recuerda Enrique Krause.
Para buena parte de la generación nacida en democracia, la política no tiene capacidad de mejorar sus vidas, de ofrecerles un futuro que no sea pura amenaza. No hay historias de éxito, como ocurría en las generaciones previas. No hay ilusión, hay desencanto. Una generación que descree de los mecanismos de representación y siente más atracción por las listas de la ultraderecha que expresan su rebeldía, la rebeldía que supo canalizar la izquierda en el pasado.
Una generación en la que son los varones jóvenes los más proclives a estas opciones, fatigados del discurso feminista, reivindicando la libertad de elegir tras los efectos de la pandemia con los encierros que exacerbaron el hiperindividualismo y fueron el caldo de cultivo para que prendan los discursos libertarios.
Los partidos del siglo XX eran partidos de creencias y se prolongaban en tradiciones familiares. Hoy la gente toma partido, sobre todo en las redes en las que se despliega la nueva oferta y cambia de partido si se siente decepcionada. La oferta es variada, como lo es la variopinta familia de las ultraderechas.
Los votantes son monotemáticos y volátiles, en franco contraste con las lealtades que soldaron los partidos tradicionales en el siglo pasado y que solían transmitirse de padres a hijos. La afinidad de temas es un signo de identidad en las redes donde hoy fluyen identidades líquidas.
Moisei Ostrogorski había previsto la crisis de los partidos políticos y la formación de ligas temáticas cambiantes en su obra La Democracia y Los partidos políticos (1909) Hoy esas ligas son virtuales. Las redes y los jóvenes son las claves del éxito de una estrategia de conquista de votos. El libro de Oriol Bartomeus, El paso del tiempo. Relato del relevo generacional en España (Debates,2023) ilustra bien el pasaje de la generación de la posguerra a los jóvenes de hoy y cómo los cambios en las experiencias vividas modelan la visión de mundo y los comportamientos.
Las redes sociales producen situaciones inimaginables en el siglo XX. Batallas con el arma de las palabras, posteos y reposteos, que son granadas virtuales disparadas para liquidar enemigos. Combates virtuales con tanques poderosos que convierten palabras en lanzallamas entre tribus enemigas incendiadas por el odio mutuo.
Se potencia la polarización política que, combinada con la fragmentación, hacen desaparecer el centro y por lo tanto, la posibilidad de enhebrar consensos. La polarización política y social se instaló en la democracia americana, “el centro se ha ido de Europa”, en palabras de Adam Przeworski.
En América Latina el centro está debilitado. La consolidación de la democracia liberal parecía un destino inexorable tras la caída del muro y la implosión de la Unión Soviética. La profecía de Francis Fukuyama fue desmentida por la realidad. El modo en que Orbán fue configurando su régimen en Hungría es un ejemplo de cómo la democracia se corroe por dentro.
Las medidas anunciadas por Claudia Sheimbaum, presidenta electa de México y sucesora de AMLO, anuncian una peligrosa deriva: nueva constitución, elección popular de jueces, intervención de las instituciones electorales que garantizan la transparencia del sufragio…A estas alturas en las que el mundo aparece como caos y rabia, y la amenaza de un tercer conflicto mundial ensombrece el horizonte, bueno es recordar la metáfora la democracia como un sacacorchos de Garton Ash: en su descenso, crea las condiciones para ascender.
Publicado en Clarín el 20 de junio de 2024.
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